El golpeteo frenético de su corazón fue perfectamente escuchado por la cazadora, quien salió del enebro en que se encontraba escondida.
Rápido, más rápido.
Cazadora y presa corrieron. Los dos tenían algo en común: Corrían para salvarse.
Toc, toc, toc.
La cazadora tenía un oído perfecto, así que solo siguió su instinto y cuando estuvo lo suficientemente cerca, tensó la cuerda del arco y disparó.
La ardiente punta de la flecha surcó el aire, pero no perdió su objetivo, por lo que pronto, el pequeño conejo que antes corría por su vida, ahora yacía tendido en el pasto con un pequeño charco carmesí alrededor de su cuerpo.
Ella respiró hondo. Nunca fallaba, pero los animales que trataba de cazar a diario, no eran suficientes para alimentar a su familia.
Aun así, se acercó y se arrodilló ante el pequeño cadaver.
Muchas gracias por darnos comida, pequeño ser acendrado.
Recogió el conejo, tomándolo de las orejas y lo llevó consigo de regreso a casa.
Entre los tantos arboles que cruzó para llegar a su destino, pudo escuchar con atención los suaves sonidos que le ofrecía el bosque; el sonido del agua, de los animales, y alguno que otro Ent platicando. Siempre que vagaba en el bosque, se sorprendía de tan maravillosos sonidos. Nunca eran los mismos, no, el bosque siempre ofrecía nuevas cosas por descubrir.
Ocurrió así, de una manera rápida, sin que nadie lo previera.
Zaali llegó a la pequeña choza que compartía con su hermana Aerlian y mientras veía a la pequeña jugar, empezó a preparar el conejo.
La vida de Zaali, existía solo para cuidar de su hermana, ambas tenían parecidos casi idénticos
En Onia, el lugar de donde ella venía, los íncolas tenían prohibido cualquier contacto con los humanos, pero ¿Por qué? No se trataba solo por cuestión de orgullo, no, era más que eso.
Entonces, déjenme contar cómo pasó.
Onia, no siempre fue un lugar lóbrego, más bien, eran el tipo de raza que buscaba paz por doquier, y cuando llegó el momento de tratar con lo humanos, ambos lados aceptaron los acuerdos que proponían.