Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capìtulo 16

Varios guardianes caenusianos y treocianos se quedaron en Expedia ayudando a los aldeanos a reparar los daños y recoger los cuerpos sin vida de quienes padecieron en manos de los oscuros. Mientras tanto, Silvain era perseguido por sus enemigos del bajo mundo quienes tenían el propósito de liberar a su jefe de las manos del hijo de Saturno. 

—¡Suéltalo, Silvain! —gritaban los soldados de Ermor con desdén. 

Silvain ignoraba a sus enemigos, descendió velozmente estrellando al terrible contra la arena la cual era áspera y seca debido a la falta de lluvia y las altas temperaturas. Ermor gemía a consecuencia del golpe y el calor, sentía miedo y por los ojos de Silvain, el terrible pensó que lo mejor era huir. 

Los soldados de la oscuridad y los guardianes se enfrentaron. Los acompañantes de Orestes entraron en el campo de batalla para ayudar a los guardianes que eran superados en masa por el ejército enemigo. 

Astrid, Horana y Dione unieron fuerzas y pelearon con ayuda de Sirio y Proción, pero las cosas comenzaron a complicarse cuando Orión se desvió. Fang logró darle el néctar del sueño, por lo que el hijo de las estrellas quedó rendido en un sueño profundo por diez minutos. Cuando despertó, el príncipe había regresado a la normalidad. 

Orestes se puso de pie, analizó su entorno y luego revisó su ropa la cual estaba intacta. Acto seguido se dispuso a caminar hacia el desierto que estaba a doscientos metros de la aldea. 

En el Valle de la Muerte los soldados de Ermor seguían enfrentándose a los guardianes, quienes estaban agotados y algunos con ganas de rendirse. Fang y Beramir caminaban al lado de Orestes, pero el hijo de las estrellas estaba muy a gusto con el hecho de que el chico estuviera presente en el campo de batalla. 

Cuando llegó, le pidió a Beramir alejarse del lugar. Cerca había una duna de más o menos cuatro metros de altura. Beramir corrió hasta allí y se quedó quieto viendo aquel desolador panorama de violencia entre guardianes y esqueletos con armadura. Una vez allí, Beramir fue testigo de lo que sin duda marcó su vida para siempre. El niño vio a Orestes pararse en medio del caos y muy enojado gritó el nombre del terrible a modo de desafío.

—¡Ermor! ¡Aquí me tienes! 

Orestes miraba a todas las direcciones buscando a su enemigo. En ese momento, los guardianes y los oscuros se dividieron y ambos bandos mantuvieron una distancia de cincuenta metros. El príncipe seguía llamando a su adversario, pero este no aparecía. 

—¿Sigues aquí? Sería muy cobarde de tu parte si me escuchas y no das la cara. ¡Vamos! ¡Sal de tu escondite! 

La voz de Orestes sonaba más grave de lo normal, sus desgarradores gritos causaban temor en los guardianes, en especial en los caenusianos. El hijo de las estrellas estaba dispuesto a enfrentarse cuerpo a cuerpo con uno de los más grandes enemigos de su familia. Al ver el comportamiento de Orestes, Silvain se acercó lentamente para calmarlo, pero Orestes en realidad estaba tranquilo. 

—Evamir y Constantin huyeron, no me sorprendería que Ermor también lo haya hecho. —comentó el líder de Treocia —lo mejor es que no te desgastes más llamando a quien no está presente en el Valle de la Muerte.

Fue allí cuando Horana envió a su ave para buscar al terrible. Fénix se elevó y revisó el lugar, pero regresó sin una pista de Ermor. Orestes se acercó a la mujer seguido de Silvain y le preguntó si tenía pistas del terrible, pero Horana disintió con la cabeza y luego bajó la mirada. 

—¿Qué ocurre? —cuestionó Orestes al percatarse de que algo no andaba bien —¿hay alguien peor? 

A lo que Horana respondió —mi hermano sigue aquí, y no quiero volver a Sabidia con él. 

Orestes buscó a Eraner entre los soldados de Ermor, era fácil encontrarlo, pues era el único con carne y cabello entre los esqueletos. 

—Mi señor —habló Horana con pavidez, sollozando a punto de llorar —si me libera de mi hermano, juro protegerlo a usted hasta con mi propia vida y seguirlo hasta los confines del espacio. 

—No, Horana —comentó el hijo de las estrellas —Soy yo quien tiene que protegerte en este momento. 

Orestes tomó su espada, se ubicó delante de su bando y con un fuerte grito de guerra ordenó avanzar para atacar nuevamente. Mientras tanto, los soldados de Emor avanzaron en cuanto escucharon a su líder dar la orden de avanzar. El terrible siempre permaneció oculto simulando ser un soldado común, pero en cuanto escuchó a Orestes dar aquel grito de guerra, se ubicó cobardemente detrás del pelotón en caso de que las cosas se salieran de control. 

Ambos bandos se mezclaron una vez más y solo se escuchaban gritos de dolor, el rechinar de las espadas cuando chocaban entre sí, chorros de sangre cubrir la arena árida del Valle de la Muerte, cabezas disparadas y ráfagas de poder provenientes de los guardianes supremos. 

Beramir estaba a punto de colapsar, pero su espíritu de guerra le daba fuerzas, empuñaba la pequeña daga y con la respiración acelerada sentía el deseo de entrar en la carga de guardianes y ayudarles en la pelea. 

—No, Orestes dijo que debía permanecer aquí y aquí he de estar. —se hablaba a sí mismo como si intentara vencer aquel impulso que lo dominaba sobremanera. 

Mientras tanto, en aquel caótico encuentro de guerreros, las cosas se estaban complicando cuando Ermor dio la cara y comenzó a pelear contra Orestes. Los oscuros parecían tomar más y más fuerza y los guardianes estaban padeciendo ante el poder de sus enemigos. 




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