Capítulo 26: Quien heredó los ojos violetas, parte XXVI.
No soy más que un señuelo.
Abrí los ojos y vi una habitación desconocida, había pelos de perro por todo el suelo, y me senté en la silla que se hallaba frente al pequeño escritorio de madera junto a la ventana. Dos chicas, ambas de pelo negro y grandes ojos azules, tomaron asiento en la orilla de la cama de color verde.
Una de ellas, que reconocí como Anabel, me miró con molestia, pero luego se calmó y bajó la mirada al suelo—. Mis padres son dueños de un hotel de aguas termales, así que el dinero no nos falta. La casa de mis padres es mucho más grande que esta pequeña casa, pero supongo que no se compara con la tuya.
Me encogí de hombros y la voz de Andrés salió de mí—. Siendo que mi madre es una antigua actriz y mi padrastro el dueño de una sucursal de supermercados, cuando decidieron dejar Vátrachos y comprar una casa aquí en Adelfi, se dieron el lujo de escoger una de ese tamaño.
—Yo también crecí rodeada de lujos, así que cuando era niña era bastante caprichosa y tenía la estúpida idea de que al crecer me convertiría en una princesa —admitió un poco avergonzada—, por eso solía aparentar ser una niña buena, porque todas las princesas son puras, aunque yo solo aprendí a manipular a las personas haciéndome la indefensa. Las cosas siempre me salían bien, era popular en la escuela y todos me querían, pero me sentía sola… ninguno de mis «amigos» conocía mi verdadero yo, y aunque nunca me quejé, siempre ha habido algo que delata cuando no me siento bien, y eso es traer animales callejeros para que me hagan compañía.
—Entonces todos esos perros y gatos —dije al recordar a los animales que había visto desde la entrada de la casa hasta la habitación de Anabel.
—Son animales que trae cada que se deprime —completó Emily—, y al final yo soy quien los cuida hasta que les consigo un hogar. De hecho, esa es la razón por la que vivimos aquí y no con los señores Miller, ellos ya no soportaban tanto animal, así que soy solamente yo quien lidia con ellos.
—Lo siento —se disculpó Anabel con torpeza—. Cuando tenía 8 años, escuché a mi padre hablar por teléfono, uno de sus empleados había utilizado fondos del hotel para financiar algunos experimentos realizados en su casa.
—¿Qué clase de experimentos? —pregunté.
—Experimentos humanos —respondió Emily con el rostro ensombrecido.
—Yo por supuesto no lo sabía —dijo Anabel encogiéndose de hombros—, lo único que sabía es que mi padre debió de llevarse una gran decepción, porque el hombre que había cometido semejantes atrocidades era alguien en quien confiaba mucho, de hecho, era normal escuchar el nombre de «Dean» en mi casa porque mi padre recibía un montón de ayuda de él. Cuando escuché a mi padre decir que se alistaría para ir a ver lo que habían encontrado en la casa del señor Dean, me escabullí en el asiento trasero de su auto y me cubrí con una manta que mi padre usaba para cubrir cajas que luego se dejaba guardadas en el auto, igual ni siquiera se fijó en el asiento trasero cuando llegó al auto, tenía mucha prisa. Sentí que el auto se detenía por fin y mi padre salió disparado, ni siquiera se tomó la molestia de cerrar bien el auto, aunque eso fue una fortuna para mí.
—Espera, ¿por qué demonios decidiste ir? —cuestioné.
—Curiosidad, supongo —, sonrió—, pensé que me encontraría con el laboratorio de un científico malvado.
—¿Y cómo lograste meterte a la casa?
—En realidad no había mucha seguridad, recién habían atrapado al señor Dean, y las pocas personas que estaban ahí tenían toda su concentración en él, incluido mi padre. El laboratorio estaba debajo de la casa, había una puerta secreta debajo del tapiz que cubría el suelo de un enorme ropero en la habitación del señor Dean, no me costó mucho encontrarla porque cuando entré a la habitación, el ropero estaba abierto, también la puerta secreta, la cual dejaba ver unas escaleras. Ahí abajo había una mesa larga con un montón de correas alrededor, y la manta blanca que la cubría tenía manchas cafés, como las que deja la sangre cuando no se lava bien, había un montón de máquinas que no sabía para que servían y vitrinas llenas de frascos con contenidos extraños, también había algo como un refrigerador que tenía bolsas de sangre y cosas que no alcancé a ver porque lo cerré tan pronto vi la sangre —dijo lo último con un leve estremecimiento.
—¿Te asusta la sangre?
Asintió con el rostro un poco pálido—. Un poco… en fin, luego de un rato, encontré una habitación totalmente oscura, por más que tanteé en la pared no logré encontrar un interruptor, así que entré en ella guiándome solo con la luz que entraba por la puerta. No tardé en notar que, al fondo de ésta, había barrotes, como una jaula, y al acercarme un poco más, noté que dentro de ella estaba...
—¡Yo! —exclamó Emily con emoción.
—¿Mily? —cuestioné.
Anabel asintió y sonrió—. Mily. Regresé hacia donde estaban las máquinas porque ahí había visto un manojo de llaves, y entonces probé una por una hasta que hallé la que podía abrir la jaula, pero Mily no parecía querer salir, y tan pronto di un paso dentro de la jaula ella se lanzó sobre mí para atacarme.
—Pero en realidad la que salió golpeada fui yo —admitió Emily con cara apesadumbrada.