Fue aceptado el día así naciera y no volvió a hablarse del tema. La joven no mostró poseer un carácter curioso en cuestiones tan aparentemente delicadas, desinteresada más allá de su nariz, pero no le evitó que entre bambalinas el secreto le llegara como piezas inconexas de un rompecabezas complejo y confuso. Todo fue formando en la mente de Jazmín con cierto nivel de desvarío producto de la imaginación empleada para sanar las brechas entre lo que sus ojos y oídos descubrían como páginas de un libro flotando por todas partes y rescatadas sin un debido orden. A pesar de su versión desfasada no se dejó perturbar y continuó con su labor cuan si nada pasara. No surtió por igual escurrida la situación con Margot y al poco tiempo abandonó su trabajo sin dar demasiadas razones, mas solamente reflejando un gran desdén por la atmósfera bochornosa que en la casa y entre sus miembros reinaba. Era de carácter conservador, pudo apreciarse fácilmente, y no soportó los aires viciados que le rodeaban. Se declaró incompetente a ejecutarse impasible, pero Jazmín fue capaz de cumplir con sus obligaciones y nadie más fue necesario.
Celebró Frank la decisión de Margot en el aligeramiento de su economía que esto significaba como una copa menos donde se decantaban sus resumidas ganancias. Para el relativamente escaso lapso desde que esta locura comenzara, sus arcas habían enflaquecido con alarmante notoriedad. La huida de la monja, como a Jazmín le gustaba llamarla, mitigó un poco el acelerado declive, aunque no fuera más que una bocanada de aire a quien está a punto de morir ahogado. Los gastos aumentaban, su fortuna disminuía con el correr de los días y el temor por su solvencia hizo estragos en su buen ánimo. En los peores momentos de su desdicha, recluido, a solas con su pesar, lamentaba vivamente su torpeza por perder la estabilidad que alcanzaba en la empresa. En un instante de debilidad, su falta de criterio lo llevó al pobre estado actual y recién ahora se dejaba traslucir el peso de su error. Cerró algunos tratos precarios, ciertos aportes cimentados en sus conocimientos empresariales, pero no solivió la garantía de su peor temor. Se sentía empujado cuesta abajo sin hallar un asidero a su descenso. En silencio se azotaba de culpa.
La serena calma de Rosa le contuvo cada vez, le tranquilizaba y entre sus brazos encontraba un escape en medio del desmoronamiento. La mujer poseía un poder sanador, capaz de propagar su espíritu a través de sus manos, con su sonrisa y con sus palabras todo se perfilaba tan sencillo que cualquier inquietud se conjuraba risible. Llenaban las fisuras, su paciencia parecía devolver al mar violento la calma con la facilidad del Nazareno pescador. Siempre sabía que decir. Descansaba en ella y las piedras que pesaban sobre sus hombros caían al suelo liberándolo de su rigor, se fortalecía y levantaba la frente con nuevas fuerzas para seguir. Sus concejos podían guiar a través de la oscuridad hacia las salidas invisibles de la ceguera y era capaz de rescatar a cualquiera del borde de la desesperación.
–¿Qué vamos a hacer, Rosa? No sé cuanto podré seguir con esto.
–Vamos, no digas eso, hijo mío –su voz se vuelve un susurro –. No es propio de ti blanquear la bandera. ¿Qué ha pasado con el hombre fuerte y decidido que conozco?
–Estoy muy cansado. Con cada día que pasa veo como todo se derrumba. A veces pienso y no sé responderme por qué empecé este disparate. ¿Por qué no dejé que...?
–¿Qué cosa? –le interrumpe –. No, cállate, no dejaré que lo digas. ¿Cómo puedes pensar algo así? ¿O ya te has olvidado de por qué haces esto?
–No, claro que no lo he olvidado, pero...
–¡Pero nada! ¿Acaso has olvidado por quien pende tu afán? ¿Qué arrepentimiento cabe en salvar una vida? ¿No era esa la razón de tu cruzada?
–Lo era y lo es.
–¿Entonces por que dudas? Mantente firme y levanta la cabeza. ¿Cuántos hombres ves que hayan hecho lo que tú haces ahora? Levanta la cabeza y mírame. ¿Cuántos han mostrado el coraje para hacer esto que crees correcto, asimismo tengas en contra al mundo entero?
Silencio.
–¿O creías que sería así de sencillo? ¿Que el precio de un ideal se paga tan barato? Las palabras guardan su propio peso y las grandes causas no se alcanzan sino con sacrificio. ¿Qué estás dispuesto tú a sacrificar por la tuya?
–Todo –asevera –. Cuanto tengo y más todavía.
–¿Por qué te dejas vencer entonces? ¿Cuánto te queda por sacrificar? No lo habrás perdido todo hasta que tú mismo estés perdido. No es sino hasta que el alma y el corazón se pierdan que uno puede darse por vencido. Pero a ti ni siquiera esto te pasará.
–¿Por qué lo dices?
–Porque no es tu alma y corazón los que pones por apuesta, sino la de la pequeña criatura que pronto nacerá. Cuando eso pase, cuando la tengas en tus brazos, la sientas y la conozcas, ella será la energía de tu ser consumido como el soplo sobre las ascuas agonizantes. Y entonces todo se resolverá.
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Editado: 06.08.2019