Valentina
Después de ayudar a Fernando con su herida, me sentía agotada, tanto física como emocionalmente. Decidí que necesitaba un momento para relajarme antes de continuar con el día. Me dirigí al baño, dejándome envolver por el calor del agua que corría sobre mi piel. Cada gota parecía llevarse parte de la tensión acumulada.
Al salir, me envolví en una bata y me dirigí hacia la habitación. La vista de Fernando descansando en la cama me hizo sentir una mezcla de alivio y preocupación. A pesar de su estado de salud, no podía evitar sentirme atraída por la cercanía de su presencia.
Me deslicé en la cama junto a él, sin hacer ruido, y me acomodé a su lado. Puse mi mano sobre la suya, que aún estaba tibia. El silencio de la habitación era reconfortante, y el suave sonido de su respiración era un recordatorio constante de que estaba allí, a mi lado.
Mientras me acurrucaba junto a él, permití que el cansancio me envolviera. Sabía que necesitaba estar fuerte, tanto para él como para mí misma, pero por ahora, simplemente deseaba estar cerca de él. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño, aferrándome a la esperanza de que todo saldría bien.
Desperté en medio de la noche, inquieta y sin poder volver a dormir. Sentía la necesidad de moverme, así que me levanté con cuidado para no despertar a Fernando. Bajé a la cocina, buscando algo que me ayudara a calmar los pensamientos que no me dejaban en paz.
Mientras me servía un vaso de agua, escuché pasos que se acercaban. Me giré y vi a Fernando entrando en la cocina, aún en pijama. Sus ojos, aunque cansados, estaban llenos de una determinación suave que me hizo sentir una punzada en el pecho.
Sin decir una palabra, Fernando se acercó y me tomó por la cintura con una firmeza que parecía buscar mi cercanía. Me inclinó hacia él y me besó con una intensidad que me sorprendió. El beso era lleno de urgencia y emoción, como si estuviera tratando de transmitir todo lo que sentía en ese momento.
—Valentina —susurró entre besos—, no me evites. Necesito que sepas que no quiero perderte. Eres importante para mí más de lo que puedo expresar.
Sus palabras me atravesaron como una corriente cálida. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y cómo el beso se volvía más pasional, cada caricia de sus labios transmitiéndome una mezcla de amor y desesperación. Me entregué a ese momento, dejándome llevar por la fuerza de sus sentimientos.
Finalmente, nos separamos, y Fernando me miró con una intensidad que decía más que mil palabras. Sabía que había mucho en juego y que nuestras vidas estaban llenas de incertidumbre, pero en ese instante, sentí que estábamos juntos en esto. Me recargué en su pecho, sintiendo la seguridad de su abrazo, y entendí que, pase lo que pase, enfrentaríamos lo que viniera juntos.
Fernando me besó con una pasión renovada, y en un movimiento decidido, me levantó en sus brazos. Su abrazo era fuerte y reconfortante, y me sentí segura mientras me transportaba de vuelta a la habitación.
—No te preocupes por mi herida —dijo, su voz llena de una determinación que no dejaba lugar a dudas—. Eso no importa ahora.
Me sostuvo con cuidado, pero la intensidad de sus labios sobre los míos hizo que olvidara momentáneamente el dolor que había pasado. Cuando llegamos a la habitación, me depositó suavemente en la cama y, sin separarse, continuó besándome con una fervorosa ternura.
Cada beso se volvió más profundo, más cargado de emociones. Sentí cómo el calor de su cuerpo se mezclaba con el mío, y cómo su ternura se convertía en un deseo palpable. Fernando deslizó sus manos por mi piel, explorando con una mezcla de urgencia y devoción.
El beso se intensificó, llevándonos a un lugar donde el tiempo parecía detenerse. Nos movimos juntos en un compás de deseo y necesidad, y cada roce se sintió como una promesa de que, a pesar de los desafíos que enfrentábamos, estábamos dispuestos a encontrarnos y a apoyarnos mutuamente.
En medio de ese intercambio de caricias y susurros, perdimos la noción del tiempo. La pasión y la conexión que compartíamos en ese momento nos envolvieron, convirtiéndose en una expresión
Tangible de lo que significaba el uno para el otro
El cuarto estaba sumido en una penumbra suave, iluminada únicamente por la luz tenue de la luna que se colaba a través de las cortinas. Fernando continuó besándome con una intensidad que parecía desbordar las barreras que nos habíamos impuesto. Cada contacto de sus labios, cada caricia de sus manos, me hacía sentir más conectada con él que nunca.
Las sábanas se arrugaban a nuestro alrededor mientras nuestros cuerpos se movían juntos en una danza de pasión. Fernando, con un cuidado exquisito, me mostró cuánto le importaba, cada gesto suyo estaba impregnado de un amor que parecía querer abarcar todo el espacio entre nosotros.
De repente, Fernando se detuvo un momento para mirarme a los ojos, su respiración entrecortada y su mirada llena de un anhelo sincero.
—Valentina —dijo, con voz suave pero cargada de emoción—. No sé qué futuro nos depara, pero sé que lo que siento por ti es real. No quiero perderte.
Le respondí con una sonrisa, sintiendo que mis propias palabras no podían capturar todo lo que sentía en ese instante.
—Yo tampoco quiero perderte —murmuré, abrazándolo con fuerza—. Nunca más.
Fernando me envolvió en sus brazos, y en ese momento, todo lo demás parecía desvanecerse. La herida en su abdomen, los peligros que enfrentábamos, todo se desvanecía en la tranquilidad de estar juntos. Nos acurrucamos bajo las sábanas, nuestros cuerpos entrelazados, y mientras el cansancio empezaba a apoderarse de mí, me dejé llevar por la paz que su presencia me ofrecía.
Editado: 28.11.2024