“En una partida de ajedrez yacen dos Reinas.
La blanca y la negra.
La falsa y la verdadera.
Las que se disputan junto al Rey el trono del tablero.
La blanca, es la que sobrelleva la contienda con los sentimientos y el alma destruida, portando la convicción intacta.
Y la negra.
Es esa que la oscuridad la embarga.
Aquella que con aliados falsos, ha triunfado en las primeras jugadas.
Esta tan seca como su alma.
Una llora y se lamenta aunque destruya.
La otra ríe cantando victoria, porque el corazón de sus enemigos deja de latir, pero se intercambian los papeles, cuando intenta tocar el alma de su contrincante.
Consiguiendo que mostrando su pureza oculta logre derrocarle.
Porque la maldad oscura no siempre triunfa.
No cuando existe la malquerencia pura.
Reafirmando que el tablero tiene una sola soberana, pese a que eso sea para la triunfante su mayor condena”
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(Cataluña - Barcelona)
Castillo de la Quadra.
Noviembre de 1795.
Se apreciaba con la respiración errática.
El órgano vital aprisionado entre las costillas y los pulmones.
Quitándole el poco de aliento que le quedaba, mientras le era recibido el abrigo de piel que resguardaba su vestido color burdeos.
Decorado con bordados de plata, y escote cuadrado que caía vaporosamente sobre su cuerpo.
Dándole un efecto de madures, teniendo en contraste unos guantes largos color perla.
Una gargantilla de diamantes, junto con un tocado recogido en su totalidad por una fina trenza que apresaba su cabello castaño con horquillas y listones del mismo color del vestido.
Se hallaba frente a la magnánima entrada del castillo de la Quadra, como era costumbre, para celebrar el inicio de la temporada en sociedad.
Teniendo de frente los escudos del Marquesado se dedicó a tratar de acompasar su respiración, aguardando a que le dieran el paso despues de anunciar su presencia, entre tanto a su lado se posaba la persona que le serviría de escudo en su segunda puesta en largo.
Un par de centímetros más baja que ella.
Entrada en la cuarentena, de contextura delgada, rostro rectangular, nariz perfilada afinada dándole una sutil armonía a su rostro maduro pero no por eso menos hermoso. De cabello con visos canosos de un color castaño oscuro recogido en un perfecto chongo, dándole ese aire de elegancia que desprendía por cada poro de su piel.
Embutida en un traje vino tinto que resaltaba su figura delgada a la par de curvilínea, pero lo que más destacaba en ella eran sus ojos.
Aquellos de un color negro predominante, sin matices de ningún tipo.
Con su iris perdido al completo, al igual que su visión, pese a que no aparentase ser una mujer ciega, pues sus orbes por el contrario de los de Luisa despedían fuego.
Ese que aniquila y calcina.
Como todo aquel que se respete siendo un Borja.
Pues Eunice de Borja, la hermana del medio del Conde Belalcazar, era como poco la mujer más respetada del norte de España.
Y no precisamente por su alma bondadosa.
Si no por su carácter inquebrantable que la llevo a convertirse en una solterona.
Su espíritu desprendía un crepitar abrazador, que amenazaba con incinerar a quien se osara a postrarse en su camino.
Con un garbo envidiable y una altivez que emanaba supremacía.
Pese a que era ciega, solo la delataba el bastón que llevaba consigo, pues se movilizaba con soltura por cualquier salón que ocupaba y admiraba a los presentes como si en verdad pudiese apreciarlos.
Las dos se irguieron más si era posible, sin ni siquiera pronunciar una palabra cuando al fin las puertas cedieron dando a conocer su presencia.
El hielo y el fuego.
La frialdad y el calor abrazador.
Una combinación tan letal como adictiva.
Luisa particularmente no tenía un trato cercano con la mujer que descendía a su lado, demostrando una pericia asombrosa.
Sin permitir que si quiera la tocase para que no fuese a tropezar.
Imito su accionar enderezando más su espalda, y alzando el mentón para con parsimonia adentrarse al completo al castillo.
A su salón principal.
Por parte de los presentes, pudo distinguir como todos contenían el aliento, embelesados por el cuadro que estaban apreciando.
Alternando el escrutinio, al no saber a quién de las dos mujeres más imponentes del salón otorgarles las atenciones.
Porque habían dejado las charlas para escrutarlas con algo más que curiosidad.
Eran tan avasallantes que entrecortaban el aire del lugar.
Apresaban la sensación de incomodidad.
Porque las dos destacaban.
Luisa por su aura mortífera, y Eunice por su belleza a la par de espíritu.
Pero solo una de las dos era la verdadera distracción, y dueña de cada estremecimiento de las extremidades de cada alma presente.
Dos potenciales prospectos de inhumanas.
Porque era casi imposible leer las puertas del alma de Lady Eunice, cuando sus cuencas estaban marchitas, y las de Luisa aunque en perfecto estado, se hallaban disecadas para el ojo humano.
No deducían cuál de las dos era más impresionante.
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Editado: 17.12.2022