Una última vez. Donde sea,
a cualquier hora que el reloj elija,
no importa el lugar en el que
nos encontremos situados en el mapa.
En el apogeo del invierno
o del verano, entre árboles sin abrigo
en otoño o elegantes en primavera,
basta con reencontrarnos.
Pongámonos de acuerdo
con los astros,
que se alineen los planetas.
Un segundo, eso se necesita
para que coincidamos.
Anhelo seamos, uno para el otro, los extremos de un hilo rojo.
Acortemos espacio
en repeticiones
de casualidades a favor.
Apostemos con el destino,
hagamos trampa y echemos un volado
de una moneda con águila
por ambos lados.
Iré a un campo de margaritas,
ahí te estaré esperando sentada en flor de loto para deshojarlas
y saber si nos queremos el uno al otro.
Ve a un paraje
donde encuentres incontables
dientes de león, del que nadie sepa
y sean todos nuestros;
ahí espérame que apareceré
antes de llegar el amanecer.
Pediremos un deseo tras otro.
Hasta dejar solo pastizal
en el cual echarnos, aguardando
a que la luna aparezca,
y con ella, las guardianas del cielo,
las estrellas.
A lo mejor la buena fortuna
nos guiña el ojo a manera de
una estrella fugaz a paso lento
para que tengamos
el tiempo suficiente de pedir,
de tener, el mismo sueño.