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Sebastián volvió más que contento a su parroquia, un poco preocupado de no ser capaz de evitar el posible costo por aquel favor, pero así como Dios le había proveído su primera necesidad, él no veía motivos para creer que Él no lo hiciera a la hora de escapar.
Cuando Sebastián entró y para la sorpresa del padre, Gerardo ya estaba ahí, frente al altar improvisado de las figuras de yeso y sin hacer mucho, solo y aparentemente, contemplando la misma nada. Tal y como si su propia mente ya no estuviera dentro de sí misma.
«Debe estar pensando en ponerse a limpiar, pero no se decide por dónde empezar», pensó Sebastián cuando se acercaba con una sonrisa en mueca al chico, mismo que todavía no se había percatado de su presencia.
—¿Qué tanto hacés? —consultó a su espalda y rápidamente ahogó una carcajada cuando vio como Gerardo por el sobresalto que él le había causado, se abalanzó contra el altar e igual de veloz el muchacho acertó a detener dos figuras que iban a caerse—. ¿Sos tonto Gerardo? —insistió con tono molesto—. Casi tiras todo. ¡Fíjate lo que hacés!
Sebastián resopló para darle a entender que su buen humor se había alterado, lo cual no era cierto, pero la autoridad es algo que debe cultivarse igual que un árbol frutal según lo aprendió el padre: Mientras más cuides de ella, más respeto exigirá en los demás. Después de todo, si un hombre puede comer gracias a su propia mano, puede mirar a los ojos de quién sea.
La frente del padre se mantuvo en alto mientras él caminaba para pasar a un lado del púlpito en dirección a la puerta detrás. Aquel chico ya no le interesa o quizás, tal vez lo hacía demasiado, razón suficiente para hacer todo tratando de ocultarlo.
«Ya puedo escucharlo», pensó Sebastián teniendo en cuenta lo que debía pedirle y por ende, explicarle. A él no le cabía duda alguna de que Gerardo estaría en contra, pero si mantenía aquella actitud dominante no le daría oportunidad de negarse y frustrar su plan.
»Vas a tener que dejar la limpieza un rato porque voy a necesitar que me ayudes —explicó dándole la espalda cuando se detuvo frente a la puerta—. Ya va a venir un flete y me tenés que ayudar con lo que trae.
Gerardo se quedó mudo, con expresión de sincera sorpresa. Aún si él llevaba tiempo cerca del padre, tenía muy presente que nunca podía estar seguro sobre qué esperar de ese hombre.
Dejando todo de lado y sin perder tiempo, Gerardo siguió los pasos del padre Sebastián hasta que lo encontró en su habitación, desarmando la cama.
—¿Pasó algo? —cuestionó apoyando su mano en el lado izquierdo del umbral de la puerta—. ¿Por qué está desarmando la cama? Yo ya la había tendido.
—Sí, pero no te ví más temprano así que no te pude decir que no la hicieras. Bueno... —dudó Sebastián—, tampoco te hubiera podido decir porque ni yo sabía lo que se me venía encima.
—¿Qué pasó, Sebastián? —insistió el muchacho todavía sin moverse de su lugar.
—Que vamos a tener visita —dijo el padre sin detener su tarea hasta que decidió presionar un poco más a su subordinado como estrategia—. ¡Podes venir a ayudarme con esto! —exclamó con autoridad al tiempo que agitaba y luego tiraba en una esquina una almohada que estaba sujetando entre sus manos.
Gerardo se sobresaltó retrocediendo, pero rápidamente ingresó al cuarto para ayudar a prisa. Sebastián suspiró y se quedó mirándolo por un momento.
»Discúlpame, nene. Estoy un poco nervioso y no me las tendría que agarrar con vos. —explicó con tono amable al tiempo que ponía su mano izquierda encima del hombro derecho del chico, casi de manera paternal—. Se les ocurrió mandarme un inquilino por tiempo indefinido y sin consultarme nada. No sabés lo horrible que es cuando sentís que no tenés ni voz ni voto. —reflexionó Sebastián—. Y una cosa más, cuando él llegue se va a tener que terminar tanta confianza entre nosotros, no podes decirme Sebastián frente a él, mientras Ismael esté acá soy el padre Sebastián o padre a secas en todo caso, ¿quedó claro?
Gerardo sonrió en mueca, asintió y después desvió su mirada al frente para seguir con lo suyo. Sin saberlo, Sebastián había explicado exactamente cómo se sentía él mismo cada día de su vida desde que tenía memoria.
“No juegues con esas cosas porque a tu papá no le gusta. No llores si te golpeas porque a tu papá no le gusta. No te quejes si te molestan en la escuela porque a tu papá no le gusta. No, no, no. Nunca seas tú”.
Eso era todo lo que Olivia había tenido para su hijo desde su infancia más temprana, directrices que debían seguirse al pie de la letra para agradar al hombre que lo había engendrado, pero que nunca había mostrado ninguna clase de interés ni afecto por él. Gerardo tampoco podía decir que su padre hubiera sido malo, no, él tenía muy claro que decir eso sería demasiado injusto. Su padre nunca había sido violento ni mucho menos, pero sí distante, tan distante que el chico podía jurar que eso dolía mucho más. Quién sabe, quizás las tempranas demostraciones de quién era su hijo lo habían alejado más y más. Tal vez incapaz de aceptarlo, sin saber cómo hacerlo, sin poder hacerlo. Lamentablemente para el chico, con la temprana muerte de su padre eso fue algo que nunca tuvo oportunidad de preguntarle. Él se había ido dejando una herida latente, una que él quiso creer que podría sanar cuando intentó buscar el lado positivo: si su padre ya no estaba, quizás Gerardo podría ser quién era sin temor a decepcionar a nadie, pero eso no había sido así ni de cerca. Cuando el padre ya no formó parte de la fotografía familiar, la madre se encargó de sumar más y más gente. Ahora lo importante era lo que podía decir la gente y todo se volvía más y más oscuro para un deseo de libertad cada vez más oculto.
«El problema nunca fue él», pensaba Gerardo para adjudicarse la culpa incapaz de ver la realidad.
Más de mil veces eran las veces en la un adolescente descubriendo su esencia y su sentir se había preguntado por qué estaba roto. Qué accidente o sucesión de hechos lo habían llevado a perderse, a considerar que un camino por fuera del rebaño podría llegar a ser válido. ¿Qué clase de demonio era el que lo habitaba y siempre tuvo la fuerza suficiente para no ceder ante las oraciones de su madre? Seguramente el peor de todos...