Desde las alturas Oúranos me pareció sublime: ríos caudalosos, verdes lagos, montañas coronadas por la nieve, bosques de un verde superlativo, ciudades al pie de una fortaleza y cielos infinitamente azules. El fangor que me trasladaba era un ave de gran tamaño con un plumaje digno de un rey y con unas alas que discurrían en el viento con elegancia. Fue una maravilla ver en la distancia innumerables fangores que llevaban en sus espaldas a otros desdichados como yo. Quizá alguno preguntara cómo supe que eran igual de desventurados que yo o más. Sus rostros y sus cuerpos tenían señales de haber sufrido torturas y tormentos sin igual. Cuando menos me lo esperaba el fangor inicio el descenso en la verde cima de una montaña. Se poso con notable calma al pie de un río perenne con multitud de arboles en sus orillas. Al tiempo que descendía otros también lo hacían de sus respectivas aves. Era insólito, pero la sed me consumía; sin embargo, si mi memoria no me embauca, nunca desde mi llegada a Oúranos había sentido la imperiosa necesidad de agua. Al ver que nadie me lo impedía decidí aproximarme al río para beber de sus anheladas aguas, entretanto otros hacían lo mismo que yo. Solo escuche las magníficas alas del fangor batiendo brevemente el aire al punto que se elevaba, probablemente para continuar con su labor de llevar a lomos a otros desgraciados como yo.
El agua de la tierra es insabora, pero la de Oúranos sabe a gloria. Tome un poco en el cuenco de mis manos para refrescar mi sangrante carne y con la esperanza de que aliviara mis dolores. Después de hacerlo me tumbe en el prado para descansar de mi sufrimiento mientras cerraba el único ojo que me quedaba. Tampoco el sueño era necesario en Oúranos, pero en ese momento me avasallaba. Lo ultimo que pude pensar antes de caer en el pórtico del sueño fue que posiblemente, después de todo, el Diversificador no era un tirano despiadado.
No sé si dormí o cabeceé,solo sé que una apacible voz me decía:
-Alexito, Alexito- Hace mucho que esa voz serena no oia, pero era indudable que la reconocía. Abrí mi ojo y, sí, era mi madre.