Capitulo 3
UN MAL DESPERTAR
Las siete de la mañana.
El calor que hacía ya era más que molesto.
Esa sensación incómoda lo motivó a mirar el reloj dos veces. Incrédulo.
Aún no había sonado el despertador. Aunque eso a él falta no le hacía. Tras tantos años con los mismo horarios su cuerpo ya se regīa por los suyos propios a la hora de dormir y despertar. Incluso en días como aquel, en el que amanecía tras más horas de vigilia que de descanso.
Una mala noche.
Otra más.
Se sentía cansado. Pero ese cansancio no lo aliviarían unas horas más de cama.
El seguir ahí ya era inútil, por tanto.
Intentó, sin demasiado entusiasmo, esbozar un plan para el día. Organizar al menos su rutina.
Todo le parecía mecánico, vacío.
Allí tumbado, mirando el techo, la vida se le antojaba cada vez más insípida y sin sustancia.
Arqueo las cejas...Vio la evidencia.
Definitivamente no se iba a levantar precisamente con buen pie ese día
La espalda comenzó a molestarle. Demasiado tiempo llevaba en la cama.
Se sentía pegajoso y sudado.
“De esta semana no pasa el arreglar el aparato de aire”...pensó.
Había pospuesto esa tarea pensando que en las fechas que estaban lo más normal era que el calor asfixiante del verano fuera remitiendo. Pero nada de eso sucedía. A las puertas del otoño aun sufrían en todo el país temperaturas más propias de un julio infernal que de las fechas en las que estaban.
Al fin decidió arrancar, y desayunar algo. Encendió la tostadora y puso a calentar un poco de pan.
Mientras se daría una ducha. Con un poco de suerte conseguiría refrescarse y espabilarse un poco al menos.
Apoyó la dorsal en los negros azulejos de veinticinco por cincuenta, buscando el frío que esperaba conseguir del revestimiento cerámico, mientras el agua tibia caía sobre su cuerpo.
Tras salir de la ducha y colocarse ante el espejo, la cicatriz que recorría todo el lado derecho de su cara, desde la ceja, cruzando el pómulo hasta el mentón, le hizo tomar, como cada mañana, conciencia de la realidad con la que había de lidiar por el resto de sus días.
Tras apoyarse en la encimera de granito que soportaba el peso del lavabo, bajo la cabeza, cerrando los ojos, exhalando el aire de sus pulmones, como reprogramando su mente para intentar arrancar el día. Intentando centrar su atención en cosas más banales que le distrajeran un poco al menos.
Era domingo...Quizás una visita a Vasia consiguiera ese objetivo. Aprovecharía además para comprar algo en el supermercado. Después de una semana sin bajar al pueblo, la visita a la tienda era casi obligada.
Tras salir del baño, con la toalla como única vestidura, se dispuso a desayunar. Tras refregar con tomate un par detostadas y regarlas generosamente con aceite, coloco un par de lonchas de jamón ibérico encima.
Buscó la tablet, con la idea de vaciar la mente. Buscaría para ello la ayuda de algún periódico deportivo.
Fuė un intento vano. Por alguna razón no consiguíá abrir aplicación alguna que precisara de conexión a internet. Quizá algún problema del aparato, supuso algo extrañado. La tecnología no era su fuerte.
Tras dar por terminado el desayuno con un zumo de naranja, se dispuso a salir.
Fuera hacia aún más calor. Tras constatarlo, masculló una maldición.
Con un vaquero y una camiseta blanca ya estaba listo para ir al pueblo.
Arrancó su vehículo. El rugir del motor al arrancar y acelerar ligeramente le encantaba. Bien era verdad que un poco de limpieza no le habría sentado mal, pero realmente aquella era una buena maquina.
170 caballos daban fuerza a un motor de 3000 centímetros cúbicos. La potencia estaba garantizada. Algo bastante importante, en vista del uso que solía dar a la camioneta.
Metió primera y se dirigió por el camino de tierra que unía su pequeño mundo con la carretera conducía hasta el pueblo.
El camino lo arreglaba el mismo. Repartía varios metros cúbicos de zahorra, rellenaba los huecos que la lluvia y el uso iban haciendo con el tiempo y tras humedecer a conciencia todo el terreno lo apisonaba con una máquina que alquilaba en un viejo almacén cerca de allí.
El aspecto que presentaba el camino indicaba que pronto habría que volver a ponerse los guantes de trabajo....
“Ya habrá tiempo para eso mañana”... Pensó.
Aunque ya llevaba algo más de un año sin trabajar, aún seguía manteniendo las viejas rutinas y los viejos horarios que había seguido durante años. Y según esas rutinas, el domingo era para descansar y olvidarse un poco de todo.
Y era domingo. Un precioso y más que soleado domingo de septiembre. El sol sobre su cabeza y la suave brisa que, gracias al Cielo, acariciaba su cara a través de la ventanilla bajada del coche, invitaban a pensar en pasar un buen día en la playa.
Recorrió los casi trescientos metros del camino y comenzó a circular por la carretera...
Después de varios minutos vio algo que le llamó la atención.
A unos cien metros. En la rotonda que distribuía el tráfico al pueblo, a la ciudad o a la playa.
Un dispositivo de la guardia civil cortaba el paso.
No parecía un dispositivo cualquiera.
Un vehículo blindado ocupaba el arcén y parte de la calzada. Detrás, un 4X4 , con la parte trasera completamente encaramada en la rotonda.
Entre ambos vehículos, y con la guía de varios conos alineados, aparecía un pequeño camino improvisado y reducido, por el que los vehículos que fueran apareciendo habrían de pasar.
Delante del blindado, dos guardias, con chalecos antibalas, y el rostro cubierto por mascarillas, flanqueaban la carretera. Entre sus manos, fusiles de asalto apuntaban amenazantes en la dirección en la que él se aproximaba.
Desde la posición que se encontraba le pareció ver tras los vehículos al menos otros cuatro o cinco guardias pertrechados del mismo modo.
Al acercarse, le dieron el alto. Un guardia salió de detrás del blindado, dirigiéndose hacia él, recorriendo los 15 o veinte pasos que les separaban.
Marco ya se había sorprendido bastante al ver todo aquello, pero aún se sorprendió más cuando el agente que se aproximaba hasta él llevaba colocada una mascarilla que le cubría casi toda la cara, dejando apenas ver solo sus ojos. En sus manos, un par de guantes cubriéndolas parecían salir aun más de tono.
El agente se plantó ante la puerta del coche, saludando al modo militar.
-Buenos días.- A la par que saludaba, el guardia paseó con una mirada escrutadora todo lo que alcanzaba a ver del interior de la camioneta. Durante unos pocos segundos, tras los cuales dedicó el mismo interés en observar a Marco.
-Buenos días. ¿Ocurre algo agente? -Aquella pregunta no era baladí. Marco realmente quería conocer la respuesta, porque de todas las cosas que podría haber encontrado esa mañana en el camino, lo último en lo que habría pensado era en todo aquello.
Recordó haber visto escenas parecidas después de lo del Bernabeu, pero de aquello hacía más de un año. Y solo en las grandes ciudades.