“Pese a todo necesitamos una razón para seguir.
Entender porque los demás no tuvieron las agallas para aceptar las consecuencias de sus actos.
Unos que demasiado tarde admitieron que no fueron los indicados, pero no tuvieron esos remordimientos que demuestran arrepentimiento.
Solo la cobardía de querer librarse de todo, dejando a los demás lidiar con penas que le corresponden a alguien más.
Aquellos que aceptando su realidad, siguen adelante, buscando la salida para poder por fin obtener lo que nunca se les fue brindado.
La paz y la felicidad.
La genuina.
Pese a que ellos saben que por sus actos no les será otorgada en su totalidad”
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Javier escrutaba la embarcación con un suspiro atorado en el pecho.
Nadie habia ido a despedirlo.
No lo esperaba de sus padres, pero sí de Luisa.
Aunque no la podía culpar.
Ella estaba viviendo su propia lucha.
Una en la que todos la habían enfrascado, incluyéndose.
El siendo uno de los autores intelectuales de aquella vil canallada.
El que indujo a su madre para dar el aval.
El que puso en sobre aviso a Beaumont.
Obro incorrectamente, pero fue un mal necesario.
Con un suspiro se disponía a abordar.
A iniciar una nueva vida, que seguramente sería difícil, pero nunca como estar bajo las ordenes y sombra de Francisco Javier de Borja.
Odiaba llamarse igual a este.
No alcanzo a dar unos cuantos pasos cuando la voz de uno de los matones de su padre, en esta ocasión Froilán era el elegido, disfrazado de humilde sirviente le hizo frenar estrepitosamente, cuando a una distancia prudencial le llamo.
— ¡Lord Borja! ¡Lord Borja!— resoplo fastidiado, con ganas de no regresar sus pasos, pero era mejor que tener que soportar las consecuencias de sus actos.
Estaria lejos de su padre, pero para su desgracia este tenía demasiados contactos que lo informaban de lo sucedido asi estuviese en el infierno.
Ventajas de ser la mano derecha del diablo.
— ¿Que deseas?— gruño en respuesta para verlo llegar a su encuentro algo agitado, corroborando que ahora interpretaba a un cochero.
—No se puede ir— arrugo el ceño por su atrevimiento.
— ¿No me digas que el conde de Belalcazar se arrepintió de enviar a su hijo al exilio?— se mofo de este tratando de romper la tensión, y más cuando sus llamados lo hicieron el foco de atención de las personas a su alrededor, que no eran pocos.
Y ese era el nada discreto Froilán, quien se hacía llamar la mano derecha de su padre.
Que disparate.
—Es la condesa— la sangre se le congelo, y sus ganas de salir corriendo a otro continente se esfumaron.
— ¿Qué le ocurrió a mi madre?— indago tomándolo de los hombros, al ver que no soltaba prenda— ¡Habla ya!
—Lo siento mucho milord— fue lo único que expreso, mareándolo en el proceso.
Pero como pudo se recompuso y salió corriendo.
Dejando todo de lado.
No preciso más palabras para entenderlo.
Necesitaba verlo con sus propios ojos.
No podía ser que se hubiesen cumplido sus designios.
Que sus palabras solo para intimidar se convirtieran en realidad.
Su padre no pudo haber sido capaz.
Movió la cabeza dispersando sus deducciones.
No se dirigiría a esos caminos, pues sabía que no le gustaría la respuesta.
Llegando al carruaje que fue guiado por Froilán tomo uno de los caballos que jalaban el mobiliario, y a todo galope se dispuso a regresar donde habia dejado a su madre días antes.
Si era cierto lo que habia dicho ese hombre…
Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse, ni de expresarle que pese a todo la amaba como a nada.
Pero lo que más le calaría es que de sus labios nunca escucho un lo siento por el tiempo perdido.
Por todo lo que habia dejado de hacer, cuando nunca se tomó el trabajo de siquiera jugar con ellos o defenderlos.
Alrededor de una hora despues vislumbro la residencia.
La única que se alzaba por la zona.
De semblante lúgubre y en extremo misteriosa, pese a ser una construcción moderna.
Con el estilo clásico.
Un escalofrió recorrió su espina dorsal.
Y más cuando distinguió a su hermana salir de un carruaje con ayuda de Sebastien Keppel.
No tenía tiempo de averiguar que hacía con ese hombre, asi que trato de pasarle de largo dispuesto a mitigar la zozobra que habitaba en su alma.
Aquella que no lo dejaba respirar acompasado.
— ¿Que pasa Javier?— interrogo su hermana ni bien la rodeo sin siquiera detenerse a saludarle.
—Es madre— fue lo único que pronuncio, para despues adentrarse a la propiedad con ella y el acompañante inesperado siguiendo sus pasos.
Subió la escalinata de dos en dos.
Con el corazón en la garganta.
Cuando por fin llego a la puerta de los aposentos de esta, sin floritura la abrió de par en par.
Topándose de lleno con la imagen retraída de Francisco.
Aquel que se hallaba tan ensimismado que no se percató que la puerta cedió abruptamente, dejando ver a tres personas.
Aquellas que no se esperaba topar, por lo menos en ese momento.
— ¿Que le ha hecho?— solto con la voz rota al notar el cuerpo inmóvil en la cama tan pálido que le termino de congelar la sangre.
Con el pulso retumbando en sus oídos se acercó al lecho, y lo aparto con brusquedad.
Una que este permitió por el momento.
Como una recompensa por aquel dolor.
Porque todos creían que era el causante.
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Editado: 17.12.2022