Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 11

Luego de una extensa caminata de casi dos horas, Horana se percató de que iban en círculos. La mujer avisaba lo mínimo, pues, debía ganarse la confianza del príncipe quien a su vez, muy receloso le preguntó:

—¿Cómo sabes eso? La Selva Negra es enorme. Nos tomará entre tres y cuatro días salir de aquí. 

A lo que Horana respondió —He visto el mismo árbol tres veces, y lo sé porque está marcado con el sello de mi familia: La lechuza dorada. 

En ese momento, Orestes recordó al ave de la mujer —¿Dónde está tu mascota?

—Lo envié a revisar los límites de la selva para poder salir de aquí. —Respondió Horana con pavidez ante la actitud fría de Orestes. 

Beramir, por su parte, revisaba el perímetro. Sabía que la Selva Negra estaba llena de seres hostiles con un apetito voraz. 

Los caminantes buscaron refugio pues la noche se acercaba. La lechuza volvió a su dueña y permaneció allí como si estuviese protegiéndolos a todos, incluyendo a los perros; Sirio y Proción. 

La primera noche al interior de la selva fue la más terrible de todas; escuchaban risas de arpías, ronquidos de ogros, peleas de centauros, el rechinar de los esqueletos andantes y el andar de una que otra bestia salvaje. 

En completo silencio, Orestes, Beramir y Horana pasaron la noche al interior de la tienda de campaña. La sabidia y el niño se turnaban para dormir, así pasaron las horas hasta que el primer rayo de Alnitak tocara las tierras caenusianas. 

—Beramir, Beramir —susurraba Horana evitando despertar al príncipe. 

El niño abrió sus ojos lentamente y vio a la sabidia un poco nerviosa. En ese instante, se percató de que algo andaba mal. —¿Qué ocurre? Parece que viste a un fantasma. 

—Es algo parecido, pero materializado. Un esqueleto nómada nos está espiando y lleva mucho tiempo ahí parado y sin mover un solo hueso. —señaló Horana. 

Orestes despertó debido a los gruñidos de los perros, estaba desorientado y preguntó qué estaba pasando. 

Horana alertó que debían salir de la Selva Negra lo más pronto posible, pues, los habitantes de aquel maldito lugar comenzaban a notar su presencia al interior de la improvisada tienda de campaña. 

El hijo de las estrellas tomó su espada, a pesar de estar invidente en ese momento, estaba más que dispuesto a luchar contra el temible esqueleto. 

Horana se dio cuenta de las intenciones del príncipe, pero este logró soltarse cuando la sabidia lo sujetaba para impedir que saliera de la tienda. 

—No es justo que usted pelee en esa condición. —dijo la mujer, pero fue ignorada. 

El príncipe luchaba contra el esqueleto, pero era fuertemente golpeado mientras Horana y Beramir no hacían más que mirar. El niño sentía un fuerte impulso de pelear con aquel ente oscuro, así que, se armó de valor y ante la mirada atónita de Horana, Beramir respiró profundo y salió de la tienda de campaña para ayudar al príncipe. 

Mientras que Beramir encaminaba sus pasos con furia, el esqueleto seguía golpeando sobremanera a Orestes, quien, estaba tendido en el suelo sin poder defenderse. 

—¡Déjalo en paz! —gritó Beramir con desdén y sin dudar, cortó las piernas del esqueleto causando que este quedara destruido al caer. —Aquí estoy, mi señor. He derrotado a esa cosa. 

—¡Beramir! ¡Cuidado! —gritó Horana alertando al chico. 

Aquel esqueleto estaba de pie aún con las piernas cortadas. Fue en ese momento que Horana y el chico entendieron que aquellos seres tenían la habilidad de armarse. 

Al escuchar aquel grito, el niño reaccionó y esquivó el golpe del esqueleto que, contaba con un enorme y pesado garrote de madera cubierto con filosas espinas de rosas de la Selva Negra y clavos de acero forjado por secuaces de Ermor. 

El chico blandía su espada cuan guerrero experto, Horana, por su parte,  sentía mucha admiración, pero debía debía ayudar. Fue entonces que la sabidia corrió hacia el príncipe y lo ayudó a levantarse. 

Por primera vez, Orestes depositó su confianza en la mujer, luego de alejarse del esqueleto, Horana llamó Beramir pues lo vio muy cansado debido a la pelea. El chico se acercó velozmente a ella y en ese mismo instante, Horana entró en acción. 

La mujer luchaba sobremanera contra aquel terrible ser, cuya apariencia hacía recordar a la de los secuaces de Ermor “El terrible” o en su defecto, al mismo ser. 

—¡Beramir! ¡Llévate al príncipe de aquí!

El chico tomó al hijo de las estrellas y corrió en dirección a Alnitak usando a la estrella como guía para hallar la salida. 

—¿Peleará ella sola contra esa cosa? —cuestionó Orestes. 

—Ella es bastante fuerte.

Ambos se alejaron, pero en su afán por salir de la selva, se internaron aún más. Los perros olfateaban, pero no hallaban una pista de la salida, de todos modos, todavía eran muy pequeños. Todo el esfuerzo de los caninos era inútil en ese momento. 

Aquella mañana fue eterna y tediosa, Beramir seguía a los perros y a su vez llevaba a Orestes de la mano. Al ver que nada daba resultado, decidieron acampar. Beramir salió con Sirio a recoger algunas frutas y Orestes permaneció con Proción en la tienda de campaña. 




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