Opal & Rose: The Lost Child // #o&r2

Capítulo III

  Luego de ese hubo otro planeta, y otro. Las gemelas mantenían algo de esperanza, pero comenzaba a volverse tedioso el viaje. Sabían, todos ellos, que de otra forma tardarían años, pero la poca simpatía de una chica en especial hacia sus nuevos compañeros agobiaba la situación. Rose lo intentaba, al menos, consciente de que ellos eran su boleto más directo hacia donde se encontrara Raphael. A Opal, en cambio, parecía molestarle todo el tiempo la constante atención de Leo.

—No parece mal chico, Opal, solo le gustas y ya.

—Eso porque tú no lo aguantas, es... —gruñó por lo bajo, algo harta ya—. Parece que se cree sombra, no me deja en paz ni veinte segundos, por más que lo rechace él sigue y sigue.

—Puede que sea eso lo que le guste de ti, intenta ser más amable, si no se le pasa al menos podrás calmarlo si cree que le agradas.

—¿Terminaron, señoritas? —Mike con algunos frutos en el bolso que se había marchado vacío de ahí, sonriendo y tratando de emanar la mejor energía posible—. Leo está intentando abrir un nuevo portal, en cuanto termine iremos al siguiente planeta.

—¿Es muy lejos, Mikie?

—Para nada, Rosita, dentro de los límites de la galaxia.

—Genial, danos un minuto.

  Él asintió, saliendo de la carpa en que solían dormir cada dos o tres noches. Rose volvió la vista a su hermana, insistiendo con solo una mirada en que al menos lo intentara. Ella suspiró con cierto cansancio, aceptando hacer la prueba. Si no funcionaba, estaba dispuesta a beberle hasta la última gota de sangre. Ambas guardaron las pocas cosas que cargaban con ellas, saliendo algunos minutos más tarde para encontrarse con el resto de su grupo esperando por partir. Al atravesar ese nuevo portal, se encontraron en un mundo totalmente distinto a cualquiera que hubiesen imaginado. Lo más visible desde un comienzo fue, no uno, sino mínimo tres volcanes. De ellos desprendía un humo oscuro, polvo y cenizas. El cielo se veía rojo por razones que no se detuvieron a pensar, y en el suelo no crecía hierba. Las gemelas oyeron el murmullo detrás de ellas seguido de un ataque de tos. Entonces desprendieron la mirada de su entorno para ver en su dirección. Aquellos dos intentaban respirar aquel aire podrido, quemado. Mike se cubría nariz y boca con el brazo, Leo no podía dejar de toser.

—¿Está todo en orden?  

—No, Rose, ¿cómo crees? —alcanzó a decir con quien mejor se llevaba—. No entiendo cómo es que pueden respirar.

—No lo hacemos.

  Ambos las miraron serios, con más que ciertas dudas en mente al oír algo como eso. Sabían que eran muy poderosas, ya lo habían comprobado, pero el hecho de que no necesitaran aire de ningún tipo para respirar los confundía. Las gemelas se miraron entre sí, para luego acercarse más a ellos. Tanto Leo como Mike retrocedieron inconscientemente unos pasos, ellas intentaron calmarlos.

—Tranquilos, en serio, luego les explicamos todo... —susurró Opal, ganándose una mirada aún más confusa de los chicos. 

  Entonces, cada una se acercó peligrosamente al rostro de uno y otro. Leo tragó saliva, su compañero no logró inquietarse tanto porque la situación a su lado le daba bastante más gracia. Opal sopló despacio sobre la nariz del chico con cabellos café oscuros, Rose del castaño. Rápidamente, como si debieran hacerlo antes de que ese aire se les escapara, crearon sobre sus bocas y narices una máscara plástica y flexible que las cubrió por completo. Luego volvieron a alejarse, satisfechas con su trabajo.  Estas máscaras les permitirían ser oídos por las gemelas sin problemas, mientras que el aire necesario para mantenerlos vivos se les proporcionaba casi por arte de magia. Hecho esto, se propusieron seguir el camino, tratando de alejarse lo más pronto posible de ese escenario infernal. Al dúo que apenas conocía el potencial de esas dos mujeres tan extrañas e intrigantes le sorprendía cada vez más lo que veían de ellas, sus habilidades, poderes, sus cualidades en general eran todo un misterio que estaban dispuestos a resolver pronto.

—¿Qué habrán venido a hacer aquí? Este lugar... parece muerto. —La mirada de Mike recorría todo el panorama.

—Pues, hace tiempo leí que en partes no muy conocidas del universo carecen de varios elementos esenciales para, bueno, casi todo —comenzó Opal, ganándose la atención del resto—. Y resulta que por esa zona se creó un tipo de máquinas capaces de funcionar con una especie de combustible alternativo muy raro a base de ácido clorhídrico, sulfhídrico y varias cositas más difíciles de recordar. —Señaló entonces un volcán, haciéndolos voltear en esa dirección—. Los volcanes liberan gases que, en estado líquido, se convierten en esos ácidos, así que, en resumen, puede ser que...

—¿Se detuvieran para buscar combustible?  

—Técnicamente.

  Rose gesticuló un «wow» con los labios, antes de reír nerviosamente. Le inquietaba imaginar a su hijo, al pequeño Rapha, en un lugar así. Y eso la llevó a pensar en su planeta, su hermoso hogar lleno de vida. Lo extrañaba, extrañaba tener ahí a sus amigos, a su hijo, incluso a quien ya no quería extrañar. En sus ojos se podía ver lo que sentía, pero Opal no se atrevió a mencionarlo. Pronto su dispositivo comenzó a titilar, más pronto que de costumbre, lo que confirmaba la teoría de la visiblemente más inteligente (o la que más cosas sabía, en realidad) entre ellas: ese sitio fue solo una corta parada. Lo que restaba era ubicar el nuevo planeta y abrir un portal hacia él, lo que solía tomar algo de tiempo. Mientras se encargaban de eso, las gemelas buscaban darles charla.




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