Tal y como me dijo el profesor fui, con precaución, a la sala de matemáticas, supuse que ahí habría alguien, efectivamente, había un montos de personas, entre ellas Matías y Carmen. Ella vino corriendo hacia mí, parecía que aún no había entrado ninguna babosa así que rocié con un poco de líquido, que metí en un frasco de colonia, todos los sitios por donde pudieran entrar.
-¡ESTO NO HA SIDO MUY BUENA IDEA, ALE! -me dijo asustada, con lágrimas en los ojos- Tengo miedo Alexa...
-Escuchame, no va ha a pasar nada, mientras habéis corrido a esconderos por vuestras vidas, yo he ido al laboratorio, con Fernández, y he preparado un tipo de fertilizante que los mata a todos al instante. Ahora el profesor está esparciendo todo el líquido por el instituto, matando las a todas.
Ella pareció relajarse un poco, no mucho.
-¡Menos mal!
Matías se acerco.
-C-c-chicas, no cantéis victoria todavía -señalo al cristal.
Miramos por la ventana, y, una vez más, comprendí su palidez. Un dragón negro, enormemente grande, con los ojos verdes y dos alas que se desplegaban a lo alto del cielo, solo en ese momento me di cuenta de que había pasado ya la media mañana, y era muy probable que no volviéramos hasta pasadas las 24h. Me estremecí.
-¿Que está pasando?... -no entendí nada.
¿Que pintaba de repente un dragón en el instituto? A ver, las babosas aún tenían su historia pero, ¿El dragón? Esto empezaba a parecerse a una cámara oculta, un mal trago, todos teníamos la misma esperanza, que todo fuera una horrible pesadilla y que enseguida nos despertamos en nuestras habitaciones, con nuestras familias, empapados de sudor frío, cayendo por nuestras frentes como gotas de agua. No fue así, todo eso fue real. No lo comprendiamos, ninguno.
El dragón entro en el edificio, le costó trabajo entrar debido a su tamaño, pero lo consiguió, vagaba sin rumbo fijo por nuestro instituto, todos teníamos miedo, mucho miedo.
-¡Vamonos de aquí! -dijo una voz al fondo de la sala, era Víctor, un chico alto y flaco, era un empollón y lo teníamos como a un nerd.
Se abrió la puerta. Eran André y Clara.
-¡Chicos un dragón ha entrado al instituto! ¿Como ha pasado? ¡No entiendo nada! -dijo Clara, llorando.
Víctor, retomando su propuesta, salió del aula, no habían babosas... Estaba el dragón, mirando a los ojos de Víctor, palideció como un fantasma, se le marcaron las ojeras detrás de las gafas. El dragón voló y aterrizó delante del chico. Nuestra puerta seguía abierta, solo yo y Carmen, que estábamos enfrente del suceso, vimos lo que pasó después, palidecimos notablemente.
El dragón levantó al chico con la boca y lo tiró al suelo, dudo que siguiera vivo después de eso. Pero, lo estaba, estaba chillando de dolor, agonizando, pidiendo ayuda, «¡POR FAVOR, ALGUIEN, QUIEN SEA!» suplicaba entre lágrimas, nadie acudió en su ayuda. El dragón le cogió con la cola y lo tiró al aire, jugando un poco con su víctima antes de agonizar la y acabar con su existencia.
Carmen cerró los ojos, se desmayó, no fue capaz de ver lo que pasaba a continuación.
Víctor estaba llorando, pidiendo ayuda, le sangraba la sien, y no me sorprendía nada que se hubiera roto unas cuantas costillas después de los golpes, lo golpeaba, una y otra vez, era horroroso pero fascinante, no podía dejar de mirar. Lo engulló. De un solo bocado, se oían por lo pasillos su último llanto desconsolador.
El dragón se volvió hacia mí, no quería morir igual que le pasó a Víctor, así que cerré la puerta y la bloqueé con mis propias manos. Pensé que sería inútil, como iba yo a evitar que un dragón, seguramente diez veces más fuerte que yo, no entrara. Utilicé la astucia y, en vez de usar la fuerza, bloqueé la puerta con mi mano, lo único que tenía que hacer era aguantar. Así lo hice. Me quemaba la mano, sentí como sangraba, no entendí porque me sangraba hasta que ví que una de sus zarpas estaba casi dentro de la sala. Palidecí. Pensé que era estúpido bloquear la puerta y le empuje la zarpa hasta que saliera del todo, lo logré, pero no había ganado todavía. El dragón se fue, parecía que buscaba algo, no le dí la menos importancia, seguía viva y eso era lo único que me interesaba.
Me miré la mano, con una herida profunda, no pude evitar llorar, apreté los ojos muchas veces pero no pude evitarlo, estaba llorando, por primera vez en mi vida, delante de alguien.
Carmen seguía tumbada en el suelo, parecía que se recuperaba un poco.
Matías vino corriendo hacia mí, a pesar de no conocerme vinó conmigo.
-¿Estás bien? Puedo ver si hay algún botiquín dentro de esta clase. -me dijo.
-No, no, estoy bien, no te preocupes, pero gracias. -le sonreí, era agradable tener a alguien al lado.
-No estás bien, déjame ver -me cogió la mano.
Los padres de Matías trabajaban en un hospital y él sabía de estas cosas.
-Es bastante profunda la herida. ¿Te escuece?
-Un poco -respondí.
-Veamos que podemos hacer... -se arrancó un trozo de la manga de su camiseta de cuadros y me envolvió la herida con ella-. Si te sigue escociendo me lo dices, tal vez se haya infectado.
-Gracias, pero no te preocupes por mí, en estos momentos uno se tiene que procupar solo por si mismo.
Me sonrió.
-Tu no piensas eso, si fuera cierto lo que has dicho, no habrías atrancado la puerta, te podías esconder o irte corriendo, pero te has quedado. Protegiéndonos y ayudándonos. Ha sido un gesto muy amable y lo menos que puedo hacer es ayudarte con la herida. -me dijo, mirándome a los ojos.
-Fue un acto reflejo, creo. Bueno no importa, ya se ha ido, no tardará en regresar pero mientras tanto pensemos en algo.
Pensé que sería buena idea falsificar una pared, el dragón solo me había visto a mí, y nuestra clase, desde fuera, parece súper pequeña, nadie se extrañaría.