Otra oportunidad para el amor

28 | 8 de Marzo

La alarma de mi teléfono comienza a sonar despertándome al instante 

La alarma de mi teléfono comienza a sonar despertándome al instante. Dejo que suene un poco más antes de sacar el brazo de las sabanas y apagarlo. Hoy tengo clase a primera hora, así que, debería empezar a moverme si quiero que me dé tiempo a ducharme antes de irme.

Intento incorporarme en la cama sin despertar a Nathan pero cuando siente que me muevo, me atrapa entre sus brazos y me atrae hacia él.

—Nathan, tengo que ducharme...

—Quédate un poquito más —gruñe antes de esconder la cara en el hueco de mi cuello.

—No puedo, tengo clase a primera hora —Salgo de la cama y me agacho para darle un beso en su hombro desnudo—. Además, hace tiempo que no me paso por mi habitación y necesito ropa limpia.

Duda un poco antes de dejarme levantarme de la cama. Me quito la camiseta de Nathan, que llevo usando como pijama desde hace varios días, y me meto en la ducha. Abro el grifo y espero a que el agua se caliente, antes de enjabonar mi pelo y mi cuerpo.

De pronto, alguien abre la puerta del baño y tapo rápidamente mi cuerpo con mis brazos. Creía que había cerrado la puerta con cerrojo.

—Melissa, soy yo.

Al escuchar la voz de Nathan, mis músculos se relajan. Se deshace de su ropa y se cuela en el interior de la ducha conmigo.

Rodeo su cuello con mis brazos y él me sorprende colocando sus manos en mis muslos y levantándome en el aire. Mientras sus labios recorren mi cuello dándome pequeños besos, acaricio su espalda con suavidad, disfrutando de la gratificante ducha que nos estamos dando juntos.

Nos detenemos cuando escuchamos que alguien llama a la puerta. Este es uno de los inconvenientes de tener baño compartido.

—¡Dejad el baño libre! Mis clases empiezan en veinte minutos y necesito entrar.

—Un momento —responde Nathan bajándome de sus brazos.

Como ya estoy lista, salgo de la ducha y dejo que él termine de enjabonarse. Rodeo mi cuerpo con una toalla y decidida me acerco a la puerta del baño.

Al abrirla me encuentro con una fila de chicos vestidos únicamente con unos boxers que, sin ningún disimulo, recorren mi cuerpo con su mirada. Siento como mis mejillas se enrojecen y me tapo rápidamente la cara con las manos.

—Se os está cayendo la baba —dice Nathan a mi espalda a la vez que acaricia mi brazo.

Sus compañeros de fraternidad se ríen y el primer afortunado de la fila se encierra en el baño en cuanto nosotros salimos.

—Menuda fila hemos formado en el pasillo —suelto junto con una carcajada.

Nathan me deja ir por delante de él mientras cruzamos el pasillo hasta su habitación, con la mirada de sus compañeros todavía clavada en nuestras espaldas. Aunque ya se están acostumbrando a verme por aquí todas las mañanas, aún se les hace raro compartir el baño con una chica.

Apenas entramos en la habitación, cojo una camiseta limpia de su cajón y me la pongo. Alcanzo los vaqueros del suelo, los deslizo por mis piernas hasta mi cadera y los abrocho sin ninguna dificultad.

—¿Me puedes dar esa camiseta? —Nathan señala una prenda que hay tirada en el suelo, concretamente, una camiseta negra arrugada y sucia.

—¿Piensas ponerte eso? —pregunto haciendo una pequeña mueca—. Está sucia.

Camino hacia el armario, cojo una camiseta nueva y se la tiro. Nathan la alcanza en el aire y mientras espero a que se vista, recojo mis libros de su escritorio.

Primero salimos de la habitación de Nathan y después de la fraternidad. Nathan se ofrece a acompañarme hasta mi residencia y se lo agradezco porque con él el camino de ida siempre se hace más ameno.

Nos despedimos en la puerta y subo rápidamente las escaleras hasta la primera planta. Cuando entro en la habitación, está en completo silencio y no hay rastro de Rebeca. Seguramente ya se haya marchado a clase y yo como no me dé prisa llegare tarde.

A veces agradezco que la residencia esté en el mismo recinto que el campus, porque llegar hasta el edificio de periodismo no me toma más de tres minutos.

Consigo llegar a clase a tiempo y me siento al lado de Rebeca. Todos tienen su ordenador encendido sobre la mesa, así que saco mi portátil del bolso y lo enciendo.

El profesor nos propone realizar un trabajo de investigación en parejas y Rebeca se abalanza sobre mí, preguntándome si se puede poner conmigo.

—Claro que sí, no tienes que preguntármelo.

En mitad de la clase, mi móvil comienza a sonar en mi bolso y todos mis compañeros, incluido el profesor, dirigen su mirada hacia mí. Le quito el sonido al móvil antes de disculparme con el profesor por haber interrumpido la clase.

Resisto hasta el final de la clase para mirar de quien era la llamada y algo se remueve en mi interior al descubrir que mi tío me ha llamado no una sino seis veces.




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