"Azabache como las sombras que acechan en la noche"
Annelisse miró al magnifico corcel y con ayuda de Cristopher subió sobre el animal. Se acomodó de lado y preguntó: — ¿Por qué no me acompañarás? El sol ya no es ningún impedimento para ti.
Christopher mantuvo un silencio perturbador, desde la pasada noche y la visita inesperada de su hermano, su humor cayó en picada y lucía tremendamente preocupado. Además, su decisión de no acompañar a su querida Annelisse se debía al terrible inicio que tuvo con su padre y no deseaba ver su rostro de nuevo.
— No creo que sea agradable para tus padres y hermanos el verme de nuevo, además, para mí tampoco lo es, prefiero ahorrarnos molestias a todos.
La joven asintió y miró al sirviente de Christopher que la acompañaría, asintió para indicarle que podrían marcharse. El hombre de cabello blanquecino y ojos azules no titubeó, con una sacudida, hizo andar al caballo y comenzaron su travesía.
Annelisse guardó para sí la indescriptible emoción en su interior, se sentía eufórica y quería ver a su hermanos, les añoraba muchísimo.
Cabalgaron en medio de la brisa y los enormes árboles, la naturaleza les envolvía satisfactoriamente y resguardó el corazón de Annelisse. El relicario golpeaba contra su pecho ante el galope del animal y ella respiró profundamente.
Pero, en el castillo, Christopher se paseaba una y otra vez frente al felino, Celic, quién lo observaba exacerbado.
— ¡Ya basta! ¡Tu malévolo hermano no vendrá! — soltó Celic antes de crisparse para luego lamer una de sus patas delanteras, como si nada ocurriera — Además, a esa niña ingenua y boba no le pasará nada — aseguró.
El vampiro rodó los ojos acostumbrado a la diatriba constante del minino y se dejó caer en el sillón de la biblioteca.
— ¡Stephan Jakov es capaz de cualquier cosa! Y está detrás de lo que me pertenece, no dejaré que le haga daño a Annelisse.
El gato se mostró sorprendido por el tono alterado de la voz de Christopher, el jamás perdía sus estribos de esa manera. Suele mostrarse impávido, como si nada le perturbase. Celic dejó de lamer su pata y sonrío.
— Ella dijo que no tardaría — agregó.
Annelisse se bajó del caballo con ayuda del sirviente de Christopher e hizo un ademán para que él supiera que podía marcharse por ahora. La joven se acercó titubeante a la puerta del que solía ser su hogar.
Sus manos temblaban ligeramente mientras tocó y miró las nubes arremolinándose en el cielo.
Dos golpes ligeros resonaron en el interior... La puerta fue abierta rápidamente con un chirrido oxidado y la mujer que abrió se quedó sin palabras. Era como ver un fantasma, etéreo, como un recuerdo.
— Annelisse — susurró Nicolette Anghel sin creer realmente que su hija estuviera ante ella, cuando la había dado por muerta hace mucho.
Ella sonrió, parecía la misma curiosa, inocente e intrigante chica que había criado y amado, aunque sus ojos poseían un brillo conocedor, abrumador... que solo puede ser adquirido con la experiencia. Y aunque fuera de su carne y sangre, no podía aceptarla, seguramente su cuerpo había sido profanado y su mente ahora debía estar plagada de artimañas oscuras, supuso Nicolette.
Iba a cerrar la puerta con prontitud cuando la joven se interpuso y entró sin mediar en la estancia. La mujer comenzó a retorcer las manos en el delantal que llevaba, estaba terminando de preparar una dichosa comida... Cuando la joven que solía considerar su hija llegó e irrumpió en su morada.
No pudo evitar sentirse nerviosa.
Su hija fue robada por un ser diabólico.
Un vampiro.
Ya no era su hija.
La mujer comenzó a recitar en su mente una plegaria una y otra vez... Abrió la boca para pedirle que se marchara cuando una conmoción se escuchó desde la escaleras. Los ojos de la mujer y de Annelisse se movieron en busca del sonido.
Lucas había soltado un vaso y este estaba hecho añicos en los escalones.
— ¡Annelisse! — soltó el joven alarmado, comenzó a retroceder en las escaleras, sacó de su camisa suelta un dije en forma de cruz y lo apretó firmemente en su mano derecha.
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Editado: 25.05.2018