Padres por sorpresa

1. Los hijos del presidente.

Maricruz se miró en el espejo y observó la cicatriz en su pecho de un trasplante de corazón que había tenido hace unos años. 

La puerta de la habitación del hospital que ocupaba se abrió de golpe y Maricruz miró sorprendida. 

 

— Me haré cargo de las facturas del hospital. — Dijo Iñigo Espinosa, entrando en la habitación. 

 

— No tenías que hacerlo. — Contestó Maricruz. — Entre nosotros ya no queda nada de relación. 

Maricruz se acercó hasta la cama y sentándose en ella se sintió molesta. 

 

— Es verdad, no tendría que hacerlo porque no tenemos relación. — Habló Iñigo, caminando hacia la cama. — Pero aún me tienes puesto en tu contacto médico. 

 

— En cuanto pueda lo cambiaré. — Maricruz se aferró a la sábana de la cama. 

Iñigo extendió su mano, tocando el lugar donde Maricruz tenía su cicatriz.

 

— Deberías tener más cuidado. — Dijo serio y Maricruz golpeó su mano. 

 

— Lo que ocurra conmigo no es de tu importancia. — Protestó Maricruz, mirándolo con coraje. — Así que, gracias y vete. 

Iñigo la observó tumbarse en la cama cubriéndose con la sábana, de donde Maricruz no salió hasta que escuchó cerrarse la puerta de la habitación. 

 

 

A la salida del hospital, Iñigo esperaba con su asistente a que el chofer llegara con el coche y su teléfono móvil empezó a sonar. 

 

— ¿Sí? — Preguntó Iñigo, al descolgar la llamada. 

 

— Nunca me han interesado esos niños y ni siquiera es que los haya visto. — Oyó Iñigo una voz femenina al otro lado de la línea telefónica. 

 

— ¿Ángela? — Reconoció Iñigo la voz de una de sus antiguas amantes. 

Ángela disfrutaba de un cóctel en uno de los lujosos locales de la ciudad y sonrió, le parecía chistoso y a la vez frustrante. 

 

— Te he hecho mandar a esos niños. Si los quieres te los puedes quedar y si no… Llévalos a un orfanato. — Le habló Ángela, acariciando el borde de su copa con las yemas de los dedos. 

 

— ¿Niños? ¿A qué niños te estás refiriendo? — Preguntó Iñigo, sin entender los delirios de su ex amante. 

 

— Señor Espinosa. — Dijo su asistente, que miraba la expresión en la cara de su jefe. 

Iñigo escuchó a Ángela reírse, luego la mujer sostuvo en alto su copa y bebió de ella, aclarando su garganta. 

 

— Están de camino a tu empresa, cuando los veas tendrás claro que eres su padre. — Ángela dejó su copa en la mesa del local y se quitó el teléfono de la oreja para hablar directamente al micrófono. — Adiós, Iñigo Espinosa. 

Ángela colgó después la llamada e Iñigo se quedó observando su teléfono móvil en su mano. ¿De qué iba todo eso? 

 

— Señor. — Lo llamó su asistente, sacándolo de sus pensamientos. — ¿Qué ha ocurrido? 

 

— Ángela me ha llamado solo para decirme que me ha mandado a mis hijos. — Le expresó su incertidumbre. 

 

— ¿Sus hijos… ? — Se alarmó su asistente. — ¿Cómo es que usted tiene… ? — El asistente se calló cuando Iñigo lo miró serio. — Lo siento, señor. 

El chofer llegó en ese momento e Iñigo caminó siendo seguido por su asistente. 

 

— Iré a la empresa, Ángela ha dicho que ha enviado a los niños allí. — Decidió Iñigo, mientras su asistente le abrió la puerta del vehículo. 

 

— Sí, señor. — Respondió el asistente viéndolo subir al coche. — ¿Y qué hacemos con la señorita Maricruz? 

Iñigo miró a su asistente y se echó el cabello hacia atrás. 

 

— Ordena que la vigilen. — Le dijo y tomó del asiento una tablet. — Y mantenerme informado de todo lo que haga. 

 

— Como usted diga, señor. — El asistente cerró la puerta del coche y se quedó ahí esperando a que el coche se alejara. 

 

 

Maricruz vio entrar en la habitación al doctor que la estaba atendiendo, con él iba el asistente de Iñigo Espinosa. 

 

— Doctor. — Dijo Maricruz, que se iba a levantar de la cama. 

 

— No se levante. — Habló el doctor, que la detuvo para que no abandonara la cama. 

Maricruz se quedó sentada, echando una mirada recelosa al asistente de Iñigo Espinosa. Preguntándose por qué esa persona seguía acompañándola. 

 

— ¿Doctor, cuándo me puedo marchar a mi casa? — Preguntó Maricruz, agarrándose al camisón del hospital.

 

— Le daremos el alta mañana. — Le informó el doctor, revisando en un portapapeles los resultados de las pruebas médicas que se le había hecho a la paciente. 

Maricruz se sintió aliviada, solo tenía que llamar a su lugar de trabajo y convencer a su jefe para que le devolviera el puesto. 

 

— Es un alivio para usted, ¿no, señorita? — Preguntó el asistente y Maricruz que lo miró, asintió. 

 

— Y mucho. — Contestó ella. 

 

— Pero… — Volvió a hablar el doctor, bajando el portapapeles y mirando a su paciente. — Tendrá que tomarse un descansó. En la analítica que le hemos hecho le ha salido que tiene anemia. Le recomiendo que tenga cuidado y que descanse. 

Maricruz apretó con sus manos el camisón, ¿que tuviera cuidado y que descansara… ? Ojalá pudiera hacerlo. 

 

— Está bien, doctor. — Dijo Maricruz, mintiendo con una falsa sonrisa. — Haré lo que usted me diga. 

El doctor miró al asistente del señor Iñigo Espinosa y los dos abandonaron la habitación. No tardando demasiado en regresar el asistente a la habitación, lo hizo con el rostro cansado, pero su expresión cambió cuando vio a Maricruz con la mirada fija en el suelo. 

 

— Mañana vendré a por usted y la llevaré a su casa. — Habló el asistente acercándose a ella. 

Maricruz reaccionó al oírlo y miró de inmediato al asistente, negándose a ello. 

 

— Gracias, señor… — Maricruz se dio cuenta que no sabía su nombre. 



#3118 en Novela romántica
#976 en Chick lit

En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 29.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.