Antoine.
Desperté antes de que Lia lo hiciera porque Donnet, con un maletín en sus manos y vistiendo un elegante traje, me llamó desde el otro lado de los barrotes.
—Esta vez se te pasó la caballerosidad —se burló. Yo no estaba de buen humor con el horrible dolor de cuello que me dio por dormir sentado. En mi hombro sobre el que Lia estuvo apoyada la noche entera, añadiendo que el brazo la rodeó todo el tiempo, creó un insoportable calambre.
—¿Vas a sacarme de aquí o solo viniste a reírte?
―Ambas cosas, pero librarte de esto va a ser difícil. ¿Cómo se te ocurre golpear al hijo de Capeto? —pregunta retóricamente entre dientes.
—Insultó a mi madre y a Lia. También intentó abusar de ella.
Arqueó una ceja, se movió a la izquierda y señaló.
—¿Ella es Lia? —Asentí en silencio y chasqueó su lengua, regresando su atención a mí—. Los sacaré de aquí antes de la comida —prometió.
—No me leyeron mis derechos —aporté y sonrió.
—Los sacaré antes del almuerzo —corrigió. Empezó a alejarse, pero se regresó. Bajó el maletín al suelo y se quitó el saco para después estirarlo por los barrotes—. Cúbrete o pensarán que eres un exhibicionista.
***
Dicho y hecho, estábamos afuera antes del mediodía. Me estaba asando con el saco, pero andar por las calles en camiseta tampoco era una opción. Necesitaba una ducha con urgencia.
Lia se encontraba en guardia por la presencia de Donnet; no ha reparado en ella ni un solo instante desde que salimos de la celda, y es que él es así. No es una persona tímida, pero les da tiempo a los demás para que se acostumbren a su intromisión en sus vidas —al menos por unos momentos—, y no incomodarlos al empezar a hablarles al segundo de conocerlos. Podría decirse que respeta el espacio personal.
Le abro la puerta a Lia y duda en entrar a la camioneta de Don. No sé si lo nota, pero mordió sus labios, posiblemente considerando sus opciones.
—Podemos ir en taxi, si te sientes más cómoda —sugerí. Dejó su labio inferior en libertad.
—No, está bien. Confías en él. —Me miró.
—Sí, lo hago —afirmé con convicción. Lia sonrió y entró.
Estiré mis músculos a un lado del vehículo. Esto de dormir en lugares incómodos va a empezar a cobrarme factura en mi espalda y cuello.
—Hablé con tu jefe —dijo Don cuando me senté y cerré la puerta.
—¿Me va a despedir? —pregunté resignado, temiendo de la respuesta.
—No —Arrancó el vehículo—, hacerlo sería condenar a la empresa. —Me miró—. Eres buen elemento, lo sabe bien.
Eso sí es un buen consuelo. Me tenía muy preocupado esta falta y que decidiera decirme adiós; perder este trabajo sería el derrumbe de todos mis pilares. Ni siquiera tendría dinero para apostar en el Festín.
—Así que tú eres la nueva pareja de Antoine. —Giré el cuello para mirarla y Lia asintió, mordiéndose la punta de su dedo pulgar—. Mis condolencias.
Ella rio, yo fruncí el ceño, echándole una mala mirada a mi amigo, y Don solo esbozo una sonrisa de lado. Sé que es su manera de romper el hielo, pero soy un buen prospecto de pareja. A todas les hablo con la verdad, de que solo las necesito hasta que el Festín acabe, y todas aceptan. No hay sentimientos de por medio ni corazones rotos, solo un pacto para ganar dinero.
—Aún estás a tiempo de elegir a alguien más.
—Antoine no es tan malo. Me ha salvado más de una vez —puntualizó e hinché mi pecho con orgullo, acomodándome en mi asiento.
—Es un caballerito, es cierto. Se ha metido en varios problemas por eso.
—Es buena persona.
—Eso dices porque no lo has visto convivir con Tucci, su némesis.
—¿De pronto me volví invisible? —interrumpí su charla. Lia asomó su cabeza por entre los asientos y al girar mi rostro, quedé muy cerca del suyo.
—No, te sigo viendo.
Yo también seguía observando el color de sus ojos y el movimiento de su mandíbula al mascar una goma de menta
—Tucci hará una fiesta este viernes —informó Donnet, interrumpiendo… lo que sea que estaba pasando con nuestras miradas. Me volví a mi lugar, acomodando el cinturón de seguridad.
—No asistiré —zanjé—. Sigo sin entender la razón de incluirla al Festín, ¡ni siquiera es nuestra amiga!
—Es la única que te puede ganar —Encogió sus hombros—, aunque tampoco me agrada su intervención.
Ladeé un poco mi cabeza para mirar a Lia.
—¿Quieres asistir a una fiesta el viernes?
Tenía mis esperanzas puestas en ella. Ciertamente no quería pasar tiempo con Colette, mucho menos asistir a su casa. Es más, le iba a hacer una transferencia bancaria por el dinero que me prestó. Pero ahora Lia y yo éramos un equipo ahora; no podía decidir por ambos.
—En realidad tengo algo por hacer ese día.
Miré a mi amigo, sonriendo con tristeza fingida.
—Tenemos planes.
—De acuerdo, más oportunidad para nosotros de ganar.
A la distancia podía ver el lugar donde estacioné mi auto, pero lo que dijo despertó mi curiosidad.
—¿De qué hablas? Aún falta tiempo para que el Festín comience.
—El mediador lo aceptó como un evento para puntos extras. Será una fiesta temática sobre décadas.
—¿Cuántos puntos obtiene el ganador? —indagué con resignación. Don se estacionó detrás de mi auto, encendiendo las luces intermitentes.
—Calificaran los disfraces por separado, pero el número máximo que se puede dar es quinientos por cabeza.
Maldije entre dientes, sacándome el cinturón de seguridad. Esto apestada. El Festín es un chiste para Colette; solo quiere ganar. Y yo también, pero cuando llegue el momento, no ahorita.
—Entonces, ¿a qué hora pasas por mí el viernes? —Lia interrumpió mi enojo a Tucci. Inhalé y solté el aire con parsimonia.
***
Uno diría que ser vicepresidente de cualquier empresa es sencillo, solo tienes que mandar o, en dado caso, seguir los mandatos del gran jefe, pero en castigo por faltar el martes, llevo toda la semana en las empresas donde ofrecemos los servicios de seguridad para ver que todo esté yendo bien.
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Editado: 06.10.2021