A Emely le tomó todo un día darse cuenta de Augusto estaba coqueteando con ella, se angustió rápidamente, pero luego pensó que no importaba cómo y por qué él decidió comunicarse, lo importante era que lo había hecho. Se dio cuenta porque durante el día le mandó un par de mensajes diciéndole lo complicado que estaba en casa con su mujer, que no veía la hora de salir de allí y de repente le enviaba fotos de él en su auto bajo el sol diciéndole que estaba ansioso por volver a verla.
Terminó de comprenderlo con ese mensaje que decía: «Ponte algo bonito».
Emely no tenía nada bonito que ponerse, no quería ponerse nada bonito, pero tampoco podía aparecerse vestida como una loca delante de ese hombre, aunque sabía que la llevaría a un sitio donde ninguno de sus amigos lo vería. Ignoró el pensamiento que le decía que Augusto no había cambiado y que seguía siendo un egoísta, lo sintió por Damián.
«No lo juzgues tan rápido».
«Pero si no respeta a la esposa».
«Ya, Emely, no juzgues».
—Otra vez estás distraída —dijo la contadora de la tienda.
Emely negó y sonrió en su dirección.
—Lo siento. Admito que si he estado un poco distraída.
—No descuides tus labores aquí, comienza a notarse tu ausencia.
—Lo sé, lo evitaré.
—Buenísimo, me voy, ya recogí las carpetas con la información que me llevaré. Nos vemos, cuídate.
Debía de aclarar su situación rápido, si la contadora que iba tres veces a la semana se dio cuenta de su mente distraída, todos debían haberlo notado ya.
Recordó que había un vestido con defecto de fábrica que una clienta devolvió, llegó hasta el módulo de devoluciones y lo ubicó, era sencillo, económico y le serviría para ir a cenar con Augusto. Verificó el precio y estaba dentro del límite de lo que podía pagar con descuento por el desperfecto, un par de botones pegados donde no iban y una mancha, supo que ella podría arreglarlo y llamó al dueño de la tienda para pedir autorización para comprarlo con descuento.
—¿Qué? ¿Esa porquería?, llévatelo sin pagar, Emely, no seas ridícula.
—Señor, pero es que…
—Deja de decirme señor, llévatelo y no pagues; hazme el favor de sacar eso de mi tienda.
—Está bien, muchas gracias —colgó emocionada. No tenía mucho dinero y lo iba a gastar en ese vestido, así que ahorrárselo le ayudaba bastante.
Emely sana no lo habría aceptado de ninguna manera, pero ahora sabía que la vida era una sola, era corta y tenía otras prioridades que atender, su orgullo no era una.
Al salir de la tienda llegó directo a arreglar el vestido que era muy sencillo: mangas cortas con hombreras pequeñas y tela brillante allí, una falda ajustada y ya, se pondría los mismos zapatos de tres centímetros. Cuando terminó de quitar el desperfecto del vestido y cubrir la mancha con un broche, se aplicó labial y se recogió el cabello en una cola de caballo alta.
Cuando caminó hasta la sala sus hijos se quedaron viéndola con los ojos quietos sobre ella y la boca abierta.
—Mamá, pero que bonita, ¿para dónde vas? —preguntó Damián con suspicacia, la que podía advertir en su pequeño de siete años siendo protector con ella.
—Buscaré empleo y me van a entrevistar —mintió. No quería mentir, seguir mintiendo la hundía un poco más en el pozo del que quería salir, pero no tenía opción, no tenía el corazón para decirle la verdad a Damián.
—¡Qué bella, mami! —dijo Alicia sonriéndole sincera.
—Gracias, mi amor. Los dejaré con su abuelo, pórtense bien como siempre, pronto estaré en casa.
Ya el auto la esperaba, eso había leído en el mensaje que vio en su teléfono, pasó saliva y se despidió de su padre con una sacudida de mano y un movimiento de cabeza, solo él sabía con quién iba a verse Emely.
Salió de la casa y vio una camioneta negra delante de su humilde casa, caminó nerviosa y un hombre alto rubio la esperaba con la puerta de atrás de la camioneta abierta, ella se subió tras saludar. Sus manos estaban frías y por momentos sentía que perdería el conocimiento y caería desmayada allí mismo.
Recibió un mensaje de Augusto en la mensajería directa de la red social.
Augusto Melet.
Te estoy esperando ya, ¡Qué ansias de verte!
Emely suspiró y trató de calmar sus nervios. Cerró los ojos y pidió a Dios que le iluminara para decir las palabras justas y precisas para que Augusto comprendiera su situación.
«Ayúdame, señor».
El auto se estacionó frente a un famoso restaurante de la ciudad ubicado en la zona exclusiva donde viven las personas demasiado adineradas para mezclarse con ella alguna vez, el sitió parecía oscuro, el chofer le abrió la puerta y la condujo hasta dentro del restaurante, que estaba vacío, pasó saliva y vio con cara de confundida al hombre que la recibió en la puerta.
—Buenas noches, señorita Emely. Bienvenida.
—Gracias.
—El señor Melet la espera adentro, acompáñeme —dijo con solemnidad. Vestía traje y hablaba con tono de voz delicado.
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Editado: 09.07.2023