Valentina
Desperté lentamente, sintiendo una presión en mi cabeza y un zumbido constante en mis oídos. Abrí los ojos con dificultad, y lo primero que noté fue la luz suave que se filtraba a través de una ventana. Mi entorno era desconocido, y el lugar parecía una habitación lujosa pero fría. El olor a madera y a ambientador me envolvía.
Cuando finalmente conseguí enfocar mi vista, allí estaba él: Fernando. Estaba sentado en una silla cercana, observándome con su habitual expresión impasible. Me sentí aliviada de estar en un lugar seguro, pero la confusión y el miedo se mezclaban con la creciente ira. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué estaba pasando?
—¿Qué estás haciendo aquí? —dije, tratando de controlar mi voz temblorosa, aunque el dolor en mi cabeza no ayudaba.
Fernando no se movió ni un ápice. Su mirada seguía siendo tan fría y calculadora como siempre.
—No estás en condiciones de escapar, Valentina —dijo con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre su determinación.
Me incorporé en la cama, tratando de entender la situación. Mi mente estaba nublada, pero la realidad comenzaba a despejarse. Recordaba claramente la llegada de los hombres armados y el desmayo. Miré a Fernando con furia y desesperación.
—¿Estás loco? ¿Por qué hiciste esto? —exclamé, incapaz de ocultar la incredulidad y la rabia en mi voz.
Fernando se levantó de la silla y caminó hacia mí con calma. Su presencia imponente hacía que mi corazón latiera con más fuerza.
—No, no estoy loco. Estoy asegurándome de que no te vayas a escapar antes de la boda —dijo con frialdad. Su tono era tan cortante que parecía que no dejaba espacio para ninguna emoción.
—¿Qué boda? —pregunté, sin poder creer lo que estaba oyendo.
—La boda a la que tus padres y los míos nos obligaron a asistir —respondió Fernando, sin mostrar ni un atisbo de emoción. Su voz era una declaración de intenciones, sin matices ni piedad.
La furia creció dentro de mí. No solo estaba atrapada en una villa desconocida, sino que Fernando estaba claramente decidido a mantenerme aquí hasta el día de la boda. Mi mente luchaba por encontrar una solución, pero sabía que, por ahora, no podía hacer mucho más que enfrentarlo.
—Así que vas a mantenerme aquí contra mi voluntad —dije, tratando de mantener la calma a pesar de la furia que me embargaba—. ¿Crees que esto es una forma de resolver las cosas?
Fernando se inclinó ligeramente hacia mí, sus ojos fríos y calculadores. Parecía que estaba esperando que comprendiera la situación completamente.
—Sí —dijo—. Estarás aquí hasta el día de la boda. No tienes la opción de escapar, y si intentas hacerlo, te encontraré. No subestimes mi determinación.
Me sentí atrapada, impotente y furiosa. Fernando estaba decidido a jugar su papel en esta historia de la manera más fría y despiadada posible. Mi único consuelo en ese momento era que aún tenía la capacidad de pensar y planear, aunque mi situación era desalentadora.
Fernando se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos y la creciente sensación de que mi vida había tomado un giro inesperado y aterrador. Mientras me recostaba nuevamente en la cama, me prometí a mí misma que encontraría una forma de escapar y retomar el control de mi destino. No permitiría que Fernando o cualquier otra cosa me detuvieran en mi búsqueda de libertad.
El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos. Fernando entró de nuevo en la habitación, esta vez cargando un conjunto de ropa cómoda. La expresión en su rostro seguía siendo la misma, imperturbable, pero había algo en su actitud que me decía que no estaba dispuesto a cambiar de opinión sobre mi situación.
Me observó mientras dejaba la ropa sobre una silla cercana. Era un conjunto sencillo: una camiseta de algodón y unos pantalones deportivos, lo que parecía indicar que Fernando estaba decidido a que me adaptara a mi nuevo entorno, al menos en lo que respecta a mi vestimenta.
—No es que espere que te sientas cómoda aquí —dijo Fernando con su tono habitual, que no mostraba simpatía ni compasión—, pero pensé que sería mejor para ti usar algo más apropiado en lugar de los vestidos que llevabas.
Me sentí humillada y atrapada al ver la ropa. Era una manera de recordarme que estaba completamente a su merced. Me levanté de la cama con movimientos torpes, aún afectada por el golpe en la cabeza y el sedante que me habían dado.
—No necesito tu ayuda para vestirme —dije con un tono desafiante, aunque la verdad era que la ropa era un pequeño consuelo en medio de la situación desesperante en la que me encontraba.
Fernando levantó una ceja, como si esperara una respuesta más razonable. Pero no dijo nada más. En lugar de eso, se quedó en la puerta, observándome mientras me cambiaba. Me cambié con la mayor rapidez posible, eligiendo el conjunto de ropa cómoda y sintiendo la textura del algodón sobre mi piel. Era un alivio menor en comparación con todo lo que estaba sucediendo, pero me recordaba que había una pequeña parte de control que aún podía mantener.
Cuando terminé de vestirme, me acerqué a la ventana y miré hacia el bosque que rodeaba la villa. Mi mente estaba llena de planes y estrategias para escapar, pero sabía que debía ser cautelosa. Fernando se quedó en la puerta, esperando que yo me sintiera preparada para hablar o para hacer algo más.
Editado: 28.11.2024