—Vamos, ahora eres capaz de hacerlo.
Escuché esa voz detrás de mí antes de abrir la puerta de la oficina de juntas y todo se quedó completamente en silencio.
Podía sentir las miradas sobre mí, podía reconocer a algunos que conocí únicamente por fotos, pero solo había una persona que lograba ponerme tensa, Isis.
No aparté mi mirada de ella, tal vez era porque su expresión de desconcierto y enojo. Sonreí triunfante ante aquello antes de dirigirme al asiento que estaba reservado para mí.
Junto a mi se quedó Franco, el asesor económico que me había guiado todo ese tiempo de mi ausencia.
— ¿Qué se supone que haces aquí, mocosa? —Dijo Isis antes de acercarse y me tomó del brazo en el intento de levantarme—. Es una reunión privada.
Franco tomó su muñeca con fuerza y la apartó bruscamente.
—Le pediré que mantenga distancia de la señorita Salvatierra.
A pesar de que él estaba con una expresión tranquila, había logrado reconocer su molestia.
Puso su mano sobre mi hombro y lo miré apenas.
Miré a la junta directiva antes de esbozar una ligera sonrisa y por un momento me quedé congelada ante la mirada de Sascha.
—Lamento mi ausencia durante estos meses. Mi nombre es Adriana Salvatierra y desde este momento seré la nueva accionista mayoritaria. A decir verdad, lo soy desde hace diez meses pero por situaciones que Isis conoce tuve que ausentarme.
Necesitaba un poco de paz mental, tranquilizarme para que esos recuerdos no volvieran a quebrantarme y solo respirpé profundo antes de levantarme sin más.
—Entonces esta reunión no tiene razón de ser. Pero no se preocupen, estoy muy enterada de lo que le sucedió a mi padre, y así como se tomaron el tiempo de destruirlo, también lo haré. Franco, encárgate de llevar los documentos que se iban a exponer en esta reunión, quisiera revisarlos con más atención.
—Lo has hecho bien—escuché a Franco darme ánimos en un leve susurro.
Esbocé una leve sonrisa antes de dirigirme a la puerta, ni siquiera me detuve. Escuché a Isis llamarme a gritos, todos a los alrededores lograron escucharla, realmente no recordaba que su voz era tan ruidosa y chillona, como la de la batería de una muñeca dañada.
Aún tenía miedo, mi cuerpo tiritaba solo al recordar lo que había sucedido en aquella bodega. Y no pensaba en quedarme sola con ella otra vez.
Me detuve. Sin que yo pudiera evitarlo, me giré hacia ella. No gesticulé expresión o palabra alguna. Solo suspiré.
Hubo un silencio muy incómodo. Era como si no esperaba que me volteara a enfrentarla, fue tan inesperada mi reacción que retrocedió un par de pasos.
— ¿Me haces perder el tiempo solo para mirarte como una perra asustada? —Inquirí en un tono de burla— ¿Qué es lo que quieres?
—Este era tu plan desde el inicio, ¿no? Como no lograste nada con el hijo te acostaste con el padre. Que ramera, arribista.
— ¿Eso era todo? No me voy a rebajar a tu nivel. Sinceramente, puedes creer lo que quieras. Pero llegará un punto en el que yo me reiré de ti. Y sinceramente, no deseo verte cerca.
No había preguntado donde estaba la oficina y solo me dirigí a la puerta de emergencia y me senté en los escalones.
Me quité los zapatos. El piso estaba frío y me sentía tan más aliviada.
Podía sentir más tranquila allí.
—Adriana... —escuché a Sascha detrás de mí—. Quiero… ¿Podemos hablar unos minutos?
—No tenemos algún tema de tratar, preferiría que me dejes sola.
Hizo caso omiso a mis palabras y se sentó junto a mí. Hubo un silencio incómodo, al menos de mi parte.
Lo miraba de reojo y parecía que quería decirme algo pero se arrepentía casi de inmediato.
Suspiró pesadamente antes de mirarme apenas e intentó tomar mi mano pero lo aparté de inmediato.
—Adriana… Después de todo lo que ocurrió… ¿Por qué volviste?
—No sabía que debía darte alguna explicación… Es gracioso, y yo soy muy estúpida.
Apreté mis puños con fuerza, intentaba ser fuerte. Al menos un poco fuerte antes de mirarle apenas. Tenía la visión algo vidriosa y tenía una especie de nudo en mi garganta.
Mi expresión debió ser muy desagradable y miserable. Sentía las lágrimas bajar lenta y tormentosamente por mis mejillas.
Escuché como susurraba mi nombre con tanta tristeza y me moría por abrazarle. Era una masoquista, ¿Por qué deseaba abrazarle si desde que lo conocí me habían sucedido tantas cosas dolorosas?
— ¿Por qué…?
Me atreví a preguntarle en voz baja, sollozando. Quería dejar de temblar como una cobarde, odiaba la idea de sentirme y mostrarme débil.