Caía la noche en Caenus, Sabidia se preparaba para descansar y los viajeros alistaban sus camas para dormir. Hatysa por su parte, no podía conciliar el sueño sabiendo que su hermano no estaba seguro en aquel lugar. Orestes se percató de que la princesa no estaba dormida, sino que, observaba la luz de Manwa en el cielo.
—¿Por qué no estás durmiendo, hermana? —cuestionó Orestes.
—Ya sabes el motivo, ahora vuelve a la cama. Yo cuidaré de ti esta noche.
—Me rehúso a dormir si tú no lo haces. Ya te dije que aquí no me pasará nada malo. Quizá estás en error.
Hatysa volteó hacia su hermano llena de ira y dijo con firmeza—¿Que estoy en error? ¿Acaso mis visiones han fallado alguna vez, Orestes? —suspiró —Es ese hermano de Horana quien quiere lastimarte, ¿no lo entiendes?
Orestes guardó silencio, sintió un nudo en la garganta y se sentó a un costado de la cama. Fue entonces que el viajero pensó en cómo alguien a quien jamás había visto quería lastimarlo.
—Es que no entiendo, ¿por qué desear tal cosa si jamás nos hemos visto?
—Tú no, pero él a ti sí —respondió Hatysa.
Orestes frunció el ceño y miró fijamente a Hatysa a los ojos diciendo —¿Sabes el motivo, verdad?
Hatysa tragó en seco, intentando evadir la pregunta de su hermano, pero sabía que no podía hacerlo. La mirada fría y penetrante de Orestes la ponía bajo presión. Sin embargo, justo cuando se disponía a hablar, algo extraño sucedió.
—Orestes, tus ojos —alertó la princesa—, se tornan blancos.
Orestes parpadeó varias veces, desconcertado por el comentario de su hermana. Lentamente, llevó una mano a su rostro y tocó sus ojos. Sintió una extraña sensación de cosquilleo por todo su cuerpo mientras sus pupilas se tornaban opacas, como si estuvieran veladas por una neblina blanca.
—¿Qué está pasando, Hatysa? —preguntó Orestes con voz temblorosa —¿Qué ocurre conmigo?
Hatysa, asustada pero decidida, se inclinó hacia él y examinó sus ojos de cerca.
—No lo sé, Orestes, pero esto no es normal. ¿Sientes algo extraño?
Orestes asintió confundido y preocupado. —¿Será Orión tratando de manifestarse? No quiero que eso pase aquí y menos ahora.
Mientras tanto, la luz de Manwa en el cielo brilló intensamente, arrojando una luminiscencia azulada sobre la habitación. La atmósfera se llenó de un silencio tenso mientras los hermanos intentaban comprender el misterioso cambio en los ojos de Orestes, descubriendo minutos después que aquello tenía conexión con las visiones de Hatysa.
Orestes penetró en la mente de su hermana y examinó con detenimiento la escena. En su visión, Eraner, junto a su hermana, perpetraba un acto atroz al asestar una flecha certera en la cabeza de alguien. La revelación lo golpeó como un rayo, y Orestes reaccionó con rapidez, sintiendo un nudo en la garganta mientras pronunciaba sus preguntas.
—¿Fue por esto que viniste? ¿Ellos son los responsables? —musitó Orestes, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con brotar—. ¿Por qué?
Hatysa, con una expresión sombría, respondió con sinceridad:
—No entiendo completamente el motivo, pero encontrarás la respuesta.
La confusión y el dolor abrumaban a Orestes, y con ojos brillantes volvió a preguntar:
—Tú tienes la habilidad de ver el futuro, ¿por qué me evades cuando te pregunto el motivo?
La respuesta de Hatysa fue pronunciada con pesar:
—Porque lo que llevas en tu interior me impide ver más allá. No puedo visualizar tu futuro en su totalidad debido a Orión.
Orestes respiró profundamente, tratando de calmar su agitada mente, y sus ojos recuperaron su color habitual. El hijo de las estrellas se encontraba en medio de un enigma incomprensible, pero su deseo de descubrir la verdad lo impulsaba a querer seguir adelante.
Cuando Manwa se encontraba en lo más alto de la bóveda celeste, Hatysa y los guardianes escoltaron a Orestes y sus acompañantes hacia la entrada de Sabidia. Descendieron con rapidez y al alcanzar la superficie de Caenus, se separaron. Hatysa creyó que su misión había concluido, pero dado que no podía vislumbrar el futuro de su hermano en su totalidad, ignoraba que Orestes aún estaba en peligro, a pesar de haber desviado ligeramente el destino del príncipe.
En medio de la densa y gélida niebla que cubría los campos circundantes, Orestes apresuró el paso, dejando atrás a sus compañeros. El príncipe hacía caso omiso al llamado de Gael, quien mostraba preocupación por él, mientras que Akira y Batbayar permanecían en silencio, aguardando a que Orestes rompiera su mutismo.
Viendo que las cosas no iban como esperaban, Akira se dirigió al hijo de las estrellas sin temor alguno, preguntándole si finalmente había descubierto quién intentaba hacerle daño. Orestes intentó negar la verdad, argumentando que Hatysa había fallado por primera vez en su vida con sus visiones y que todo había sido un malentendido.
—No nos engañes, escuchamos lo que ocurrió allí adentro y sabemos que algo anda mal —declaró Gael—. Sabes la respuesta y no quieres compartirla con nosotros.