El viejo suspira por décima vez en menos de una hora, la mañana ha sido demasiado aburrida, ni siquiera las moscas se acercan a preguntar, un rebaño de nubes grises presagia lluvia y todo ello gracias a que la suerte hoy no lo ha acompañado, tal vez siga en la ventana igual que como la dejó, esperando su regreso, piensa mientras recuerda cómo inició su día.
Como todos los domingos el viejo comerciante se despertó temprano, le sonrió al nuevo día y se dispuso a levantarse, más está ocasión por accidente su pie izquierdo fue el primero en tocar el suelo, por unos instantes quiso regresar a la cama, pero ya era tarde, la suerte hoy no lo acompañaría, aunque tal vez, con una buena sonrisa ella estaría a su lado.
Al salir de su casa, volteo a ambos lados y la suerte no estaba allí, se despedía de él desde la ventana de su casa, por lo que así siguió su camino rumbo a la plaza del mercado, donde extendió una pequeña manta y comenzó a colocar sus baratijas.
Al cabo de un rato, comenzó el aburrimiento, nadie le compraba y el tiempo burlón comenzó a pasar frente al anciano, quien lleno de hastío suspiro por primera vez en el día.
Después del décimo suspiro el tiempo vuelve a pasar, aunque esta vez se recarga en la espalda del hombre convirtiéndose en una carga, por lo que, enojado el viejo, se sacude y toma unas piedras que comienza a lanzar contra el impertinente tiempo, el cual ríe socarronamente mientras esquiva cada pedrada.
Tan distraído está el comerciante correteando al tiempo para que no vuelva, que tarda en darse cuenta que una joven observa la mercancía, así que regresa y le pregunta – ¿qué te puedo ofrecer pequeña?
La joven lo mira y contesta —perdí mi sueño y ahora vago sin un rumbo fijo, me dijeron que tú puedes ayudarme.
—Mmmm, lo que buscas es una mercancía muy peculiar, sobre todo por su precio, sin embargo, sí estas dispuesta a pagar, en mí bolsa creo que tengo algo que te puede interesar.
La joven acepta el trato y sin decir más el comerciante saca de su bolsa una pequeña caja y se la entrega.
La muchacha sonríe y el anciano con mucho cuidado comienza a desprender la sonrisa del rostro de la joven, una vez que tiene el pago en sus manos, lo dobla metiéndolo en uno de sus bolsillos. La chica se va con un nuevo sueño, pero sin sonrisa.
Ahora sí, con una buena sonrisa, la suerte que ya no sabía que hacer en la casa del comerciante llega a la plaza y se sienta a un lado del vendedor.
El burlón tiempo sigue pasando, pero ya no le pone atención porque se encuentra acompañado por su suerte y la gente llega a comprarle.