—¿Me puede cobrar el libro, señora?
Una suave voz me sacó de mi ensoñación. Al levantar la mirada, me encontré con una niña de aproximadamente unos doce años. Sostenía delante de su cuerpo uno de mis libros favoritos: Eleanor y Park. Tenía veintidós años y quizás estaba un poco grande para seguir leyendo ese tipo de literatura, pero era algo que no podía evitar.
—Sí, discúlpame, estaba un poco distraída. —Sonreí.
Tomé el libro y el dinero que la muchachita me extendía. Puse la compra en una bolsita y se la di. Ella me agradeció y se fue.
Todavía no sabía de dónde sacaba fuerzas para estar de pie. Me había pasado toda la noche llorando, ni siquiera había dormido una hora. Le podría haber dicho a mi jefe que me sentía mal para así poder faltar, seguramente me hubiera comprendido. Pero no tenía ganas de estar en mi casa, la soledad me iba a deprimir aún más.
Ayer fue el peor día de mi vida, jamás me olvidaría de lo que pasé. No lograba entender el daño que me causó una de las personas que más amaba en la vida. Creí en él y me falló de la peor manera.
Adler Lewis era mi novio, mejor dicho, mi ex novio. Había salido temprano de la facultad, así que decidí darle una sorpresa. En camino hacia su departamento, pasé por un supermercado a comprar las cosas que más le gustaban para prepararle una deliciosa merienda. Con tres bolsas en mis manos, metí como pude la llave que él me había regalado en la cerradura. Apenas entré, mi corazón empezó a latir con fuerza. Mi cuerpo se debilitó y tiré todo lo que cargaba al piso. Oí unos gemidos femeninos, estaba segura de eso.
Con la poca fuerza que poseían mis piernas y con mucho temor, caminé hacia la habitación. Los sonidos cada vez era más claros y mis ganas de que pisara un tren aumentaban. La imagen que hallé fue la peor del mundo. Las lágrimas no tardaron en llegar, no podía creer lo que veía.
Ahí, en la misma cama donde dormíamos juntos, Adler estaba teniendo sexo con otra chica. No cualquier chica, sino con Nina Klein, una de mis mejores amigas. Dos personas importantes en mi vida me traicionaban de la peor manera.
Odiaba más a Adler que a Nina, porque alguien que respetaba su relación no dejaría que un tercero se metiera. Al él le importaba un carajo lo nuestro, le importaba un carajo mis sentimientos.
— ¡Son unos hijos de puta! — Grité, destrozada.
Ambos se separaron al instante y me miraron con los ojos abiertos de par en par. Nina se cubrió rápidamente el cuerpo con una sábana y Adler se puso de pie para colocarse el bóxer.
—No es lo que parece, Leonie, te lo juro. — habló, mientras se acercaba hacia mí.
— ¿No es lo que parece? ¿Acaso están jugando un partido de tenis y no me di cuenta? — Mi labio inferior no dejaba de temblar—. Solo sé que los dos son una mierda.
— Puedo explicártelo, amor.
— ¡No me llames amor! —exclamé—. No quiero tus explicaciones, con lo que acabo de ver es suficiente. Los dos están muertos para mí.
Podría haber hecho el escandalo del año. Tenía todo el derecho de volverme una completa loca, pero no, me lo tomé bastante bien. Eso sí, al llegar a mi casa, me tiré en la cama y no paré de llorar ni un segundo. Me la agarré con mi pobre dinosaurio de peluche, lo tiraba una y otra vez contra la pared. Mi corazón estaba hecho trizas y no encontraba forma de sanarlo
Jamás perdonaría a Adler, jamás perdonaría lo que me hizo. Me dolía pensar que sus sentimientos hacia a mí no eran sinceros, creí que me amaba. Ahora me daba cuenta que lo nuestro no era real, que me usó, que nunca me quiso.
Me preguntaba qué había hecho mal, en qué había fallado para que Adler tuviese que engañarme. Quizás no le estaba dando lo que necesitaba y buscó lo que le faltaba en otra parte. Me mataba aún más saber que lo encontró en Nina. Habiendo tantas mujeres en el mundo justo se tuvo que meter con ella, con una amiga.
Mi angustia era doble, había perdido a mi pareja y a una compinche. Si le veíamos el lado positivo, esto me hizo comprender que tenía dos lacras a mi lado.
—Planeta tierra llamando a Leonie, planeta tierra llamando a Leonie.
Parpadeé y miré al frente. Me encontré con la figura corpulenta de Chad, quien me observaba con una mueca de confusión. Ya era la segunda vez que me hablaban y no prestaba atención.
— ¿Qué?— pregunté, con un tono débil de voz.
—Hace dos horas que te estoy pidiendo cambio de un billete de cien dólares, pero estás en las nubes — Apoyó los codos contra el mostrador y su cabeza sobre las manos—. ¿Qué te ha hecho ahora el imbécil?
— ¿Quién? Nadie me hizo nada —Le arrebaté el dinero que tenía en la mano y busqué el cambio que me pedía.
—No te hagas la desentendida, sabes que hablo de Adler —Puso los ojos en blanco—. Cuando estás distraída es porque el idiota ese te hizo algo.
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Editado: 05.09.2018