Pacto De Hielo Y Poder

Capitulo 12

Valentina

Subía las escaleras lentamente, sintiendo cómo el cansancio se apoderaba de cada músculo de mi cuerpo. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido hoy, en el peso de todo lo que había cambiado en cuestión de horas. Iba a ser madre. Fernando y yo íbamos a ser padres.

La noticia aún parecía irreal, como si no pudiera asimilarla del todo. A lo largo del día, había tratado de mantenerme firme, de ser esa Valentina que siempre enfrentaba cualquier desafío con la cabeza en alto. Pero en cuanto el médico nos lo confirmó, algo dentro de mí se removió de una manera que no había sentido antes. Dos bebés. Dos vidas creciendo dentro de mí.

Mi mano, casi sin darme cuenta, se posó sobre mi vientre. Aún plano, aún sin señales externas de lo que estaba sucediendo en mi interior. Pero la realidad era innegable. Estaba cansada, no solo físicamente, sino emocionalmente. Todo lo que había pasado con mi padre, su muerte, el vacío que dejó en mi vida, y ahora esto... Era como si la vida estuviera avanzando sin detenerse, empujándome a enfrentar todo de golpe.

Mis pensamientos volvieron a Fernando. El hombre que había estado a mi lado durante todo este tiempo, a pesar de todo lo que habíamos vivido. Su reacción hoy... cuando supo que íbamos a ser padres, su mirada lo decía todo. Tal vez no éramos la pareja perfecta, tal vez no estábamos juntos de la manera en que muchos imaginarían, pero había algo entre nosotros, algo más allá de cualquier disputa o malentendido.

Y, sin embargo, estaba tan cansada. Mis pasos eran pesados mientras subía los últimos escalones hacia mi habitación, sintiendo que todo lo que había ocurrido hoy me pasaba factura. No solo era el cansancio físico, era el peso de la incertidumbre, del futuro que ahora parecía más incierto que nunca.

¿Qué haría ahora? ¿Cómo protegería a mis hijos de este mundo en el que vivíamos? No quería que crecieran rodeados de violencia, de secretos, de enemigos. Mi padre estaba muerto, y quienquiera que lo hubiera hecho seguiría allí, acechando en las sombras.

Me detuve frente a la puerta de mi habitación, con la mano en el picaporte, y cerré los ojos por un momento. Lo único que quería en ese momento era dormir, perderme en la oscuridad y olvidar todo lo que me rodeaba, aunque solo fuera por unas horas.

Pero sabía que mañana, cuando despertara, el mundo seguiría girando, y con él, las preguntas y las decisiones que tendría que tomar.

Empujé la puerta, deseando que al menos el sueño me diera un respiro.

Me dirigí al baño, esperando que una ducha me ayudara a despejar mi mente y relajar mi cuerpo. El agua tibia cayó sobre mí, brindándome un alivio temporal mientras dejaba que el calor envolviera mi piel. Cerré los ojos, sintiendo cómo el agua arrastraba el cansancio del día, pero, en el fondo, sabía que no podía lavar lo que realmente me preocupaba. Mis pensamientos volvían una y otra vez a lo mismo: mis bebés.

Me sequé y me puse una pijama cómoda. Me miré en el espejo, estudiando mi reflejo, buscando alguna señal visible de lo que estaba sucediendo en mi interior, pero no había nada, salvo la palidez en mi rostro. Suspiré y me dirigí a la cama, sintiendo cómo el agotamiento me envolvía. Me tumbé y cerré los ojos, esperando que el sueño me llegara rápido.

Pero, a eso de la medianoche, algo cambió. Un dolor agudo y profundo me atravesó el vientre. Al principio, pensé que era una molestia pasajera, tal vez el estrés acumulado, pero no se desvanecía, sino que crecía, volviéndose insoportable. Me retorcí en la cama, intentando buscar una posición que aliviara el dolor, pero nada funcionaba.

—No… no, por favor —susurré entre dientes, apretando el vientre con mis manos. El miedo se apoderó de mí con una rapidez alarmante. No podía perderlos. No podía perder a mis bebés.

El dolor no cedía, solo empeoraba, y el miedo me empujaba a actuar. Sabía que algo no estaba bien. No podía quedarme allí, esperando a que el dolor desapareciera. Con mucho esfuerzo, me levanté de la cama, tambaleándome mientras cruzaba la habitación. No sabía qué más hacer. Necesitaba ayuda, y Fernando era la única persona en la que podía pensar en ese momento.

Con cada paso, el dolor parecía desgarrarme más, pero seguí adelante. Llegué a la puerta de su habitación y la empujé con cuidado, mi respiración entrecortada.

—Fernando... —mi voz era apenas un susurro, quebrada por el dolor y el miedo—. Fernando, necesito ayuda.

—Fernando... —intenté llamarlo otra vez, con la voz rota.

Me acerqué a la cama con pasos inseguros, y cuando llegué a su lado, me incliné levemente, sacudiendo su hombro. Sus ojos se abrieron lentamente, aturdidos, pero apenas me vio, notó el terror en mi rostro. Me llevé una mano al vientre, luchando por contener las lágrimas.

—Valentina... ¿qué pasa? —preguntó alarmado, su voz llena de preocupación mientras se incorporaba rápidamente.

—Me duele… mucho —logré decir, con la respiración entrecortada—. No quiero perderlos, Fernando. No quiero...

Sus ojos se agrandaron cuando comprendió lo que estaba pasando. Inmediatamente se levantó de la cama y me sostuvo antes de que mis piernas cedieran del todo. Me ayudó a sentarme en el borde de la cama mientras me acariciaba el rostro, intentando calmarme.

—Tranquila, vamos a ir al hospital —dijo con voz firme, tratando de mantener la calma—. No vamos a perder a nuestros bebés.




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