Orión

Capítulo 23

La oscuridad predominaba en el lugar en donde estaba, el ambiente era pesado, era como si todas las emociones negativas, tuvieran un lugar en dónde reunirse, y yo estuviera en él.
Empecé a caminar despacio, lo único que se escuchaba era el eco de mis pasos, y mi respiración lenta y pausada. A medida que avanzaba, el lugar parecía llenarse de más angustia y miedo, era como si eso fuera lo único que existiera.
¬- Tienes que cuidarte…
Me detuve de inmediato, la voz sonaba distante, pero aun así era clara y… melódica.
- ¿Quién está ahí? – dije en voz un poco alta, temía hacer mucho ruido.
En ese momento quise recordar el por qué me encontraba en un lugar así, pero no podía agarrar nada de mi cerebro, era como si estuvieran allí los recuerdos, pero éstos fueran lo suficientemente escurridizos como para no dejarse atrapar. Aún con mi total falta de memoria, pues tampoco tenía la menor idea de quién era yo… lo único que sabía era que me llamaba Cyrene, nada más; la sensación no me desagradaba, al contrario, era como si estuviera agradecida de sólo saber mi nombre; otra cosa era el lugar en el que me encontraba, definitivamente tenía que salir de allí.
Seguí caminando guiándome con mi mano pegada a la rocosa pared, pues la oscuridad era total, no podía ver absolutamente nada de lo que me rodeaba. Aquella voz melodiosa no se volvió a escuchar, así que seguí caminando, hasta que unos metros más allá, pude ver una muy pequeña luz, empecé a caminar más a prisa, era hermosa la luz, totalmente blanca, y a medida que caminaba, ésta se hacía más grande y atrayente. Cuando llegué por fin a la fuente de luz, del otro lado se podía sentir una paz, tranquilidad y armonía que me dejaron sin aliento, era el total opuesto al lugar en el que me encontraba en ese momento. Sin querer alargar más el momento, estiré el brazo, con la intención de que él hiciera de guía, pero para mi sorpresa, mi mano tocó una fría superficie. Era como si una ventana totalmente trasparente no me diera paso a tan maravilloso lugar. La ira y la desesperación, sentimientos que sobraban en ese lugar, me engulleron, comencé a golpear con fuerza aquel vidrio, pero era totalmente inútil, me giré en busca de algo para golpear aquella ventana, pero no veía en lo absoluto, incluso mi mano se veía perdida a unos cuantos centímetros de mi rostro. Era increíble que con toda la luz que emitía aquel lugar al otro lado de la ventana, no fuera capaz de atravesar tan densa oscuridad.
- Tu deber es estar aquí.
Volvió a decir aquella melódica voz.
- ¡No! – grité desesperada.
De repente, sentí cómo todo se movió, y como si se hubiera abierto un hueco justo bajo mis pies, caí a un abismo oscuro y sin fin.
Abrí los ojos, de nuevo me encontraba en ese lugar, puede que no recordara nada a excepción de mi nombre, pero sí retenía ya todas las veces que había despertado en aquel desolado y oscuro lugar. En algunas ocasiones, caminaba sin nada más qué hacer, sólo había ido hacia la luz un par de veces más aparte de la primera, pero ya la cuarta vez que vi aquella luz, simplemente la ignoraba y me iba por otros lugares; lo único que cambiaba de día a día, era el hecho de que poco a poco se podía ver un poco más en aquel sitio. Parecía una cueva con una serie de pasadizos, donde todos al final conducían al mismo lugar… a la nada. La caída en el abismo, ya no me tomaba por sorpresa, era como su particular aviso para indicarme que debía desconectarme de aquel extraño lugar. 
Aquella voz melodiosa, en ocasiones sólo tarareaba una melodía dulce y pacifista, algo totalmente en contraste con el lugar, pero que lograba transportarme a un lugar lleno de naturaleza… bueno, al menos en mi imaginación.
Desperté… de inmediato supe que algo estaba mal… El lugar no estaba sumido en la oscuridad, algo a lo que ya me había acostumbrado, un lugar al que ya tenía en mi cabeza como hogar.
Lentamente me incorporé, estaba en una cama enorme, cuyas sábanas eran de seda blanca. La habitación era increíblemente espaciosa, hasta el techo estaba a varios metros sobre mi cabeza, en él había pintado una serie de imágenes, las cuales por el momento no determiné con atención, ya que mi corazón estaba desbocado ante el creciente pánico que sentía en ese momento. Vi a mi alrededor, no reconocía nada, al parecer mi memoria se empeñaba en seguir en blanco; poco a poco me incorporé, pero los movimientos que hacía eran extremadamente lentos, ya que sentía todos mis músculos agarrotados.
Me fijé un poco más en la habitación, en ella habían ventanas que dejaban entrar la luz del día, por eso sabía que no era de noche, pero éstas estaban muy altas, y además tenían gruesos barrotes.
<< ¿En dónde estoy? >>.
No sabía por qué sentía mis músculos de esa manera, pero aun así, lentamente fui caminando hacia la enorme doble puerta de madera oscura que se encontraba allí, cuando la empujé, ésta no cedió ni un milímetro; empecé a tener pánico, realmente no sabía en dónde estaba, ni por qué estaba allí, no sabía absolutamente nada.
Cuando intenté gritar, me detuve abruptamente, pues no me había dado cuenta hasta ahora de lo seca que tenía la garganta y la boca, el dolor me atravesó; poco a poco, fui humedeciendo mis propios labios.
- ¿Hola?... ¿Hay alguien aquí? – dije en voz alta, mi voz era bastante ronca y rasposa.
Esperé unos segundos con el oído pegado a la puerta, pero nada, no se escuchaba nada.
Después de esperar allí pegada por lo que a mí me pareció casi una hora, empecé a andar por toda la habitación. Había otra puerta, la cual daba a un baño totalmente blanco, entré y una vez saciadas mis necesidades, me miré en el espejo, tenía unas ojeras enormes alrededor de los ojos, estaba pálida, y mi ropa consistía en un simple camisón rosa pálido. Empecé a preocuparme de nuevo, intentaba con todas mis fuerzas recordar algo, pero nada. En ese momento sentí la debilidad que gobernaba mi cuerpo, era como si sólo con el paso del tiempo, fuera siendo consciente de nuevas cosas.
Me fijé en la ducha, debía tomar un baño, estaba más que espantosa; me deshice de mi ropa, y una vez desnuda, me fijé en los débiles arañazos en mi antebrazo, justo encima de tres lunares que tenía.
<< ¿Cómo me hice eso? >>.
Sacudiendo la cabeza, ante la impotencia de no saber nada, me metí a la ducha en donde me di un largo baño; cuando terminé, no tuve más remedio que ponerme la misma ropa. Al salir del baño, justo en mi cama, un tipo estaba sentado con la mirada perdida en el techo.
Me fui hacia atrás, hasta que mi espalda tocó la pared, el corazón me latía con fuerza.
- ¿Qui… quién eres? – dije sin poder ocultar mi creciente nerviosismo.
- Veo que te has duchado. – dijo el tipo sin mirarme.
Me fijé en su atuendo, tenía unos pantalones ajustados, unas botas que le llegaban hasta la rodilla, una camisa blanca, y un chaleco con adornos dorados.
- Te hice una pregunta.
- ¿No me reconoces? – dijo con voz extrañada mientras ponía su atención en mí.
Sus ojos verdes se inyectaron en los míos; no sabía de dónde debía reconocerlo.
Él siguió mirándome mientras se ponía de pie y avanzaba lentamente hacia mí.
- ¿De verdad no me conoces? O te estás haciendo la graciosa Danna.
- ¿Danna? – dije mientras me apretaba más contra la pared, pues él ya estaba a tan sólo un par de pasos de mí – Yo no me llamo Danna, mi nombre es Cyrene.
- ¡Rayos!... – masculló - ¿Qué te hizo él? – parecía totalmente furioso.
La falta de energía me estaba pasando factura, pues mis rodillas cedieron. La caída la detuvo el chico frente a mí, que de inmediato me agarró y me llevó a la cama.
- Estás soportando todo esto con tan sólo tu energía vital… - hablaba más para él mismo que para mí; yo, por mi parte, no lograba encontrarle sentido a todo lo que decía - ¿Recuerdas algo más?... ¿o a alguien?
- No… - dije en un susurro – sólo sé que me llamo Cyrene.
- No te puedo dejar así… no sería bueno que cayeras de nuevo inconsciente.
- ¿Estuve inconsciente?... ¿Por cuánto tiempo? ¿Por qué? ¿En dónde estoy? – dije angustiada.
- Sssshhhh…  - acarició mi mejilla, mientras retiraba algunos mechones de mi pelo - Tres días, la verdad esperaba que fuera más tiempo, pero al parecer eres más fuerte de lo que creíamos… Y por las otras cosas, ya te enterarás.
- No entiendo… - dije frustrada, mientras empezaba a sentir un leve dolor de cabeza - ¿Por qué no me respondes?
- No importa, por ahora será mejor que te relajes.
Como estaba sentada, sus manos me tomaron el rostro, y sin darme tiempo a entender qué era lo que estaba haciendo, me besó; intenté alejarlo de inmediato, pero él reafirmó su agarre y no me permitía moverme en lo absoluto; el beso fue firme en un inicio, casi al segundo de sentir su lengua tocar la mía, una ola gigante de energía me inundó, podía sentir cómo se despertaban todas las terminales nerviosas de mi cuerpo. Mi corazón quería salirse de mi pecho, el beso pasó de firme, a algo más íntimo, y algo urgente; una de sus manos fue hasta mis piernas, las cuales empezó a recorrer con extrema lentitud, la otra la posó en mi vientre, y me empujó de manera que quedara recostada en la cabecera de la cama. En ese momento, uno a uno, los recuerdos fueron agolpándose de manera inclemente, jadeé al sentir sus manos meterse bajo mi camisa.
- ¡Espera! – dije apartando a Adrián con las manos - ¿Qué… crees que… estás haciendo? -  dije con la respiración agitada.
- ¿Ya me recuerdas? – parecía confuso y agitado.
- ¡Por supuesto! – dije con el ceño fruncido - ¿Me quieres explicar qué estabas haciendo?
No podía con la sensación que había dejado en mis labios, bueno, no sólo en ellos, sino en todo mi cuerpo. Pero ahora eso no era lo más importante, tenía que concentrarme en otras cosas.
Él me miró durante unos segundos.
- ¿Qué recuerdas? – dijo ya más serio y calmado.
Puse los ojos en blanco, pero empecé a hacer memoria, no había olvidado aquel lugar oscuro, y que yo pensaba que me llamaba Cyrene… << ¿Podía ser más irónico? >>… Pero sabía que el menos lo de aquel lugar, había sido un sueño.
Entonces recordé a Denes, la respiración se me volvió a agitar, tenía que salir de allí, y conseguir que de alguna manera Adrián no se enterara de nada.
- De… debemos irnos. – dije levantándome de golpe, cogí a Adrián de la mano, y empecé a arrastrarlo, pero de un sólo movimiento, él me haló, e hizo que quedara justo frente a él - ¿Qué haces? – dije algo desesperada - ¡Nos tenemos que ir!
- ¿Qué recuerdas? – dijo con voz plana.
Por su expresión sabía que no estaría contento hasta que le explicara qué pasaba.
Exhalé para tratar de calmarme.
- Mira, no te puedo explicar mucho, quizás una vez salgamos de aquí, pero hay unas personas que me están siguiendo, y pueden ser muy peligrosas, por favor, sólo confía en mí y vámonos.
Para ese momento, yo me había aferrado a sus manos, estaba temblando.
Él me miraba de manera indescifrable, era como si intentara introducirse dentro de mí, me ponía algo nerviosa.
- ¿Có… cómo entraste? – dije, y aunque lo había dicho para romper aquel tenso silencio, poco a poco mis propias palabras se sintieron algo pesadas para mí.
- Por la puerta. – dijo sin más.
Apreté los dientes. 
<< ¿A qué está jugando? >>.
- ¿Cómo sabías que estaba aquí? Y por cierto, ¿sabes en dónde estoy? – no pude evitar que mi voz empezara a salir chillona a causa de la angustia.
- No fue difícil saber en dónde estabas… - lo miré ceñuda, su respuestas no me estaban simpatizando en lo absoluto.
- ¿Cómo es eso de que no fue difícil saberlo? ¿Será que te puedes explicar de una vez por todas? – lo miré de arriba abajo - ¿Y por qué te vistes así?
- Conociste a Denes.
Me congelé, lo miré a los ojos, tan sólo tenía una que otra veta azul.
Y como si de un rayo se tratara, la comprensión me atravesó.
- ¿Tú… tú eres… uno de ellos? – solté mis manos de las suyas, pero él de inmediato se aferró a mí.
- Danna…
- ¡Contéstame! – grité furiosa.
Me dolía que se hubiera acercado a mí sólo por ese dichoso cuento de que yo era Cyrene. 
<< ¿De qué lado está? >>.
- Sí, - dijo con voz monótona – pero te recuerdo que tú también eres uno de nosotros.
Negué frenéticamente con la cabeza, estaba haciendo un gran esfuerzo por no llorar.
- ¿En dónde estoy? – dije con la voz filosa.
- En Néa Zoí.
Pude sentir cómo mi estómago se contraía, recordaba perfectamente la sensación al meterme en esa pared de agua.
- ¿Qué… qué estás… haciendo aquí?
- Verificando que estés bien.
- ¿Verificando? ¿Eso quiere decir que no me vas a ayudar a salir?
Por primera vez sus ojos se desviaron de los míos, pero cuando se volvieron a conectar conmigo, había una máscara de hielo impenetrable.
- ¿Qué crees Cyrene? – dijo con algo de sorna - ¿Cómo piensas que voy a dejar ir a mi prometida?
Lo miré como si tuviera diminutos payasos en su cara montando un circo.
- Tú… tú eres el hijo de Denes. – dije con la voz ahogada.
- El mismo. – dijo mientras me mostraba una sonrisa deslumbrante, aunque ésta no llegó a sus ojos.
Volví a intentar alejarme de él, pero me lo impidió, pasó una mano por mi cintura, y me apretó contra él.
- ¡Déjame! ¡Eres un maldito mentiroso!
- Jamás te dije mentiras Cyrene, yo sólo omití hablar de mí, además tú nunca me quisiste preguntar nada.
- Sí, pero sabes perfectamente que no lo hice porque pensaba que te lastimaba de alguna manera recordar tu pasado. No te quería lastimar. – dije sin preocuparme en ocultar mi dolor, mientras negaba con la cabeza, incrédula de lo tonta que era. Lo miré a los ojos, pero estos seguían igual de inexpresivos – Pero eran obvias tus intenciones. Que, ¿te divertiste viéndome la cara de tonta?
- Jamás he dicho que tengas cara de tonta… - dijo en voz baja; acercó su rostro al mío, giré mi cara, pero con la otra mano él hizo que quedara de frente – Quiero que te quede algo muy claro Cyrene, tú estás aquí para cumplir un objetivo, así que será mejor que dejes tu tozudez, y te hagas a la idea de que no puedes cambiar tu destino. – acercó su rostro aún más hasta que sus labios tocaban los míos, yo contuve el aliento, no podía moverme en lo absoluto – Eres mía Cyrene.
Dichas esas palabras, me besó de manera desesperada. Luego de eso me soltó, y en un parpadeo, había salido de la habitación, dejándome de nuevo encerrada.
Estaba paralizada ante lo sucedido, a pesar de haberme besado casi como si fuera un condenado a muerte, no me había lastimado. 
Con el desconcierto inundando cada partícula de mi ser, lentamente me acerqué a la cama, en donde me dejé caer como un costal de papas. Pensé, pensé por muchos minutos, incluso creo que pasaron horas; pensaba en todo, en cada detalle que había pasado en estas dos semanas; al final, sólo sabía lo que ya sabía, pero en el fondo, tenía muchas preguntas, muchos temores. Sabía por qué estaba allí encerrada, era absurdo que alguien se quisiera casar contigo por obtener algo que tú ni siquiera sabías que existía.
Mis pensamientos fueron fluyendo a mis amigos… habían tenido razón, ¿cómo había podido ser tan ciega? Incluso después de todo lo que me había sucedido en el pasado, no lograba quitar ese defecto de mí… confiar en las personas. Incluso los que se decían llamar mis amigos, me habían engañado desde un inicio, entablando una amistad por lástima.
Apreté los dientes, y arrugué las sábanas en mis manos, odiaba eso, odiaba la lástima, era sólo un recordatorio de lo débil que siempre había sido, odiaba ser débil… me odiaba.
Sentí un nudo en la garganta al recordar las palabras de Adrián que tanta dicha me habían brindado. Sacudí la cabeza con gesto amargo.
<< Todo fue una mentira… ¡Pero sí soy tonta! >>.
Mis pensamientos se fueron hacia Zarek, pero lo alejé de inmediato, pensar en él sólo hacía más complicadas las cosas, y no quería darle cabida a cosas que ahorita no estaba dispuesta a manejar. 
<< Suficiente madeja ya tengo por desenredar. >>.
Mi cabeza empezó a divagar, no pensaba en nada, hasta que la imagen de mi brazo aruñado se cruzó por mi cabeza.
<< Orión y Mérope. >>.
Tan sólo pensar en ese par de nombres, se me revolvía el estómago; no era tanta mentira cuando le había dicho a Dyna que prefería ir con Denes que con ese par. Con Denes, sabía que tendría que soportar torturas y castigos; no era masoquista, pero era algo que ya sabía manejar, algo que ya conocía; pero el sólo hecho de tener una ligera idea de encontrarme con ellos dos, hacía que todo se me revolviera, y que mi cuerpo empezara a temblar de tantas emociones que me embargaban respecto a ellos. No, definitivamente no, no los quería conocer, no me interesaban en lo absoluto, ellos no eran nadie en mi vida.
No me quería rendir, pero estaba cansada de tantas cosas que aún veía tan absurdas; aún, cuando ya podía sentir el peso de esa realidad imposible sobre mis hombros. Miré mis manos, se suponía que todo esto se podría solucionar si yo no existiera, jamás había pensado en el suicidio, pues me decía a mí misma que no podía llegar a ese extremo de cobardía, al menos debía ser lo suficientemente fuerte para vivir y enfrentar lo que viniera; pero la vida se empeñaba en poner a prueba ese resquicio de valentía que tenía.
Reí amargamente, ahora recordaba las palabras de Zarek… <<  Ellos… nosotros, somos inmortales. >>.
Era irónico que aunque quisiera decirle adiós de una vez por todas a toda esta locura, no podía.
La noche llegó, no había comido nada desde… ¿cuánto tiempo? En realidad no tenía ni idea, según Adrián había estado tres días inconsciente. Me sentía débil, pero no tanto como antes de ver a Adrián, entonces caí en cuenta de aquel beso.
<< ¡Me estaba pasando energía! >>. 
Recordé cuando Zarek había hecho lo mismo, y luego la expresión de desconcierto y furia en su rostro…
Volví a sacudir mi cabeza con frustración.
Pero mi frustración no sólo se debía a que pensaba en Zarek, sino en la reacción que tuve cuando Adrián me besó, ni siquiera había aprovechado el hecho de que había soltado mi rostro para alejarme de él, sino que me quedé ahí incluso cuando él me empezó a recorrer con sus manos, como marcando un camino de fuego por donde ellas pasaban.
Pero lo que me dejaba intrigada era el hecho de que Adrián me hubiera dado energía, ya que a él no tendría por qué interesarle si estoy consciente o no, a él sólo le debería importar que el día que se efectúe la dichosa boda, yo tenga las fuerzas suficientes para decir sí.
<< ¿A qué está jugando? >>.
Me levanté, tenía adolorida la espalda, pues no me había movido en todo el día, era como si estuviera tan ocupada pensando, que me había olvidado por completo de mi cuerpo.
Unos ruidos me paralizaron, había decidido caminar un poco, y beber algo de agua del lavamanos, pues un intenso dolor de cabeza se estaba encargando de volverme loca.
Las enormes puertas se abrieron, una parte de mí, sabía quién estaba a punto de entrar.
- Denes. – dije al ver al tipo entrar y cerrar la puerta tras de sí.
- ¡Mi querida Cyrene! – dijo expandiendo los brazos a los lados, como si estuviera muy contento de verme; sus ojos ámbar, me evaluaron de arriba abajo – Apenas supe que despertaste vine a verte, ¡no podía creer que lo hubieras hecho tan rápido! Definitivamente eres digna hija de tus padres.
Apreté mis dientes ante sus palabras, pero me limité a no decir nada.
- ¿Qué tal te ha parecido tu habitación? – dijo acercándose lentamente a mí – Debo decirte que tuve que modificar este lugar radicalmente, pues antes… digamos simplemente que no estaba en condiciones de recibir a una princesa tan hermosa como tú. – dijo con una sonrisa lujuriosa en el rostro - Sé que te gustaría conocer un poco el lugar, - continuó diciendo - pero debes entenderme querida, no lo puedes hacer hasta que te cases con mi hijo… que, por cierto, me enteré que ya lo conociste.
Para cuando había terminado de hablar, ya me tenía acorralada contra la pared. Lo miré furiosa, lo quise empujar, pero él no se movió en lo absoluto.
- ¡Aléjate maldito!, ¿qué te hace pensar que yo le diré que sí a tu hijo? – él había puesto ambas manos apoyadas en la pared tras de mí – Primero muerta que casada. – dije con la voz envenenada.
Él sonrió con satisfacción, como si le hubiera dicho que estaba más que encantada y honrada con la idea.
- Entonces no va a ser tan difícil, ya que me imagino que a estas alturas al menos sabes que a nosotros nos cuesta un poco morir. – dijo con mofa.
Me mordí la lengua, había olvidado por completo ese detalle.
- Escúchame bien lo que te voy a decir Denes. – dije sacando fuerzas de no sé dónde – Te vas a arrepentir de hacerme esto, no vas a lograr quedarte con el reino, porque estoy muy segura que la gente de aquí no se va a quedar cruzada de brazos viendo como hundes todo lo que ellos conocen por un estúpido capricho tuyo. Puede que logres que me case con el imbécil de tu hijo, pero no vas a conseguir nada… te lo aseguro.
Él me sonrió, no parecía importarle que lo estuviera insultando en su cara.
- ¿Te digo una cosa Cyrene? – dijo tomando firmemente de mi barbilla, y haciendo que no apartara mis ojos de los suyos – En este momento envidio mucho a mi… hijo, – arrugué el entrecejo, algo me decía que ese par no se llevaban muy bien – pues no sabes cómo me excita tu forma de ser, eres demasiado tentadora; quizás eso sí les envidie a los humanos en la tierra, pues ellos se pueden casar una y otra vez sin problemas, mientras que aquí sólo hay un matrimonio único y válido. Si no fuera así, - me miró de arriba abajo de nuevo – te haría mía.
Tuve que aguantar las enormes ganas de devolver así fuera el aire que tenía en el estómago, cerré los ojos con fuerza, con la esperanza de abrirlos, y descubrir que eso fuera una pesadilla, pero en lugar de eso, en mi cabeza se agolparon imágenes de cuando había estado en las mismas circunstancias en el orfanato.
<< ¡Esto tiene que ser una broma! >>.
Pero los recuerdos se vieron reemplazados por el asco, ya que sólo bastó un segundo que pasara una vez cerrara los ojos, cuando sentí los labios de Denes sobre los míos; abrí los ojos de golpe, y lo empujé con todas mis fuerzas… que en ese momento no eran muchas… eso sólo hizo que él me besara con más intensidad, el asco que sentí en ese momento era insostenible, la furia era otra emoción que se estaba apoderando de mí; en un descuido, mordí su labio inferior, pero desafortunadamente era tan poca mi energía para ese instante, que en vez de lastimarlo, podía sentir cómo lo disfrutaba.
- Me encantan tus mordiscos Cyrene. – dijo con voz ronca – Aunque quisiera quedarme, no puedo, no puedo poner en entre dicho tu honor. - me dio otro beso en los labios, y se fue caminando como si nada hacia la puerta.
- Que descanses, y trata de no malgastar tus pocas energías, no queremos que caigas inconsciente. – me guiñó un ojo y se fue cerrando la puerta tras de sí.
No lloré, me moría por hacerlo, pero eso de nada serviría; en cambio con muchísima dificultad, llegué a la cama, en donde hecha un ovillo, me quedé profundamente dormida.




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