Adazla
Christian entró conmigo en brazos a la habitación. La suavidad de su toque me reconfortaba, y mis pensamientos se enredaron en la pasión que compartíamos.
-¿Te urge mucho excavar mi cueva? -pregunté mientras acariciaba el cabello de mi ahora esposo. Y él asintió -Esposo.
Sus ojos ardían con deseo mientras respondía.
-No sabes cuánto deseo besar tu piel, esposa mía.
Con cuidado, depositó mi cuerpo sobre la cama, y suavemente selló sus palabras con un beso ardiente en mis labios. El calor de su boca en la mía me envolvió, y sus palabras posteriores hicieron que mi corazón latiera con más fuerza.
-Te prometo que esta noche será inolvidable -susurró con pasión.
-Te llevaré al cielo, esposa. Te lo prometo -Christian murmuró con una voz cargada de deseo mientras acariciaba mi piel con dulzura.
En ese momento, me sentía inmersa en la gloria pura y total. Cada caricia suya encendía mi cuerpo y mi alma.
Cuando él se deshizo de mi vestido, su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo, y en ese instante, me sentí la mujer más deseada del mundo.
-Eres hermosa, Adazla. -acotó con admiración.
Sonreí con coquetería y le dije: -Y eso que no me has visto con el traje que Vera nos regaló.
Sin perder tiempo, Christian comenzó a desnudarse delante de mí. Observé cómo se quitaba la camisa con un gesto sensual, y cuando terminó, me la lanzó.
Tomé la prenda entre mis manos y la llevé a mis fosas nasales para inhalar el exquisito perfume que desprendía.
-Exquisito, totalmente exquisito -susurré mientras disfrutaba del aroma de él, el cuál me embriagaba.
Entonces, con un tono juguetón, le pedí: -Muéstrame más, esposo. Deseo ver más...
Christian, complaciendo mi solicitud, colocó sus manos en el cinturón de su pantalón y, sin perder tiempo, se lo retiró, quedando solo en ropa interior.
Mis ojos detallaron cada centímetro de su cuerpo, y no pude evitar morderme el labio inferior, sintiendo cómo el deseo crecía con cada segundo.
-Me ganado la lotería contigo, esposo mío -pensé mientras mi corazón latía con pasión desenfrenada.
Mantuve mi mirada fija en mi esposo mientras observaba cómo llevaba sus manos al elástico de su ropa interior.
-¿Te gusta lo que ves, esposa? -preguntó con una sonrisa pícara.
Me sentí aturdida por un momento, pero finalmente respondí: -Me gusta lo que veo, Christian, pero... Me encantaría más si te quitaras ese trozo de tela.
Mi vergüenza parecía haber desaparecido en ese instante en que coloque mis pies en la habitación, ya que sabía que esta noche no había espacio para inhibiciones.
Esta noche es todo o nada.
-¿Ah, sí...? -preguntó él con una sonrisa seductora antes de comenzar a bajar su boxer.
Lo miré fijamente hasta que la prenda estuvo en el suelo, revelando su desnudez por completo. En ese momento, recordé las palabras de Vera.
Cuando veas el amigo de tu esposo, te encantará. Será como decir: Está grandota, es una chulería...
Sin poder evitarlo, dije en voz alta.
-Esta grandota es una chulería. -tapé mi boca al escuchar la risa contagiosa de Christian.
-¿Te gusta? -preguntó con una mirada llena de deseo.
Asentí y le respondí con picardía.
-Sí, me gusta tu amigo. ¡Me encanta...!
Christian se acercó a la cama, y yo le sonreí con complicidad.
-Ahora, esposo, quiero que excaves mi cueva.
Él susurró sin perder la sonrisa de sus labio.
-Esta será la primera noche de muchas, esposa, porque no te dejaré salir de la cama en varios días.
Esa promesa me ha encantado.
En ese momento, el mundo exterior desapareció, y nos sumergimos en una noche de pasión y amor, donde solo existíamos nosotros dos.
Sus labios, ansiosos por explorar cada centímetro de mi piel, comenzaron a dejar un rastro de besos en mi cuello. Cada beso era un suspiro de deseo y un tributo a nuestro amor recién sellado.
Sus manos, fuertes y seguras, acariciaron mi cuerpo con devoción, desatando un torbellino de sensaciones. Cada caricia es un vínculo entre nosotros, una promesa de amor eterno.
Mis manos se deslizaron sobre su espalda, sintiendo la tensión y la pasión que ardía en él. Éramos dos almas que se fundían en una, perdidas en la lujuria y el amor.
La habitación se llenó de gemidos, susurros y el crujir de la cama, mientras Christian y yo explorábamos el mundo del placer y la intimidad juntos.
La noche prometida se convirtió en un canto a nuestra unión, en una sinfonía de amor que nunca olvidaríamos.
Después de pasar una excelente noche entre los brazos de Christian, abrí los ojos e inmediatamente sonreí al verlo totalmente dormido. Acaricié su rostro con suavidad y luego dejé un beso tierno en sus labios.
-Este sí es un amanecer bonito -dijo él mientras me devolvía el beso. -Deseo despertar contigo todos los días de mi vida.
-Así, Christian? -pregunté, ligeramente sorprendida por su declaración tan apasionada.
-Sí, cariño -respondió, con una mirada sincera en sus ojos. -Y más si tengo la oportunidad de estar dentro de ti.
Con habilidad él maniobró para que quedara encima de él.
Me removí lentamente sobre la erección matutina de él, logrando que soltara varios jadeos.
-¿Te gusta? -inquirí, con una sonrisa traviesa.
-Me encanta -susurró Christian entre suspiros. -Pero me gustaría más estar dentro de ti, esposa.
-A mí también me gustaría, pero tengo que volver a donde Débora, -le recordé.
Él dejó un beso apasionado en mis labios.
-Pero te prometo que esta noche seré exclusivamente tuyo. Te modelaré el traje que Vera nos regaló, e incluso vendrá incluida una sorpresa.
Christian se mordió el labio inferior y, de paso, escondió su cara en mi cuello, dejando su cálido aliento rozar mi piel. Mi corazón latió con fuerza, y sus palabras hicieron que mi deseo por él aumentara aún más.
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Editado: 26.01.2024