El miedo se comienza a apoderar de todos los presentes en la fiesta cuando enseguida del brindis en la pantalla donde deberían mostrarse las fotos de todos los graduados aparece solo el rostro de Mario, con una letras en color rojo que dicen “el vino está envenenado su antídoto sólo les será revelado cuando digan la verdad sobre mi muerte, tienen diez minutos”.
Cada uno de los presentes quedan en silencio, mirándose mutuamente hasta Marco grita —¡Hay que ir a un hospital lo más pronto posible— de inmediato varios se dirigen a la puerta del salón para descubrir que están encerrados.
Un reloj en la pantalla del salón aparece y comienza una cuenta regresiva.
—¡Ok!— levanta la voz Luis —Esto debe ser una mala broma, todo mundo sabe que Mario se suicidó, estaba medio zafado de la cabeza, nadie aquí tiene la culpa.
—Creo— agrega Maria —nosotros pudimos ayudarlo y si mal no recuerdo nunca fuimos exactamente muy buenos con él, solo miranos, piensa quién del grupo fue en verdad su amigo.
Todos quedan callados, el reloj continúa su marcha.
—Está bien, confieso— dice Ernesto —yo siempre lo insultaba, fue gracias a mi que le pusieron el apodo del “cornetas” creo que eso provocó se matará.
Tras la confesión todos voltearon hacia el reloj esperando se detuviera pero no fue así.
—Tal vez fue por la vez que lo acusé de pervertido— agrega Marta —pero es que me miraba de una forma tan fija que me incomodaba.
—¡Pendeja! de todo eso es lo menos que pudo afectarlo— contesta Rocio —esa vez estaba yo también en la dirección y ví que la orientadora del grupo estaba hablando con él y se aclaró que solo te estaba dibujando, incluso, me enteré que la maestra iba a sugerir que se hiciera una exposición de sus dibujos para alentarlo a continuar.
El tiempo continúa su paso y poco a poco cada uno de los presentes hablan de lo mal que en algún momento trataron a Mario, pero el reloj no se detiene, los más fuertes con ayuda de mesas o sillas tratan de romper la puerta pero sin éxito, la desesperación se nota en el rostro de los presentes y en la mente de todos solo esta su fatídico destino.
Con el reloj a tan solo dos minutos de terminar solo queda Elias por hablar, todos voltean a verlo pero el solo exclama —¿Qué? yo fui el único que no le hice nada, saben que para mi solo importan los estudios, no me meto con nadie mientras no me moleste, y de todos él era quien menos me interesaba— de pronto se queda en silencio y continúa —Creo que al final de todo sí es mi culpa, ahora que lo pienso, un día recibí una carta de amor, al leerla pensé que era de alguna chica por lo que contesté lo más hiriente posible, la deje en mi lugar con el fin de que al final del día la chica recogiera la carta y se diera cuenta que no me interesaba, pero ese día el último en salir del salón fue Mario, creo que era gay y mi contestación fue demasiado para él.
En ese momento el reloj se detiene y para sorpresa de todos la puerta del salón se abre, Elena, una chica de otro grado entra con una mesa llena de vasos con un líquido rojizo, se para a unos metros de los presentes y los invita a tomar, todos se empujan para llegar rápido a la mesa, pero es demasiado tarde, el veneno ha hecho efecto y comienzan a morir uno a uno antes de llegar al preciado antídoto, mientras Elena es testigo de todo.
Al terminar todo, aparece aquel que todos creían muerto con un vaso lleno del antídoto, se lo entrega a Elena quien lo bebe a toda prisa y sale corriendo.
Mario mira a todos sus compañeros muertos y con una sonrisa en el rostro dice —¿Qúe puedo decir? la única verdad sobre mi muerte es que jamás me suicidé, solo quería verlos sufrir.