“La cobardía se exterioriza en diferentes aspectos.
Dejando como resultado acertijos sin resolver, y verdades dolorosas que no podemos remediar porque es demasiado tarde.
Las decisiones que ya fueron tomadas afectan hasta al ser más inhumano, desamparando más de un corazón destrozado a su paso.
Aquellos que despues del dolor implantado lo único que pueden mitigar son sus ánimos de destrucción, sin esperar la repercusión, porque en ningún momento se desea la redención.
Ya que la salvación no se planea o cuestiona, solo se alcanza el objetivo, y despues que las consecuencias sobrecojan su camino”
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Se paseaba meditabundo con las manos entrelazadas en la espalda.
Los pensamientos muy lejos de aquel lugar.
Todo se le estaba tornando tan confuso, que en lo único en que podía cavilar, es en la forma de solucionar el embrollo familiar.
Porque ese existía desde hace demasiado tiempo, pero hasta ahora solo se tomó el trabajo de hacerle frente.
Tan disperso y agobiado lo tenía, que la cabeza le dolía como si un carruaje le hubiese pasado por encima con todo y caballos.
Suspiro con pesadez sentándose en la silla correspondiente detrás del gran escritorio.
Sumergiéndose más en sus reflexiones, porque en sus sentimientos no especulaba ahondar, y más si iban dirigidos a la persona que desde que le conoció habia puesto su mundo de cabeza, y ese día no era la excepción.
Unos toques en la puerta le sacaron de su aparente estado de letargo.
Gruño un “Siga”, y en cuestión de segundos tuvo a la doncella de su muy amada esposa frente a sus ojos, temblando cómo un corderito indefenso.
En otro momento le hubiese parecido hasta algo cómico, pero lo único que le ocasiono fue un hastió simultaneo, pese a que su rostro no reflejaba ninguna reacción.
—Habla ya, antes de que pierda la paciencia— sentencio al verla boquear sin soltar algún sonido de sus labios.
—Milord… la… la Condesa lleva una semana sin recibir los alimentos, y hasta me atrevo a asegurar que no se ha acicalado, pues no deja que nadie se interne en sus aposentos— se sobo la frente con pesadez.
Maldita mujer.
Siempre haciéndole las cosas más difíciles de lo que de por si estaban.
Y lo peor del caso es que pese al interrogatorio no quiso soltar prenda.
El arribo del Rey a su residencia seguía siendo un secreto, el cual para dilucidarlo tendría que optar por otras tácticas de persuasión, ya que ser condescendiente no le valió en ese caso.
Con Enriqueta nunca servía.
— ¿Y eso en que me concierne?— escupió con altanería, cansado de los ataques de rebeldía de una dama que llevaba más de veinte años comportándose de la misma manera—. Si esa testaruda mujer quiere matarse de hambre bien puede hacerlo, asi me dejaría el camino libre para buscarme una nueva esposa digna de ejercer el titulo— la doncella abrió mucho los ojos por la sorpresa de aquellas palabras, pues su amo no era de exclamar lo que pensaba en voz alta, se distinguía más de guardar para si ese tipo de comentarios.
Y más compartirlos con la servidumbre.
Eso era algo inviable.
Lady Enriqueta por fin habia logrando llevarlo al límite, para que se refiriera de su persona de esa manera.
Y más al dedicarle una mirada tan gélida que la hizo salir corriendo del recinto.
Zanjando el tema.
Porque ya tenía demasiado.
Se llevó las manos al rostro cansado de todo.
La única que no le daba problemas era su hija.
Luisa en esos días estuvo algo distante de la que habia sido siempre, pero en ningún momento se salió de su papel de hija modelo, y agradecía que estuviese lejos ese tiempo.
Según tenía entendido arribaría de un momento a otro, asi que esperaba que su flamante negativa hubiese cambiado, ella debía de desposarse con el hijo de Carvajal, para eso fue educada, para aquello fue criada con los cuidados requeridos, para eso se tomó el trabajo de instruirla en el arte de las armas de todo tipo.
Indirectamente seria la que manejara el negocio cuando el faltara.
Abrantes poseía un título mayor que el suyo, abarcaba más zonas y tenía mejores contactos.
Horacio era simplemente un blando que haría todo lo que su pequeña quisiera, y por consecuente esta lo que él le ordenase.
De alguna manera manejaría todo sin llegar a parecer un traidor.
Porque puede que él tuviese la decisión final, pero habia una persona que lo superaba pese a que estaba relegado de segundo al mando, y ese era Abrantes.
No podía permitir que despertara de ese letargo de poder, y se revelara ante sus ojos.
Primero acabaría con su existencia.
Lo habia considerado desde hace años, pero Horacio no estaba aún preparado para dejarse pisotear.
Necesitaba amoldarlo, y quien mejor que su propio padre que era ejemplo de humanidad, pese al monstruo que habitaba en su interior.
Se irguió posando su vista en el ventanal por unos segundos.
Para ese momento se debía estar deshaciendo de uno de sus problemas.
Javier.
Aquel inútil se estaria embarcando rumbo a África, sin llegarse a imaginar lo que le esperaba.
Negó con diversión, mientras se dirigía al aparador donde guardaba los licores, sirviéndose en un vaso de vidrio cortado un poco de aquel líquido ambarino.
Lo observo, y antes de darle el primer sorbo la puerta fue abierta de manera intempestiva.
Iba reprender a la persona que se atrevía a perturbar su soledad, y unos gritos le alertaron.
— ¡Milord!— era de nuevo aquella muchacha que temblaba con solo su presencia—. Lady Enriqueta— cambio su expresión de imperturbabilidad.
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Editado: 17.12.2022