—Bueno Daniel, ¿Terminaste? —pregunta de súbito Galler, con una impaciencia que había empezado a reconocerle.
Cuando su boca se movía muy rápido al hablar, era impaciencia. Cuando pausaba o hablaba mucho más suave, la impaciencia era más bien una forma de poner nervioso a su interlocutor, que una molestia real.
Dan, que en ese momento limpiaba la comisura de su boca, se enderezó posiblemente sin ser consciente de la molestia que empezaba a crispar el humor de su lunático amigo.
Contener los alaridos en su interior le llevaba toda su fuerza de voluntad, así que solo se resignó a orar internamente porque el maldito flojo de Daniel se enderezará rápido y continuará su trabajo. Necesitaba que el retorcido de Galler le diera un jodido respiro y no iba a conseguirlo si el doctor hacía de aquello una experiencia más entrañable.
—Dany... —canturrea con fuego en su mirada— Abre la puerta, el olor es asqueroso.
El médico, pálido y casi demacrado no dudo. Caminó tambaleándose, esquivando el vómito que no había logrado contener y abrió ligeramente la puerta. Notó que sus nudillos se ponían blancos contra el picaporte y se preguntó cuántas veces el médico había pensado en abrir la puerta e irse. Le iba a reconocer que duró más de lo que el promedio hubiera podido.
Como Peter hacía rato dejó de gritar como un vestía, le daba lo mismo la puerta ya que estaba seguro de que nadie quien pudiera ayudarlo hubiera podido omitir sus gritos. Realmente tampoco le importaba su desnudez, después de... ¿Horas? ¿Años? ¿Meses?, No estaba seguro, creía que llevaría horas en eso, pero ¿Quién era él para poder darse cuenta? Solo un idiota al que habían cogido de... Peter no sabía ni de qué le vieron cara. Él jamás abusaría de semejante forma ni de un costal de harina.
Sometido a la nueva doctrina de trabajo que impuso Marcell, la mayoría de su cuerpo era un asco. Al menos olía y se sentía como tal. La sangre coagulada se había secado sobre él y parte en la camilla, menos en la zona de sus clavículas, donde seguía sintiendo un pequeño hilo escurrir. Claro que Dan había dejado el contenido de su estómago en la sala por otros motivos. El doctor necesitó otros incentivos para claudicar al asco y unas cuantas docenas de cortes no podían quebrarlo. Pero eso no fue algo que Dan hubieran pensado. Pese a lo que el doctor hubiera previsto, hacer que lo rebanara de a partes no era todo lo que Marcell tenía en mente.
Cuando el ácido llegó, Peter empezó a llorar silenciosamente y para su martirio personal, no tan silenciosamente. Había intentado no gritar, pero cuando era sentir como su pecho subía y bajaba con rapidez y dolor ganaba la partida a su orgullo. El hijo de puta de Marcell estaba sentado a su lado, tarareando una maldita canción que sentía extrañamente reconfortante. Había cierta familiaridad en su melodía, un balance bastante ecuánime entre una nana y una balada. Que ilógico era todo ¿no? Mientras él se esforzaba por no llorar e implorar lleno de dolor y desesperación, el maldito bastardo cantaba animadamente una pegajosa melodía, que, desde hacía un buen rato, repetía en su fuero interno.
El primer grito que Dan le arrancó fue con el bisturí y el lunático malnacido soltó un grito de victoria que acompañó batiendo sus palmas como un pequeño en su fiesta de cumpleaños. Los ojos de Dan había temblado y casi se rehusó a verlo, pero antes de correrlos el médico le alcanzó a advertir: no lo hagas las placentero para él.
Le habían quemado cada parte libre de su cuerpo. Donde no había tajos, donde no había quemaduras por fuego, el maniático de Marcell forzó a Dan a echarle diversos ácidos. Supuestamente, aquello iba a demostrar sus dotes sanadoras y la capacidad de regeneración que tenía su piel. Al parecer, el fuego había sido poca cosa.
Ni siquiera recordaba cuando había perdido la conciencia, por seguro en algún momento entre la primera ola de ácidos y las descargas eléctricas cuando su ritmo cardíaco fallaba por el estrés. Marcell cumplió su promesa y lo despertó en lo que él diría pocos segundos, ya que Daniel seguía en la misma pobre pose, con sus ojos semicerrados y sus hombros caídos.
Claro que eso no fue todo, no fue lo peor que le hicieron. Dan le fracturó los dedos de ambas manos y los huesos de las clavículas solo para confirmar que su reocupación ósea respondía el mismo patrón. Alegre se hubiera sentido Dan al informar con voz temblorosa efectivamente se recuperaba mucho más rápido ahora que todo su cuerpo era una calamidad. Pero Dan no hizo otra vez el espectáculo del gran salvador. Marcell después de comprobar que sus manos no eran capaces de hacer la fuerza necesaria para fracturar sus huesos, lo forzó a usar una masa. Peter casi sintió placer al sentir como su maltratada piel se abrió y machó con su sangre al Doctor.
Ahí volvieron los ácidos, más fuertes, más potentes. Peter sintió como lo quemaban vivo, sintió como su garganta se quemaba a causa de la fuerza de sus gritos, ahí volvieron los cortes. Sintió el bisturí astillar los huesos de sus costillas. Dan empezó a vomitar para ese punto, Galler a cantar con más fuerza al ver que sus gritos no se doblegaban ante tal barbarie.
Para ese momento Peter perdió el control y empezó a sentir que su mente se perdía en la bruma del dolor. Cada fragmento de él dolía, su orgullo, su garganta, sus músculos, su piel. El soplete volvió a la cancha cuando lo despertaron por quinta vez. Galler le pidió que se encargara de asegurarse de que las quemaduras fueran más amplias, Peter supo que no había fines académicos en esa petición.
—Bueno, Peter. Dinos, ¿qué tal te ves para empezar con las pruebas bacteriológicas? Yo creo que tener ántrax debe de ser alucinante. Claro que Dany modificó las cepas, —comento solicito, como si a él pudiera importarle—. Que aburrido sería verte incubar completamente la enfermedad.
Peter, que ya había entendido que no podían hacerle nada peor, se limitó a dejar caer la cabeza inerte contra el duro metal. La fría brisa ahora era un viento constante que le quemaba cada maldita herida y ampolla, pero seguía sintiéndose muy refrescante cuando agitaba el pelo en su frente.
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Editado: 13.07.2021