Fernando
La decisión de Valentina de dejar Rusia y separarse del mundo de la mafia era un cambio monumental, no solo para ella, sino para todos nosotros. Sabía que tendría que reunir a todo el equipo para informarles sobre esta transición y asegurarme de que comprendieran la nueva dinámica.
En la sala de reuniones de la villa, Cameron, Damian, y todos los guardaespaldas y asociados se reunieron. Había una tensión palpable en el aire mientras esperaban mi anuncio.
Me levanté y miré a cada uno de ellos, tomando un momento para medir sus expresiones antes de hablar.
—Gracias a todos por venir —comencé—. Como saben, Valentina ha decidido dejar Rusia y alejarse de los negocios de la mafia. A partir de ahora, ella no estará a cargo de nuestras operaciones.
Hubo murmullos y miradas de sorpresa, pero levanté una mano para silenciarlos.
—Entiendo que esto es un cambio significativo, pero quiero que quede claro algo muy importante —continué, mi voz firme y segura—. Independientemente de si Valentina es o no la jefa del negocio, ella seguirá siendo la princesa de la mafia. Ese título y el respeto que conlleva no cambian con su partida.
Cameron y Damian asintieron, mostrando su apoyo, y los demás comenzaron a asentir también, aceptando mis palabras.
—Quiero que todos mantengan la lealtad y el respeto hacia Valentina, sin importar dónde esté. Ella ha sido una líder formidable y su legado continuará a través de nuestras acciones.
La sala quedó en silencio, cada uno asimilando la nueva realidad. Sabía que sería un período de ajuste, pero también confiaba en que juntos podríamos manejarlo.
—Ahora, es momento de enfocarnos en nuestros próximos pasos y asegurar que la transición sea lo más suave posible —concluí—. Seguiremos trabajando con la misma dedicación y compromiso. Y recuerden, Valentina siempre será una parte importante de nuestra familia, sin importar dónde esté.
Con eso, la reunión terminó, y poco a poco, todos comenzaron a dispersarse, listos para afrontar el futuro con la misma determinación que siempre nos había caracterizado.
Me dirigí a las escaleras, cada paso resonando en el silencio de la villa. Sabía dónde encontrar a Valentina; su habitación siempre había sido un refugio para ella. Al llegar al segundo piso, vi que la puerta de su habitación estaba entreabierta. Tomé una respiración profunda y empujé suavemente la puerta.
Allí estaba ella, sentada en el suelo junto a un par de maletas abiertas sobre la alfombra. Sus ojos estaban fijos en un álbum de fotos que teníamos juntos, sus dedos recorriendo las imágenes con una delicadeza que me hizo sentir un nudo en la garganta.
—¿Necesitas ayuda en algo? —pregunté, rompiendo el silencio.
Valentina levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Por un momento, vi un destello de emoción en sus ojos antes de que volviera a su habitual expresión controlada.
—Si gustas, puedes ayudarme —respondió con suavidad.
Me acerqué y me senté a su lado, mirando las fotos. Cada imagen era un recordatorio de los momentos que habíamos compartido: risas, complicidad, y también las dificultades que habíamos enfrentado juntos.
—Estas fotos... —dije, tocando una en particular donde estábamos en la playa, felices y despreocupados—. Representan mucho para nosotros, ¿verdad?
Ella asintió, un leve suspiro escapando de sus labios.
—Sí, lo hacen. Cada una de ellas es un fragmento de lo que hemos vivido.
Comencé a ayudarla a empacar el álbum junto con algunas de sus pertenencias. Había una atmósfera extraña, una mezcla de nostalgia y tristeza que colgaba en el aire.
—Valentina, quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre estaré aquí para ti —dije, mi voz firme—. Y aunque entiendo tu decisión, no puedo evitar sentir que este no es el final.
Ella me miró, sus ojos llenos de una mezcla de gratitud y dolor.
—Gracias, Fernando. Aprecio mucho tus palabras. Pero este es un camino que necesito tomar, aunque sea difícil.
Seguimos empacando en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La certeza de su partida era un golpe que aún estaba tratando de asimilar, pero estaba decidido a apoyarla en lo que fuera necesario. Porque, al final del día, nuestro vínculo iba más allá de cualquier circunstancia.
Terminamos de empacar las últimas cosas de Valentina en un silencio cargado de emociones no expresadas. Podía ver en sus ojos la seriedad y la frialdad que se había convertido en su escudo, y eso me dolía más de lo que quería admitir. La habitación, ahora vacía y sin sus pertenencias, se sentía extrañamente vacía.
No podía soportar la idea de que este fuera nuestro final, no sin un último intento de romper esa barrera que se había levantado entre nosotros. La miré, y sin decir una palabra, la cargué en mis brazos.
—¿Qué haces, Fernando? —protestó, pero su tono no tenía la fuerza habitual.
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo —respondí con firmeza.
La llevé hasta la cama y la deposité suavemente sobre las sábanas. Me incliné sobre ella, mis ojos buscando los suyos. La vi dudar por un momento, pero luego sus ojos se suavizaron y vi un destello de la mujer que conocía.
Editado: 28.11.2024