Oscuridad Infinita

Prólogo

Hace mucho tiempo hubo una gran guerra donde héroes, inexistentes para nosotros hasta ese momento, se sacrificaron para sellar en los confines del universo a un inmenso mal que se creó por la avaricia de un dios, salvando así lo que queda de nosotros. Mis amigos y yo presenciamos desde muy lejos el día de la caída de esos mismos héroes. Fue una gran tragedia. También observamos cómo nuestros mundos, la Tierra y otros paralelos a ella, caían a manos de la oscuridad; de una gran corrupción que consumía todo lo que tocaba. Una que para vivir también se alimentaba de nuestro miedo… un sentimiento que era inevitable tener.

Sin otra alternativa, los dioses elementales, seres míticos espirituales como sacados de libros de fantasía, revivieron parte de los seres caídos, aquellos que no fueron consumidos enteramente por aquella devastadora fuerza maligna, y eligieron siete nuevos individuos, incluido yo, como los nuevos héroes que lucharíamos en el futuro contra ese horror que juró jamás extinguirse; en contra de un mal eterno y etéreo físicamente… contra el portador de una oscuridad infinita.

 

            Pero el verdadero relato comienza con uno de los primeros recuerdos que llevaron a toda aquella anterior aventura. Uno en el que yo intentaba salvar a personas que jamás conocí y donde, junto a ellos, se encontraban mis amigos y compañeros.

En él, todas esas personas estaban siendo presionadas por entes oscuros con cuerpos similares al de los animales, y humanos, pero de fuerza y destreza superior.

Al intentar ayudar, fui atacado desde todas direcciones. Me defendí de cualquier manera posible, y atravesé con mucho esfuerzo una larga pradera que conducía a un pueblo cercano.

―¡Leo, debemos hacer algo contra él o lo destruirá todo! ―escuché exclamar mi nombre a lo lejos a la vez que me pedía hacer algo contra una inmensa criatura que asediaba las murallas de una gran ciudad. La voz provenía de una joven de cabello largo negro que disparaba flechas en contra de aladas bestias sombrías muy similares a los míticos grifos que lo protegían.

―¡Ahora mismo tenemos que sacar a todos los habitantes del pueblo cercano! ―me detuve a observar todo el panorama―, ¡así que reténganlos lo más que puedan! ―continué con mi respuesta, mientras observaba cómo otras bestias, unas con forma de dragón de komodo, quemaban los campos cercanos con un aliento en forma de llamas negras que humeaban hasta las oscuras nubes que posteriormente cargaban rayos que buscaban descargarse en algún lugar donde pudiesen dañar cualquier cosa.

―¡Le-! ―intentó exclamar un hombre de cabellera castaña mientras forcejeaba junto a otras personas con las garras provenientes de una especie de dragón negro de fantasía de más de diez metros de altura, y por lo menos cuarenta de longitud, que era rodeado de una gran energía que marchitaba y quemaba casi todo a su paso. Era la inmensa criatura que lentamente se acercaba a la ciudad que intentábamos desesperadamente proteger.

―¡Ya lo sé! ―respondí mientras observaba cómo la gente del pueblo al otro lado de los campos de la ciudad corría a ponerse a salvo detrás de una barrera de luz formada por dos mujeres de vestimenta y caballera blanca.

Al finalizar la protección de los aldeanos y que de nuevo las sombras se agruparan, decidí que debíamos actuar.

―¡De acuerdo, es hora! ¡Manos a la obra! ―dije fuertemente pero con una pausa para que prestaran atención y me escucharan todos los que estaban por los alrededores―. Hora de acabar con esto… ―dije luego en voz baja para mí.

―¿Qué piensas hacer? ―me preguntó una mujer de cabellera dorada, vestida en un largo vestido rojo con bordados dorados que rápidamente se acercó a mi lado.

―Lo único que se puede hacer después de intentarlo todo.

―¿No pensarás en…? ―preguntó confusa.

―Así es ―dije mientras formaba en mi pecho varios pequeños círculos mágicos con varias figuras geométricas y palabras en diferentes idiomas entre cada una.

―¡No lo hagas, es demasiado peligroso! ―me gritó mientras detenía mi brazo―. Aún no sabemos qué puede hacer ese hechizo... ―intentó persuadirme, pero fue en vano.

―Tú no lo sabes… pero yo sí ―rápidamente me acerqué a la cabeza del dragón, y golpeándolo, hice que centrara sus intentos de mordiscos en mí.

―¡No lo hagas! ―gritó la primera mujer de cabellera negra.

Al golpearlo varias veces, el dragón hizo un movimiento rápido de cuello e inmediatamente me atrajo a su gran boca con una fuerte inhalación.

―¡No! ―Escuché por última vez gritar al unísono todas las personas que conocía.

Podía escuchar los alaridos de mis amigos y compañeros que pronunciaban mi nombre mientras que golpeaban la gran mandíbula del dragón para sacarme de allí. Con un gran pesar y resignado, supe que esta era mi última batalla, y que debía por lo menos hacer todo lo posible para ganarla… incluyendo el auto sacrificio. Al terminar completamente de colocar el símbolo brillante en mi pecho este comenzó a brillar fuertemente, para luego dejar salir pequeños símbolos parecidos a números hacia el frente, un cronómetro que comenzó desde el diez, con sonidos secos de reloj que iban aumentando su volumen en mi cabeza.




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