"Ocre como una hoja marchita que cayó de un árbol"
Christopher solo depositó un beso en su frágil y elegante cuello. Lamió el punto exacto donde su vena palpitaba velozmente, se apartó y sonrió cuando notó los ojos cerrado con fuerza de Annelisse, sus labios fruncidos y tensos.
Ella decía estar preparada para cambiar, pero todavía no era el momento.
Christopher se levantó de la cama con rapidez y soltó en susurro: — Debe estar exhausta, mi querida. Me retiraré para que pueda descansar.
Sin más, salió como un suspiro de la habitación, apenas dejando una brisa a su paso. Annelisse soltó el aliento que había retenido, creía que Christopher tomaría en serio su petición y aunque sintió cierta aversión hacia sus largos caninos, quería que la convirtiera.
Lo anhelaba.
No se molestó en deshacerse de las horrorosas prendas que llevaba, como Christopher afirmó, estaba exhausta y todo lo que deseaba en ese instante era dormir profundamente. Además, quería los oscuros días que había pasado desaparecieran, como si aquella horrible experiencia jamás hubiera sucedido.
Más todo el temor, el pánico, el dolor, la sangre, las nauseas, la desesperanza... Todo se grabó en su memoria y sería imposible deshacerse de ello. La joven se acurrucó bajo las gruesas mantas y cerró los ojos.
Justo antes de caer dormida, una imagen de Peter se formó en su mente.
Las pesadillas se hicieron cargo de sus sueños
Un lago de sangre a la luz de la luna, cuerpos desmembrados y el olor putrefacto de carne podrida se hacia en el ambiente. La joven frunció la nariz ante el hedor nauseabundo y se tambaleó sobre sus pies mientras intentaba avanzar entre los cuerpos.
Habían bebés, niños, jóvenes, adultos y ancianos.
Todos brutalmente asesinados.
La joven alzó la mirada y se encontró con la figura esbelta de una mujer, de espaldas a ella, y un hombre que la dejó sin aliento.
Las facciones del hombre eran muy similares a las de Christopher, la curvatura de su mandíbula, los pómulos altos, su distinguida mirada ambarina. Sin duda, era su hermano, Stephan Jakov.
La mujer llevaba un vestido blanco cubierto de sangre, su cabello castaño caía en enmarañadas ondas con sangre seca, su pálida piel hacía un estupendo contraste a luz de la luna llena. Un aullido resonó en la distancia, acompañado del ulular constante del viento.
La mujer se giró lentamente, gotas de sangre surcaban su rostro desde la comisura de sus labios, sus ojos rojizos destilaban burla y una sonrisa cínica dividía su rostro en dos.
Era ella misma.
Annelisse.
Gritó.
Se removió tratando de soltarse de aquella terrible pesadilla y comenzó a sollozar. Notó que alguien sostenía su cuerpo, como si quisiera protegerla y se quedó quieta. Al abrir los ojos se encontró en un lugar seguro, donde no debía temer y dejó que la ansiedad abandonara su cuerpo.
— No — murmuró en la oscuridad. Seguramente aquel sueño la había echo gritar y perturbó el silencio en el castillo. No logró asimilar el sueño con suficiente rapidez, ella se convertiría en un ser desalmado, una asesina.
Christopher permaneció abrazando el cuerpo tembloroso de la joven, susurrando palabras reconfortantes en su oído. Ella se calmó pero cuando sus miradas se encontraron, sus ojos no poseían el mismo brillo de siempre.
Estaban opacos y carentes de emociones. No lucía como ella misma, de hecho, parecía otra persona.
Annelisse se levantó de la cama y se dirigió al balcón, observó en silencio el firmamento, suspiró y se giró hacia Christopher que la había seguido.
— En la mañana iré a visitar a mi familia — dijo ella con firmeza.
Christopher frunció el ceño.
— Le pediré a uno de mis sirvientes que te acompañe — agregó él.
La joven asintió y por alguna razón llevó su mano al relicario que colgaba en su cuello, aquel que Danika le había dejado. Estaba frío al tacto y Annelisse sintió una energía extraña, algo desconocido, pero no malo.
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Editado: 25.05.2018