Antoine.
Había algo molestándome y no podía encontrar el motivo, eso me irritaba más. Mi siquiera el ejercicio intenso lograba menguar lo que sea que sucedía con mi mente inquieta. Golpeé el saco de box innumerables veces hasta que mis muñecas dolieron. Me saqué los guantes, lanzándolos a la colchoneta del suelo.
Mi respiración estaba echa un desastre y ni se diga del errático latido de mi corazón. En cualquier momento me voy para la otra vida. No puedo cerrar los ojos siquiera para poder tranquilizarme, porque la traicionera de mi mente evoca su cuerpo contra el mío, su respiración mezclándose con la mía y de la cercanía de sus tentadores labios. «¿Será que…?». Me niego. No puede ser posible; no la conozco de hace mucho. Solo me estoy volviendo loco. Eso tiene más sentido.
Suspiré.
—Solo estoy perdiendo la cabeza por la participación de Tucci. Solo es estrés. Y sé muy bien cómo quitarlo.
Miré a mi alrededor hasta que me topé con la mirada de una chica que no me perdía de vista. Le sonreí. Me agaché para recoger los guantes, y en el proceso fingí atarme las agujetas para cuando me pusiera de pie, la fémina se encontrase frente a mí. Dicho y hecho.
—Hola, soy Rebeka —se presentó con un acento que indicaba no era de aquí. Empecé a quitarme las vendas que cubrían mis manos.
—¿Eres nueva en la ciudad? No recuerdo haberte visto antes.
—Llegué la semana pasada por mi trabajo.
Creo es rusa. Me gustan las rusas.
—Bienvenida a París, en ese caso.
—¿Qué te parece si me das otra clase de bienvenida? —preguntó acercándose a mí. Tocó lo que se dejaba ver de mi pectoral por la camiseta.
—¿Tu apartamento? —sugerí; que me atraiga no quiere decir que la dejaré entrar en mi casa. Nunca se sabe qué clase de locura tiene en su cabeza y hostigadoras no me hacen falta.
—Los vestidores —contestó caminando hacia ellos. Verifiqué que nadie estuviera cerca u observando, y la seguí, olvidando por unos momentos la complexión de Lia al tenerla tan pegada a mí aquella tarde. Me concentré en la hermosa rusa que se esmeraba por volver esto placentero para ambos. No me importó estar en un lugar público.
Pero la burbuja donde me convencí de que solo estaba experimentando algo de locura prematura, explotó al momento en que me llegó una notificación después de salir de la ducha. La espalda me ardía por el agua caliente que cayó en los arañazos, pero el dolor pasó a segundo plano cuando leí el mensaje.
Necilia: ¿Tienes tiempo para tu prometida? Dean quiere vernos antes de meter la petición de custodia.
Antoine: Paso por ti en veinte.
Necilia: Gracias, Antoine. Esto significa mucho para mí.
Lancé con molestia el celular al bolso que contenía toda mi ropa. Creo que también está significando mucho para mí y no tiene sentido alguno porque dejaremos todo en unas semanas. Quizás solo deba probar del fruto prohibido, porque eso es Lia para mí, ya que un beso o algo más serán cosas que nunca pasarán. ¿Será que, si logro convencerla de caer en tentación conmigo, pueda detener este ridículo flechazo?
Lo averiguaré de una forma u otra, pero debo terminar con esto antes de volverme loco por generar sentimientos que no serán correspondidos. Para Necilia solo soy un hombre que le ayuda a conseguir dinero y la custodia de su hermano, nada más. Y así debe de quedarse.
—Mierda —maldije por lo bajo, recordando las palabras de Necilia a mi aversión a las relaciones.
Por esta razón es que no me gustan. Solo quiero omitir el drama que conllevan las emociones del enamoramiento.
***
Tener citas como estas no ayudan para nada a lo que mi corazón está sintiendo cada que Lia ríe en compañía de su hermano. Al inteligente de Dean se le ocurrió invitarlo para ver su comportamiento conmigo, no obstante, el único raro en la mesa soy yo, porque Daizo chocó los cinco conmigo y eso era ganancia, según Necilia.
En silencio escuché la conversación. Poco tenía por aportar y estar sentado a un lado de ella, siendo ignorado por completo, me confirma que solo soy una ayuda para que llegue a cumplir sus metas.
Eso me irrito incluso más que descubrir y aceptar mi enamoramiento.
—Creía que en ese lugar los llevaban a los museos —comentó ella a Dubois. Yo me llevé un pedazo de papa a la boca.
—No nos han llevado a ninguno, dicen que están cerrados —contestó Daizo, provocando que su hermana le lance una mirada de odio al trabajador social. Desvié mi atención a la puerta del restaurante, pensando en si notarían mi desaparición, en cambio, el pedazo de patata que tragaba se atoró cuando una mujer cruzó la entrada. ¡Era la rusa! ¡Y venía hacia nosotros!
Sus ojos se abrieron más con sorpresa al reconocerme, supongo. No puede ser, ¿la silla que quedaba era para ella? ¿Comerá con nosotros?
Gracias a que empecé a toser, Lia me determinó y golpeó mi espalda con una mano mientras con la otra me acercaba un vaso de agua.
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Editado: 06.10.2021