O'im

Prólogo

Jelsenburg, O'im, 1018 años después de terminadas las guerras.

—¿Jezel? —Sean abrió la puerta, encontrándose a quien buscaba. Era un niño no mayor de los doce años, atado a servir a aquel mundo. Con sus manos sostenía una sola arma, un arma demasiado extraña para cualquier niño, siendo que, para todo o'gan, debería ser la edad mínima como unos cincuenta años de edad—. Jezel, deberías estar en tu habitación desde hace horas, tienes toque de queda.

Un gruñido se escuchó por parte del muchacho, quien no apartó la mirada del blanco hasta que algo en su mente lo obligó, haciendo que bajara el artefacto. Tenía el cabello negro, completamente negro, sin matices en otros colores, peinado hacia abajo, a su vez, los ojos de él eran idénticos a su pelo. No era un marrón oscuro, no era posible ser definidos de otra manera que no fuera negro, causando más que miedo en los o'gan que lo rodeaban debido a la condena que se cernía en él por ese color de mirada. Una condena a tan corta edad.

Según Said investigó, ese no había sido su color natural, incluso con esa apariencia. Él era hijo de los daños genéticos padecidos tras la finalización de las guerras. Esos errores que a nadie le importaba corregir al haber costado demasiado en crear, no había cura en masa, solo para aquellos que tenían el dinero de crear a sus hijos sin fallo aparente, seres perfectos en las ramas que sus padres eligieran. Sus ojos eran una de las múltiples condenas que el niño cargaría el resto de sus días. Al igual que los cientos de o'gan dentro del complejo en donde estaban.

La piel del niño era demasiado pálida, causando una equivocada primera impresión de enfermedad. Lo primero que saltaban una vez se miraba con cuidado eran las pecas sobre su rostro, un rostro cicatrizado ya. La primera —y única visible— recorría desde el párpado hasta la ceja en el lado derecho. Las demás eran muy pequeñas para ser tomadas en cuenta de verdad. Algunas rondaban su cuello, ocultas por el juego de sombras que se hacía con la cabeza.

Las pecas de su rostro bajaban y se distribuían por todo su cuerpo excepto en zonas específicas. La mano derecha, por ejemplo, no tenía las pecas que su mano izquierda sí. Cosa que, debido a la preocupación del hombre que lo había adoptado, nadie podría ver por el mismo hecho de usar guantes, sin importar nada más que ello. Nadie en su sano juicio podría identificar en verdad lo que habría pasado ese niño. Un niño ya señalado como del Inferior por la forma de los ojos y los ángulos del rostro. ¿Quién imaginaría el infierno que había pasado? Muy pocos darían en el clavo en verdad, más de ver lo arisco que era en cuanto al tacto físico.

—¿Por qué debería? —fue su hosca pregunta. El acento era algo fuerte, ronco. Con la particularidad de tener una pésima pronunciación de la lengua oficial de Necrópilas. Estaba aprendiendo, cambiando una lengua madre que llevaba ya doce años usando para cambiar a otra tan bruscamente sin preparación alguna, sin un verdadero entendimiento de las cosas.

Con un movimiento, Sean apartó el arma de las manos de aquel niño, dejándolo desprovisto de toda posibilidad de defenderse y continuar con aquel extraño y mal sano comportamiento, un poco extremista para ser quien era. Un solo niño, incapaz, aún, de poder inscribirse en un complejo militar, incluso, demasiado menor para poder decidir por su cuenta de manera acertada.

—Esto —señaló el lugar. Las distintas armas, el tiempo que había transcurrido desde que entró por la mañana, siendo bien entrada la noche. No estaba muy seguro de la hora, tampoco le importaba en verdad. Sus pesadillas eran muy recurrentes y no quería, no deseaba, estar solo. No mientras fuera acosado por el infierno del que salió, ese al que no volvería ni volviéndose loco—. Todo esto no me afecta. Los rumores que aquí nazcan me valen por completo. Puedo volverme sordo mientras pase por gente hablando y señalando a mi dirección. Estoy rodeado de los peores rumores que puedes imaginar, rubio.

Sean se acercó a él con pasos lentos. Frente a él, se arrodilló de manera ligera, conociendo la gran altura que ya poseía por las piernas incongruentes que fueron recortadas a fin de hacerlo pasar por un niño. No obstante, él, ese niño del inferior, provocaría grandes dolores de cabeza y gigantescos problemas como soldado, le traería mucha paz como su hermano menor. Le daría paz a Damien como un hijo que jamás podría tener. En la hermana y cuñado de este, de una forma bastante única. Un inferior, un niño, había llegado a la solitaria vida de muchos dentro del Complejo para llenar vacíos que la sola guerra dejó, para tener los huecos de los o'gan que tuvieron que abandonar o que fueron arrebatados de su lado. Hermanos de sangre, padres, madres... a todos.

—Porque tu padre quiere que lleves una vida lo más normal que puedas —empezó, colocando sus manos sobre los delgados hombros contrarios. Sonrió de una manera cariñosa, frente a su hermano menor. Nunca tuvo uno, pero Jezel lo sería para él. De cierto modo, aquel inferior podría llegar a calar en sí mismo, sabiendo que él tampoco podría tener más familia gracias a su decisión—. A pesar de todo esto —palmeó su brazo derecho, haciendo énfasis en la última palabra—. A Damien le preocupa mucho tu seguridad y exponerte de esta manera a esta edad es algo que no quiere que hagas. No va a cometer los mismos errores que tu padre biológico y tampoco espera que te encariñes de inmediato de él, pero quiere ayudarte. A parte, Jezel, eres todavía un niño, no deberías de estar aquí.




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