Ya nada marchaba bien. Cada cual se encontraba luchando con un demonio diferente. Por un lado, Opal y Ruby huían de la ira que la mujer del problema buscaba desatar sobre ellos. Corrían a una distancia lo bastante próxima como para oírse uno a otro, lanzándose entre los rincones tras encontrar un nuevo escondite, y que al ser este destruido al instante por Cyan, fuesen obligados a escapar una vez más. Mientras el corazón acelerado de un niño le nublaba las ideas, su tía intentaba con todas sus fuerzas descubrir qué era en realidad lo que le ocurría a su pequeña. Dejó que sus piernas se desempeñaran por sí solas, repasando mentalmente todo, desde que volvió del campamento hasta ese mismo momento. De pronto vio algunos troncos caídos, los cuales se encimaban ligeramente uno encima del otro, creando una pequeña barrera de metro y medio detrás de la que se abalanzó aprovechando que la amenaza se había distraído repentinamente. Con la espalda pegada a esa barrera de madera, respirando con rapidez mientras intentaba recuperar el aliento, Opal cerró los ojos. Desde que volvió del campamento, desde que supo lo de Ruby, momento exacto en el que comenzó una faceta de ella jamás conocida por sus allegados: la ira, una extrema. A partir de entonces, era frecuente y muy fácil percibir la ira que solía invadirle casi de la nada, casi por todo.
—Despertamos algo en ella... —se dijo a sí misma, llenando su pecho de tanto aire como le fuese posible—. Algo que la volvió... esto. —Asimismo se giró sobre su hombro, viendo atentamente la imagen flotante de esa bestia. Ahí mismo, notó por primera vez una gema azul levitando muy estática sobre ella. Las vetas doradas de esa piedra eran más brillantes que la otra, que giraba en torno a su cuerpo como lo hacían todas las demás joyas de ese tipo. Esa era la que sin más se le apareció, la que le dio todo el poder para liberar su rabia. Segundos después llegó Ruby a su lado, ambos sentados detrás de esos troncos se miraron, la situación no pintaba nada bien para ellos.
En cambio, en el otro extremo del campo, seguían dos de los trillizos con su primer descendiente. Liam intentaba a toda costa tranquilizar el ataque de pánico que sufría su sobrino, mientras que Nathan pensaba en las opciones que les quedaban. Teniendo muy en cuenta que la muchacha estaba fuera de sus cabales, únicamente les quedaba adivinar la manera de detenerla, de neutralizarla. Al girarse sobre sí mismo, para comunicar esa conclusión a su hermano, se halló con el abrazo que unía a este con Raphael, lo que había logrado cesar con sus desesperadas lágrimas. Los observó, bastante adolorido, pero mostrando esto con solo una mirada repleta de pena y sin quitarles los ojos de encima, tampoco se movió del lugar. Liam se desprendió de su sobrino, sonriéndose con ternura. Él veía el suelo, terriblemente apenado. Entonces ese hombre le dio un par de golpecitos en la mejilla al sujeto que tenía delante, logrando así que Rapha le devolviese la mirada. Él seguía sentado en el suelo, su tío se había agachado a esa altura, manteniéndose en cuclillas en frente de este. Luego Liam le tomó el mentón a Raphael, alzando así también su rostro. La sonrisa de aquel tipo tanto mayor a él le emitía una enorme paz. Entonces fue que con un movimiento rápido comenzó la conversación menos esperada por todo mundo. Señaló sus propios ojos usando el dedo índice y el corazón, con la palma apuntando a quien tenía delante, y con ambos dedos realizó un breve movimiento hacia fuera; luego, para terminar, se señaló a sí mismo, a la altura del pecho. Todo en un segundo, o menos, y le hizo saber que debía mirarlo. Le dijo eso: mírame.
—¿Sí? —dijo el hermano de su padre, asintiendo a la vez que movía los labios, sin olvidar la sordera de aquel hombre.
Raphael asintió, luego se dio entre ellos toda una conversación en lengua de señas. Idioma que Raphael no estaba al tanto de saber, ni Nathan, de que Liam supiera. Pero las dudas al respecto no tenían cabida en dicha secuencia, solo se trató de un instante en silencio durante el cual ese gesticulaba a la vez con sus labios y las manos, dando el mensaje que su receptor tanto necesitaba conocer. «Estás bien, vamos a resolverlo. Esa que te dañó no es tu hija, es algo más. Ella nunca te haría esto, simplemente no lo haría». Nath debió dejar los ojos clavados en la boca de su hermano, ya que sin leerle los labios, habría sido él quien no entendiese. En cuanto todos estuvieron ya calmados, el más joven del dúo que conformaban dos hermanos servía de intermediario entre los restantes. Nathan hablaba de opciones, Rapha se esforzaba por hacerse creer que aquella no era Cya, así quitarse el peso de encima por si debiera dañarla. Entonces, se tomó el tiempo de observar a su alrededor. De esta forma, notó que estaba rodeado por cráteres bastante grandes que resultaron de los rayos que le quitaron la audición. Algunos, incluso, parecían zanjas, o trincheras espaciosas. Supo que allí entraban los tres, y que agachados, las «paredes» los cubrirían. Le tocó el hombro al hermano de su padre, este le volvió a mirar. Ahora era él quien hablaba esa lengua, comunicándole a Liam lo que creía, quien al mismo tiempo le traducía todo al que quedaba excluido de la conversación. Pareció buena idea, y tan solo unos segundos luego se iban metiendo los tres a esa improvisada trinchera, valiéndose de sus manos para cavar y hacerla algo más adecuada, amontonando delante de sí la tierra que desprendían para cubrirse mejor. Solo les quedaba pensar en algo, aunque para ello creyeran necesitar urgentemente la ayuda de Opal y Ruby.
—¿Deberíamos ir por los chicos? —preguntó Nath, observando por encima del montón de tierra para buscar velozmente al resto de la familia.
—¿Sabes al menos dónde están todos?
—Creo... creo que Derek acaba de asomarse, debe estar ya un poco mejor... Rose ha de seguir escondida y a los demás no los veo, solo sé que corrieron hacia el Este.
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Editado: 18.07.2021