Adazla
—Muchacha estúpida, ¡ven aquí! -abrí los ojos luego de escuchar los gritos de mi odiosa madrastra o como yo la llamo. La bruja.
Giré mi cabeza para observar el reloj que descansaba en mi mesa de noche y maldije levemente al ver que eran las cinco y veinte de la mañana. —¡Adazla, ven aquí!
Rodé los ojos y me llevé la almohada a la cara.
Estoy harta de aguantar los abusos cometidos por Débora, ya no soportaba más sus maltratos y palabras ofensivas.
Ella había colmado mi paciencia de una forma extraordinaria.
Solo pedía que mi padre regresará pronto de su viaje de trabajo, porque cuándo él estás en casa son los únicos días que tengo de paz en esta casa.
—¡Te estoy llamando estúpida! -retire la almohada de mi cara al escuchar la voz de esa mujer en mi habitación. La mire fijamente y maldije al verla con una jarra de agua.
Antes de que ella se le ocurría lanzarme el agua me levanté de la cama de un salto y en mi afán de refugiarme de ella me dispuse a correr hacia el baño, pero fue demasiado tarde porque la bruja me lanzo el agua totalmente helada empapándome por completo.
Me detuve en seco al sentir el frío del agua sobre mi piel y reprimí el deseo de matarla con mis propias manos.
—Esto es para que dejes de estar de floja. -apreté mis puños, para tratar de contener la rabia que sentía en este momento.
Desprecio a esas mujer con toda mi alma. La quiero a mil metros de mi si es posible.
—Esto también te enseñará a que debes acudir inmediatamente..
Maldita bruja.
—Como diga señora.... -me giré sobre mis pies para quedar frente a frente a esa odiosa y malévola mujer. —Comprendo su amargura Débora. Comprendo que quieres desquitarte porque te quedaste con el deseo de embarazarte. Comprendo tu frustración y hasta lastimas me das…
Las lagrimas se agolparon en los ojos de ella pero aún así no me detendré. Hoy es el día en que necesito dañarla por lo menos un poco en venganza de todo lo que ella me ha hecho. Así que aunque la dañará la haría sentir miserable por todo el daño que me ha hecho a lo largo de estos once años.
—Pero yo no tengo la culpa de que no puedas tener hijos, no tengo la culpa de que prefieras el útero en ese fatídico accidente. No tengo la culpa de que mi padre me ame, más que a tí. No tengo la culpa de ser la luz de los ojos de papá.
Ante estas palabras ella se derramó en lagrimas, y ver sus lagrimas el remordimiento me gano.
Pero ya todo estába dicho. Ya no podía remediar las palabras que le había gritado a esa mujer.
—Hoy regresa tu padre... Más te vale que prepares algo decente. -me sorprendieron esas palabras porque esperaba todo menos escucharla verbalizar dichas palabras.
Algo se traía entre manos esta mujer. Porque esa tranquilidad de ella solo indicaba que una gran sola está a punto de arroparme.
Ella salió de mi habitación dejándome totalmente confundida.
—Ahora si que me mata y me entierra viva. -murmure al verla abandonar mi habitación. —Le declare la guerra a la enemiga, ahora solo hay que esperar que ella lancé el primer golpe.
Me encaminé hasta el baño y una vez allí me despoje de mi pijama mojada y entre a la bañera para darme una ducha caliente.
Cerré los ojos al sentir el agua en mi piel y vi una especie de visión.
En esta visón vi como chocaba con un chico accidentalmente, en el momento en que vi sus ojos sentí un inmenso deseo de siempre verlo. El coloco sus ojos en los míos y vi como sus iris se agradaban dándome a entender que verme le había gustado.
El alargó su mano y tocó mi rostro, y ante su toque contra mi mejilla sentí la calidez que transmitía su mano.
Me gusta sentir su tacto caliente en mi rostro, me gusta sentir que con él tendría la seguridad que tanto he anhelado.
—Te encontré, te encontré.
Abrí mis ojos y negué tratando de que borrar esa absurda visión.
Pendejadas, esa visión solo es pura pendejadas. Porque ni en mil años yo tendría la oportunidad de ser feliz.
A mis veinte años ya lo había entendido. Y no quería esperar al príncipe azúl porque esas ideas no iban conmigo.
Cerré la llave del grifo y tras hacerlo abrí mis ojos.
Odiaba tener ese tipo de visiones, porque estás estaban muy lejos de la realidad.
Me envolví en mi toalla y me encaminé hacia mi vestidor.
Me detuve abruptamente tras recordar las palabras que me había dicho mi madre horas antes de que muriera.
“Te amo mi amor. Eres lo más hermoso que la vida pudo darme, por tí volvería a dejar todo. Por ustedes. Tu padre, tú y tus hermanos son lo mejor que me ha pasado en la vida. Los amo con todo el corazón…”
Me llevé una de mis manos a la medalla que mi madre antes de marcharse me dió.
—Te extrañó mamá. Te extraño. -susurre al borde de las lagrimas.
Extraño a mi madre, porque desde el momento en que ella se marchó de esta tierra mi padre nunca volvió a ser el mismo.
Su cambió fue instantáneo. Vi el dolor en su mirada al escuchar que había perdido a su esposa embarazada.
Muchas noches lo vi llorar a escondidas en la habitación, observé cómo mi padre poco a poco dejaba del ser el hombre feliz para darle paso a la amargura.
Cada día se apagaba más, cada día extrañaba a mamá.
Y poco a poco se convirtió en lo que hoy es, un hombre solitario.
—Si estuvieras aquí, todo sería diferente. Todo.
Extraño con todo mi ser a mi madre, extraño los días donde todos eramos felices, anhelo ver otra vez a mi padre sonreír, ansío volver a tener una familia rodeada de amor.
Deseaba no vivir con una madrastra malvada, con una auténtica bruja.
Pero esto era mucho pedir…
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Editado: 26.01.2024