Aquella tarde tranquila, un poco ventosa, de otoño, Opal se hamacaba tranquilamente con la niña en brazos. Tras aprender a controlar ese transporte, no volvieron a perderse un momento con Cyan, así como lo hicieron con su padre. La pequeña jugaba con un tigre de peluche que Raphael le dio por su cuarto cumpleaños, no mucho tiempo atrás. Hablaba con él fingiendo que la entendía, o realmente creyendo que así era. Esa tía suya, a quien recurría como a la madre que no tuvo, la contemplaba enternecida. Para esos momentos, en que se tenían una a la otra, lo demás no importaba.
—¿Cómo decía «tigre» la abuela? —preguntó esa niña, refiriéndose a la madre de las gemelas. Hablando también de la lengua natal que esa mujer les heredó.
—Tigre, así como en español, en italiano y francés; que son otros idiomas del mismo planeta.
—¿Y aquí cómo le dirían?
—Aquí no había tigres, pero hubo un animal similar a ese, y a un lobo, al que llamaban Gïrët. Y su primo, más parecido aún al lobo, se llamaba Köpü.
—Gïrët y Köpü... podría llamarlo así, ¿crees que papi pueda traerme un lobo para hacerle compañía?
—De seguro consiga alguno en su próximo viaje, amor.
Mientras ellas charlaban, el padre de la niña se había acercado y las observaba con gracia desde una ligera distancia, sentado junto a las puertas traseras del castillo. Esa pequeña sonrisa que se asomaba en su rostro, junto a los ojos rojizos enternecidos por tal imagen, pronto se borraría para dar paso a esa cadena de dudas, tan habitual en él desde el nacimiento de su hija. Cada vez que miraba con cariño a ese ser inocente recordaba su propia inestabilidad y lo peligroso que esta lo volvía. Temía lo que «Dony» pudiera significar para ella, o incluso lo que fuese capaz de hacer en el momento de su frenesí. Estaba seguro de jamás desearle el mal a esa bella niña, pero temía olvidar lo mucho que la amaba durante algún ataque. Por suerte, nunca volvió a sufrir uno de esos, no después del encuentro con Meyder. Entonces decidió eliminar esas ideas de su mente, volviendo a contemplar silenciosamente a sus chicas. Ellas seguían hablando mientras Cyan abrazaba su peluche, de seguro sobre otros animales o las lenguas que ella apenas iba aprendiendo. Pero de pronto dijo algo que dejó más que asombrados a los dos adultos en ese sitio.
—Tía, mi hermanito dice que Gïrët le asusta, pero él no da miedo...
—¿Hermanito?, ¿qué hermanito? —respondió ella intentando disimular su sorpresa. Cya, de cariño, la observó como si acabara de preguntar una tontería.
—Él, mi hermanito. —Con un breve ademán, moviendo ligeramente la mano que no sujetaba al tigre, señaló a su lado, donde no había más que un espacio vacío.
—Oh, ya veo, ¿y dice que le da miedo? —Cyan asintió, algo más contenta al considerar que su tía ya lo había visto—. Bien, eso es porque no conoce la historia del Tigre y el Arroyo, ¿quieres que se las cuente?
La niña aceptó emocionada, atenta a la historia que, probablemente, Opal acababa de inventarse. Al terminar un rato más tarde, tras agradecerle por calmar a su «hermanito», la niña se marchó a seguir jugando en soledad con su gran imaginación. Entonces Rapha aprovechó ese momento para acercarse a la mujer de blanco.
—No, Raph, tiene un amigo imaginario. En este caso, un hermano imaginario.
—¿Eso crees? Nunca lo había mencionado, ¿y por qué justo un hermano?
—¿Quién sabe? —Se encogió de hombros—. La imaginación de algunos niños los llevan a inventarse cosas de la nada, tal vez decidió crearse un hermano porque nos ve siempre a Rose y a mí, o porque hace poco le estuve leyendo Hansel y Gretel. —Volvió la mirada hacia donde la niña se había marchado, viendo cómo entonces jugaba con Ámbar—. Solo sigue su juego, la alegrarás y, algún día, lo olvidará. Es muy normal a esta edad, más al ser la única niña en todo su mundo.
—Tienes razón, aunque tal vez quiera un hermano real, luego hablaré de eso con ella.
—Primero consíguele un lobo para acompañar a Gïrët, así no anda asustando al hermano que ya tiene.
Y, tras soltar una pequeña risa, le dio un par de golpecitos sobre el hombro. Él también rió. Al rato Opal se marchó hacia algún otro sitio, por lo que él fue a compartir un momento con su hija. Mientras ellos dos jugaban, pudieron ver en el cielo, a la distancia, una nave atravesando la atmósfera. El corazón de uno se alteró, algo temeroso pero a la vez ilusionado. Hubo cierta decepción aun sobre el alivio que le produjo reconocer que no se trataba de la nave robada a las gemelas cuatro años antes. Opal también la vio llegar, dirigiéndose de vuelta al castillo cuando notó su descenso cercano a este. Al llegar, no mucho tiempo después, creyó ver algo familiar en esa pequeña nave, estacionada a pocos metros de ella. Entró, dirigiéndose a la sala. Ahí se encontró con Rose, sentada en uno de los sofás, y a su lado, también una vieja amiga: Kiah. Cuando ella vio a la chica albina le regaló una cálida sonrisa, para luego ponerse de pie e ir velozmente a abrazarla.
—¡Opal, tanto tiempo! Me da mucho gusto verte. ¡Ah, felicitaciones! Rose me está contando todo —dijo la mujer de piel azulada, manteniendo la sonrisa en su rostro—. No sabes cuánto me gusta ver que estés tan alegre, más que la última vez.
—Kiah... vaya, hola... ¿Cómo llegaste aquí?
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Editado: 18.07.2021