Sett había llegado a tiempo para tomar el barco que partía sin escala a Pitlover. En su mente ya había trazado la ruta que seguiría para llegar a Monte Targón, esperaba encontrar transporte directo, no le apetecía mucho cruzar el desierto de Shurima; había escuchado historias de bestias escondidas entre la arena que acechaban a los viajeros. No le asustaba enfrentar alguna bestia en su camino pero no tenía tiempo que perder.
Durante el abordaje, observó a personas de todas las naciones, incluso yordles. Aquellas criaturas le resultaban intrigantes: eran diminutos, peludos y de ojos malignos. Nunca había tenido la oportunidad de verlos tan de cerca como en ese momento; algunos de sus clientes los describían como seres que era mejor no juzgarlos por su apariencia. Se había interesado en ellos desde que le hablaron de un Yordle joniano que pertenecía a la Orden de Kinkou capaz de materializar rayos de su mano; debía ser interesante enfrentar a alguien así de pequeño y poderoso.
Subió al barco intentando no verse demasiado impresionado con lo que sus ojos veían y se dirigió hacia el número de camarote que venía en su boleto.Recorrió un largo pasillo hasta que encontró la habitación correcta, estaba a punto de abrir la puerta cuando una una mano se posó sobre su hombro. Sett que se mantenía alerta en todo momento y por mero reflejo, iba a dar un puñetazo al atrevido que lo sorprendió, se detuvo al ver que se trataba del anciano que había conocido en la taberna la noche anterior.
—Aah pero si eres el jovencito mestizo. Sabía que mis ojos no me fallaban ¿Viajas a Pitlover también?—le preguntó el hombre con un gesto de camaradería.
Detrás de él, el mismo joven de cabellos rubios que lo acompañaba la noche anterior,cargaba un montón de maletas con dificultad.
—Oiga, si soy mestizo pero tengo un nombre— le dijo Sett hartó de que le llamara así. —Me llamó Sett.— se presentó.
—Oh lo siento— se disculpó el hombre apenado. — Es cierto que es algo ofensivo. Déjame presentarnos, soy el Profesor Rubrick y este de aquí es Ezreal, un viejo amigo. Saluda muchacho—
Ezreal sonrió nervioso y agitó su mano mientras intentaba que no se le cayera el equipaje.
—Supongo que seremos compañeros de viaje— dijo el Profesor y abrió la puerta del camarote.
Sett entró primero y luego el profesor seguido de Ezreal jalando las pesadas maletas. El lugar era estrecho y el mitad vastaya apenas y cabía ahí con su estatura. Tomó la cama del lado izquierdo y el profesor y Ezreal la litera del lado derecho, los hombres acomodaron sus cosas y se recostaron en sus respectivos lugares.
—¿Y qué asuntos te llevan a Pitlover muchacho?— preguntó el hombre tratando de generar una conversación
Sett lo miró de reojo y no contestó. No estaba interesado en platicar con extraños.
—Vas a Monte Targón ¿cierto?— preguntó de forma astuta el profesor y esta vez captó el interés de Sett.
—Veo que es más que un viejo borrachín. Así es, está en lo correcto— contestó Sett desde su cama y apoyó su codo para descansar su rostro en la palma de su mano.
—¿Buscas a alguien o vas en busca del poder espiritual de la montaña?—preguntó el hombre arriesgándose a que el joven perdiera el interés nuevamente.
—¿Poder espiritual?— preguntó Sett ignorando las historias que corrían acerca del Monte Targón.
—No lo sabes, muchos hombres han tratado de subir la montaña para alcanzar el máximo nivel espiritual. SI yo fuera más joven como Ez, lo intentaría pero estoy demasiado viejo para hacerlo..—confesó apenado.— Se dice que solo personas especiales pueden subir, claro si sobreviven para hacer el viaje hasta la punta de la montaña. Gente de todos lados de Runaterra lo ha intentado y cuando lo hacen ya no se vuelve a saber de ellos.
Sett lo escuchó con atención y luego tuvo una idea.
—Oiga, dígame ¿Qué sabe de los Lunari? Ayer lo oí hablar sobre ellos ¿También suben la montaña en busca de ese poder espiritual?—
—Los Lunari…¿Eso es lo que te interesa?— dijo el profesor sobándose su mentón con gesto dudoso— Casi no hay libros ni datos sobre ellos, tampoco de su Dios, el aspecto de la Luna. Los Solari destruyeron cada libro que hablaba de su historia, los consideran herejes; seres indignos que no merecen vivir. Hay relatos, claro, muy antiguos que hablan de que los Solari y los Lunari fueron una sola comunidad que rendían tributos a los dos Astros pero no se sabe con exactitud sobre su veracidad. Lo que sí sé, es que hay templos escondidos en las faldas de la montaña, incluso llegué ver algunas pinturas en cuevas mientras estuve explorando. Obvio, no les mencione nada a los Solari, hubieran ido a destruirlos y me hubiera quedado sin material para mi investigación. Si apenas pude recoger a esta pequeña durante la batalla del templo— el hombre extrajo de su abrigo una botella que contenía una flor de color azul.
—¿Qué es eso?— preguntó Sett viendo al espécimen con curiosidad.