Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo II

  Una tarde, luego de varias semanas evitando hacerlo, Raphael decidió llevar a su hija al campamento donde estuvo de niño. Así, él podría comprobar quiénes estaban a cargo, cuánto había cambiado, y si era seguro para ella. Además, Cya se notaba tan emocionada ante la idea, que no dio lugar a que su padre se arrepintiera. Las chicas aprovecharon ese día separadas de su familia, cada quien a su modo. Por un lado, recibieron la visita del dúo más querido por Kiah, al cual integraban su enamorado y el primo de este. Así que esa chica pasó el día con ellos dos, mientras Rose los acompañaba eventualmente. No estuvo demasiado ahí, dado a que iba paseando entre el salón donde ellos se hallaban y el pasillo que llevaba a la sala más alejada de la entrada. Parecía haber algo en el patio trasero, hacia el cual tenía vista en este segundo sitio, que le llamaba la atención. Entonces se la veía apoyada en el marco de la puerta que separaba el lugar donde sus invitados descansaban y el pasillo, desde el cual, a través de otra abertura, podía ver difícilmente hacia afuera y compartir con los chicos al mismo tiempo. Tenía, para ese momento, la mirada fija en aquel punto solo visible para ella, cuando oía a su vez la conversación a pocos metros de sí.

—Y sí, primo, algunos tenemos suerte en el amor, los demás en otras cosas.

—Ay, no seas así, Mikie —exclamó la muchacha, sentada entre los dos. Luego se dirigió al que pronto podría ser su primo—. Solo espera, las mejores historias llegan cuando menos te los esperas.

—No lo sé, querida, tal vez deje de intentarlo con mujeres —dijo, sonriendo cómicamente, Leo. Luego de cesar las risas, Rose los miró directamente.

—Si quieres te presento a mi hijo, entonces.

—¡Ey! —Mike volvió a reír—. Es buen negocio.

  Una carcajada se extendió a través de la sala, la morocha dejaba ver apenas pequeños indicios de disfrutarlo, como esa simple sonrisa llena de gracia. Pero en tan solo unos segundos su mueca se destorció, concluyendo en una línea recta. Llevaba un largo tiempo tratando de llegar a la mente de Opal, a quien parecía estar observando algunos minutos atrás, pero la distancia le jugaba en contra. Ellas solían decir que podían oír lo que la otra pensaba aun con miles de kilómetros interponiéndose, pero dependiendo siempre de la intensidad con que determinado tema rondara en su mente. Así que, cuando Rose no pudo sentir lo que su hermana pensaba y la vio vagando aleatoriamente en el patio, creyó que algo extraño sucedía. Y entonces, una imagen comenzó a rebotar constantemente en los pensamientos de su gemela, lo que le permitió saberlos. Solo una cosa, pero muy poderosa, con la cual estaba relacionada la conversación de aquellos ajenos en la misma habitación.

—¿Mi hermana está enamorada?

  Tanto fue el asombro, y la espontaneidad con que lo dijo, que el trío presente volteó. completo y lleno de dudas, a mirarla. Por otro lado, Opal aún vagaba por ese sitio, detrás de la casa y del quiosco, camuflando los blancos volados de su vestido entre las plantas de morado y rojizo color. Una sonrisa poco típica de ella en el rostro, algo de ternura y emoción latentes en su mirada al mismo tiempo. Parecía hablar sola, pero en realidad no lo hacía. Un pequeño holograma se reflejaba desde el anillo que ella misma había hecho, basado en el comunicador de Kiah, con un diminuto ópalo arcoíris usado como proyector. Hasta en el tono de voz que usaba con ese hombre se notaba lo diferente que lo trataba del resto. Poco después se sentó sobre un tronco caído.

—¿Dices que veía cosas? Qué extraño, incluso para ustedes.

—Sí... Aunque no me preocupa tanto, tengo una leve idea que podría justificarlo pero necesito seguir y comprobarlo.

—Entiendo, llámame si lo necesitas.

  Y luego una sonrisa, de ese chico, que le alborotó los cables a Opal. Se limitó a sonreír, mínimamente, y asentir. Hubo unos segundos de silencio para nada incómodo, luego él se mordió disimuladamente el labio, desviando por un momento la mirada.

—Olvidemos un poco todo esto, ¿cómo has estado?

—¿Yo? Pues genial. —Volvió a sonreír, pero entonces con cierto toque de picardía—. ¿Y tú, Da-...?

—Oh, vamos, no seas así. —Se cubrió parte del rostro, negando con gracia. Ella rió—. Te conozco tan bien... Sabía que tarde o temprano lo mencionarías.

—Es que me dio mucha gracia, tu hermanito se escuchaba bastante furioso, digo, nunca lo había oído llamarte así.

—Sí... es un nombre falso —su voz temblaba un poco, como si dudara de lo que decía—. Todos tenemos uno, hay que cuidarse de la mala fama.

—Tal vez empiece a decirte así, la verdad que es bastante lindo.

—Solo lograrás que deje de llamarte, linda.

  A punto de contestar, aún con su sonrisita ligeramente atrevida, fue interrumpida por la voz de su hermana. Temerosos de ser descubiertos, de exponer su pequeño secreto, se despidieron y cortaron la transmisión, dando lugar a que Opal improvise. Al voltear, tomando tan pronto como pudo un libro que había dejado para eso sobre sus piernas, fingió ser interrumpida a mitad de una cautivadora lectura. Rose se acercaba tranquilamente una vez captada su atención. Ya estando ahí, se sentó junto a ella en el tronco de corteza casi púrpura. La de blancos tonos fingió ingenuidad.

—¿Qué pasa, hermana?

—Nada yo... quería saber si tenías algo que decirme, noté tu mente algo… —breve pausa— acelerada.

—Bueno, creo que no... ¿Como qué?

  Su versión alternativa aguardó unos segundos, creyendo que tal vez se rendiría y le fuese a contar. Pero, en lugar de eso, Opal mantuvo la mirada aparentemente ilusa. Al parecer entendió que su gemela no le confesaría nada a sabiendas de que, cuando realmente se lo proponía, era imposible sacarle información. Lo meditó, pensando si seguir presionando o nada más dejarla en paz. Entonces recordó algo que tenían pendiente, una conversación que en todos esos años no se había llegado a concretar, pero que así debía hacerse tarde o temprano, por lo que aprovechó el momento para sacarlo a la luz.




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