Fueron las horas más largas e inquietantes que Lucy recordara haber vivido. Estaba demasiado ansiosa, como si sus adentros se hubieran solidificado de tanta tensión y vagaba erráticamente por la casa sin hallar consuelo a su crisis de nervios. Recorrió todos los canales en el televisor y despreció el contenido de cada uno; aún aquellos por los que podría tener algún interés, todos le parecieron igual de tediosos e insoportables y terminó por apagar el aparato con verbal fastidio. La soledad de la casa se le hizo gigantesca y ella atrapada en un desconsuelo sin fin. Su madre se había recostado la siesta siguiendo su costumbre, no supo que había regresado de su aventura nocturna y el espacio en completa quietud se volvió la trampa perfecta para que los espectros se soltaran del cuerpo de la chica para infestar el hermético ambiente y se volvieran contra ella en una emboscada tortuosa. Caminaba de un lado a otro, incapaz de sentarse porque la comodidad se volvía en agujas que se clavaban en sus músculos inyectándole extrañas toxinas que acrecentaban su impaciencia. Su atención se centraba sobre el teléfono, de pronto convertido en un artilugio infernal que la provocaba con su pasividad; inmóvil, contuvo unas repentinas ganas de destrozarlo contra el suelo.
Entró a la cocina por un vaso de agua. Sobre la mesa Katty había dejado un paquete de cigarrillos apenas abierto. Fumaba desde hacía muchos años, desde antes que su hija tuviera uso de razón y nunca tuvo la fuerza necesaria para dejar el vicio; según ella el único amparo contra la vida miserable que le había tocado. Lucy siempre le había recriminado su molesto actuar y a ella debía el desprecio que sentía por los adictos a tan dañino hábito. Nunca pudo entender como alguien podía concienzudamente envenenarse y administrarse con placer tan repugnante flagelo al punto de ofrecer la vida al demonio del humo y el engaño. Pero al verlos allí esperando sintió una incontenible tentación, como una especie de orden desde lo más profundo de su instinto, más fuerte que todas sus convicciones. Quiso probarlo y ninguna barrera despectiva soportó el atropello de tan irracional deseo. Sacó un cigarrillo y lo llevó a sus labios. La llama del encendedor hizo arder el tabaco con un débil crepitar y fue aquella primera bocanada de un asco indescriptible al pasar por su garganta. Respondió con tos compulsiva su ahogo, sus ojos se empañaron de lágrimas, pero una sensación de alivio se extendió por su ser como medicina irreal que vencía su agobio. No temió aspirar por segunda vez, ya sin aquel primer rechazo y la ardiente impresión en sus pulmones le causó un gran deleite. Levantó la cabeza, cerró los ojos y soltó el humo. Y entonces comprendió porqué los fumadores toleran su nocivo consuelo.
Los pájaros que volaban enloquecidos en su cabeza parecieron reposar dejando el cielo libre de aquella turbia distorsión que lograban con sus delirios. Terminó aquel humoso bautismo y al apagar el amarillento restante en el cenicero se encontró con los pies en la tierra en vez de retorcerse sobre sí misma entre dimensiones extrañas. Sentía un horrible sabor en la boca, mas no se lamentó de haber probado aquella incomprendida conducta de la que siempre había resentido y detestado. Su mente vio aclararse y sus pensamientos atropellados se descifraron al separarse entre sí, antes tan confusos como si en su superposición formaran un lenguaje desconocido. Se desenredaron las ideas y lograron una unión más coherente, sin embargo, no menos vaga al repasar ya sin agitarse y sobre una sola línea los pulsos violentos de su corazón sin control.
La agresión infundada del padre de Darion aún resonaba tan claramente como bocinas estridentes y ella atrapada sobre los rieles sin poder escapar de ser embestida por la criatura de metal oculta tras la luz cegadora que se le acercaba sin mediar contemplaciones. Pero a pesar de las señales inequívocas, era peor sensación la de desconocer la dirección por donde la fatalidad provenía, ciega sobre la trayectoria por la cual se acercaba el fin. Se sintió tan incierta y pisoteada que volvieron a sus ojos a empaparse; no por las palabras que la hirieron, sino por ignorar por qué fue de pronto un imán capaz de atraerle aquellas dagas que volaron punzantes y se incrustaron en su ser. Una soledad angustiante, comprenderse en ella durante toda su vida, abrió un vacío en su pecho y en un segundo cigarrillo encontró el consuelo. Y mientras sufría su favor empezó a extrañar a Darion de una forma desesperada sin desear nada más que el abrigo de sus brazos como lo único con lo que ahora podía contar.
No alcanzó a terminar aquel segundo tormento. El ruido de un motor conocido reemplazó la toxicidad de su necesidad con el encuentro de la más alentadora sensación de felicidad. Quebró el cigarrillo dentro del recipiente de cerámica y salió de la casa como al recibir de la salvación. Ver a Darion en su Harley Davidson aguardando por ella la limpió tan intensamente que cortó la distancia con pasos tan ligeros que se sostenían en el aire. No puso freno a su emoción y al alcanzarlo lo envolvió de él con la efusividad de quienes se reencuentran después de mucho tiempo. El contacto de sus cuerpos fue el símbolo de una entera entrega, como un solo ser reconstruido, y se sintieron ambos en completa paz.
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Editado: 06.08.2019