“Un adiós que quema las entrañas, aquel que trae consigo revelaciones abrumadoras.
Sentires desmedidos y muchas decisiones trascendentales.
Porque aquello que se cree que es una despedida, puede ser un significativo nos veremos pronto.
Quizás al pasar de los días, los meses o los años.
O algo más infinito como en otra existencia.
Solo hay que leer las señales.
Entender que a veces tus deseos no son los que prevalecen, ya hay un destino trazado y nada ni nadie podrá revertirlo.
Solo queda aceptar que aunque eres el dueño de tu propia vida, elegir como termina no se te está permitido.
Ya hay unos designios que seguramente te tomaran por sorpresa, y quizá solo quizá al final algo bueno surgirá y por fin se podrá esbozar una sonrisa de verdadera felicidad”
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Las palabras resonaban en su cabeza como un eco perpetuo.
Se iría.
La dejaría atrás, y aunque eso debería de alegrarle porque estando lejos era la única manera de protegerle, no podía librarse de la opresión que invadía su pecho. Eso que estaba quemando su interior.
Aquello que tenía su mundo de cabeza.
El aire no llegaba a sus pulmones, y el sudor le perlaba la frente.
No supo cómo salió airada lo que quedaba de la visita de los Carbonel sin desfallecer.
Sentía que el cualquier momento caería desplomada.
Se agarró de sus ímpetus para que nadie notase su aflicción.
Lo inculcado por su padre fue su salvación.
Pese a todo le agradecía por enseñarle a ser fuerte.
Inquebrantable.
Cuando por fin se halló en la seguridad de sus aposentos, sin ojos curiosos rondando a su alrededor, en especial los de Luis Carbonel que la asediaban esperando una reacción por su parte, pudo exteriorizar lo que estaba percibiendo en su interior.
Las lágrimas no inundaron su rostro, pero si comenzó a boquear en busca de un poco de aire.
Una punzada en su cabeza se intensificaba provocándole un dolor agudo.
Aquel que sobrevenía con un mareo que le estaba moviendo el suelo, y el nudo en la garganta que le ocasionaba unas incontenibles arcadas.
Unas que le regalaban un malestar en el abdomen algo cargante sin llegar a ser intenso.
La desesperación le abordo.
Necesitaba deshacerse de las prendas.
Del elaborado tocado que aprisionaba su cabello.
Cuando las horquillas cayeron al suelo, liberando como cascada a su cautivo velado, distinguió el alivio inmediato.
Pero la desazón seguía percibiéndola.
Como pudo se deshizo del vestido, aunque no consiguió desatar el corsé.
Con las piernas temblorosas llego hasta la campanilla para llamar a Carmen, pero antes de que lo hiciese la puerta cedió topándose con la misma.
— ¡Milady!— exclamo en un jadeo al verle en ese estado.
Con la piel pálida.
Los labios resecos.
Los ojos algo hundidos, y las ojeras más pronunciadas que antes.
—Ve por García— fue lo único que pudo pronunciar.
Esta asintió a la par que le liberaba de la tortura que estaba siendo el justillo, para despues ponerle una bata y acomodarle en la cama.
>>Se discreta, nadie se puede enterar de mi estado, adviérteselo al doctor— Carmen trago con fuerza—. Y recuerda a quien le debes lealtad, porque el que menos se puede percatar de este pequeño malestar es el Conde. ¿Entendiste?— pese a que su voz era débil la doncella consideró cada palabra amenazante.
Asintió con más brío, y tras una señal de su mano emergió en búsqueda de lo que requería.
De su cabeza no desaparecían los recuerdos de lo vivido con Alexandre.
Torturándole.
Provocándole que quisiese salir corriendo y detenerlo.
No podía irse de su vida.
Aunque era lo indicado.
Despues de lo que para ella fue una eternidad la puerta cedió vislumbrando la cabellera rubia, y figura atlética del matasanos, que al reparar en su precario estado alarmado se acercó a donde se hallaba sacando todo lo solicitado para examinarle.
Se dio por enterada de la presencia de la muchacha cuando escucho que la puerta fue cerrada.
—Nadie me vio salir ni regresar— asintió como pudo cerrando los ojos, repentinamente somnolienta—. Lord Belalcazar no se encuentra en el castillo. Se fue con lord Carvajal, y le dejo dicho que regresara en un par de días— otra confirmación imperceptible que daba a entender el consuelo que sentía por esas aseveraciones.
—Quédate por favor— le pidió cuando reparó que iba a retirarse para dejarle con el doctor.
No quería estar sola.
Esta solo asintió, y se colocó a su costado al pendiente de lo que pudiese ofrecérsele al médico o a su ama.
Poco a poco el cansancio la invadió, y se vio sumergida en un sueño reparador.
Uno en donde podía estar cerca de aquella persona tan prohibida.
En sus brazos, expresándole cuanto le amaba sin necesidad de palabras.
Un fuerte olor le trajo nuevamente a la conciencia.
No pudo notar en qué momento se habia desmallado.
Al enfocar como una mancha al médico para que despues la inundara la claridad, con los sentidos embotados reparó en la cara de contrariedad del hombre y la de terror de Carmen.
—Qué bueno que abre los ojos lady Borja— pestañeo en respuesta, mostrando con uno de sus dedos que necesitaba un poco de agua.
Le quemaba siquiera tragar saliva.
Ni bien humecto aquella parte afectada, y se irguió un poco para quedar sentada avasallo al doctor con los ojos, y este le respondió de la misma manera indicándole que tenía que decirle algo importante.
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Editado: 17.12.2022