Ojos Color Violeta.

Cap. 40: Por eso subió al piso más alto.

Capítulo 40: Quien mejor puede conocer el pasado, parte I.

Por eso subió al piso más alto.

(Universo 3, 95 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

Tenía 21 años apenas, era un universitario estudiando la carrera de odontología, no era guapo, ni carismático, ni entusiasta, no me destacaba en nada, ni siquiera siendo malo, yo era alguien bastante promedio, por eso pensé que ella jamás se fijaría en mí y nunca me atreví a decirle cómo me sentía.  En aquel entonces, yo sólo estaba en ese lugar porque yo era el amigo del amigo de su mejor amiga, y no creo que a ella le hubiera importado mucho que yo no asistiera a su boda, y de haber tenido un poco más de amor propio, tal vez no habría ido, pero ahí estaba, mirando de lejos a la chica de mis sueños desposándose con un chico brillante que brindaba alegría a cualquier lugar al que fuera.

Salí de la iglesia sin despedirme de nadie, me escapé de la fiesta y me fui directo a un bar, bebí como nunca había bebido, y entre lágrimas, le dije adiós a mi amor no correspondido de 10 años, y deseé desde el fondo de mi corazón que Victoria tuviera toda la felicidad que se merecía al lado del hombre que ella escogió.

(Universo 3, 105 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

No era la primera vez que la había visto en el hospital, siendo que mi consultorio estaba en uno de los tres hospitales de la ciudad Aíma, habría sido raro no ver a Victoria en todos los años que estuve trabajando ahí, siempre me pregunté si su visita al hospital era para ver a un ginecólogo por algún embarazo, pero jamás la vi haciéndolo, y en aquella ocasión, noté algo distinto en ella… como que había adelgazado.

Cuando llegó mi descanso, salí a comprar mi almuerzo y lo devoré en mi auto, en donde tenía calefacción que me ayudó a sobrellevar el maldito frío de esos terribles días de inviernos, llevaba la mitad de mi sándwich cuando vi a Victoria salir del hospital y caminar por el estacionamiento con una cara extraña, entre temerosa y calmada, como aceptando un horrible destino.

La vi dirigirse hacia el teléfono público que había afuera del hospital, entró a la cabina y marcó un número de teléfono, ella estaba tratando de escuchar la única voz que pensó que podría traerle calma, la de su esposo, pero él no respondió, como no lo había hecho durante la última semana. Ella salió de la cabina y dejó salir una nube de vapor de su boca, se acomodó la bufanda y miró las hojas de resultados que sostenía en su mano izquierda desde que salió del hospital, entonces las arrugó hasta hacerlas una bola, las tiró en un bote de basura y se subió al autobús que recién había llegado a la parada.

Cuando Victoria llegó a casa, se recostó en su cama y recordó la última vez que había hablado con su esposo, por supuesto, por teléfono. Ella escuchó la risa de una mujer, y un «shhh», por parte de su esposo, entonces Victoria supo que su esposo se encontraba de nuevo con su amante, y no pudo evitar derramar lágrimas, pero se las arregló para que su voz se escuchara normal.

—¿Vendrás hoy a casa? —preguntó Victoria—. Hace tiempo que no pasas por acá, sé que tienes mucho trabajo, pero...

—¿Ocurrió algo importante? —interrumpió—. Estoy tomando horas extras en el trabajo porque este proyecto es muy importante para la empresa, te dije que te lo compensaré luego, así que, espero que me estes llamando por algo importante.

—Esteba preocupada, comenzó a hacer mucho frío y no creo que te hayas llevado suficiente ropa para abrigarte —, ella se miró la mano y con el dedo pulgar acarició el anillo de matrimonio que llevaba en su dedo anular—, también pedirte que me avisaras cuando vayas a regresar, puedo prepararte una sopa caliente, sé que te gusta mucho comer eso en días como estos.

Su esposo suspiró con molestia—. Así que no era nada importante, no te preocupes, me estor asegurando de mantenerme abrigado, y no tienes por qué cocinar, le pediré a mi asistente que te lleve algo. Voy a colgar.

Luego de que Victoria recordara aquella llamada, nuevas lágrimas recorrieron sus mejillas, pensó en que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por hacerlo el hombre más feliz del mundo, pero él no estaba dispuesto a darle ni una migaja de atención, incluso si solo era regresar a casa un momento para verse las caras. Y ella lloró con más fuerza porque no sabía si podría comer alguna sopa caliente con él el próximo invierno.

Una semana más tarde, me topé con uno de los doctores del hospital, me comentó vagamente sobre cómo una de sus pacientes padecía de leucemia y que no dejaba de posponer las quimioterapias, siempre que iba decía que lo iba a pensar un poco más, aún cuando mi compañero le explicó que lo mejor era someterse a ellas de inmediato.

—Ella me explicó que tiene mucho miedo de los efectos secundarios porque está sola, y piensa que no podrá hacerles frente.

—¿Y entonces? —pregunté.

Soltó un suspiro—. Aunque le dije que entre más tiempo pase, peor será, sigue diciendo que lo va a considerar un poco más, mientras tanto le receté más medicamentos. Estoy preocupado porque su fiebre se ha vuelto más intensa, es por eso que también le ofrecí que, si prosigue con el tratamiento, yo estaré a su lado, pero me parece que ella es incapaz de poder aferrarse a algún tipo de esperanza en esta vida.




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