Era temprano en la mañana del sábado cuando Christopher, todavía medio dormido, escuchó el suave tintineo de la campanilla en su puerta. Se levantó de la cama, un poco aturdido, y se dirigió a la entrada mientras trataba de despejarse. Al abrir la puerta, se encontró con su guardaespaldas, un hombre grande y corpulento, sosteniendo a un par de adorables gemelos, Emma y Ethan, quienes lo miraban con ojos curiosos y un poco de sueño.
—Señor, aquí están los pequeños, tal como lo pidió —dijo el guardaespaldas, con una leve sonrisa en su rostro mientras entregaba a los bebés al CEO.
Christopher, que siempre había sido el tipo de hombre que se sentía más cómodo cerrando tratos millonarios que cambiando pañales, tomó a sus hijos en brazos con una mezcla de emoción y nerviosismo. Sabía que hoy sería un día desafiante, pero también había decidido que sería el día en que demostraría, tanto a sí mismo como a Savanna, que podía ser un buen padre.
—Gracias, Joe. Yo me encargaré de ellos a partir de aquí —dijo al hombre, tratando de sonar más seguro de lo que realmente estaba.
Joe asintió y se retiró, dejándolo solo en el pasillo con los dos pequeños, que lo miraban fijamente, como si evaluaran sus habilidades parentales. Al cerrar la puerta y mirar a los gemelos, sintió una mezcla de amor y pánico.
—Bueno, chicos... parece que solo somos nosotros tres hoy —murmuró, más para sí mismo que para los bebés.
Emma, con su lazo rosa, le sonrió con una expresión que podría haber sido de apoyo, o simplemente porque acababa de descubrir su propio reflejo en el espejo de la entrada. Ethan, en cambio, parecía más interesado en intentar meter un puño entero en su boca.
Sintiéndose un poco abrumado, decidió que lo mejor era comenzar con lo básico.
—¿Desayuno? —sugirió, llevándolos a la cocina.
Una vez en la cocina, colocó a los gemelos en sus tronas y comenzó a preparar el desayuno. Bueno, "preparar" era un término generoso, considerando que lo único que sabía hacer era calentar biberones y abrir potitos de comida para bebés. Aun así, lo hizo con amor.
—Aquí vamos —dijo, entregándoles los biberones y observando cómo se lanzaban a comer con entusiasmo.
Mientras los gemelos desayunaban, el desastroso padre trató de organizar sus pensamientos. Se había propuesto pasar todo el día con ellos, cuidarlos él mismo sin ayuda, pero pronto se dio cuenta de que no tenía idea de cómo llenar todas esas horas. Aun así, estaba decidido a intentarlo.
Después del desayuno, pensó que sería una buena idea jugar con los gemelos en la sala de estar. Sacó una manta y la extendió en el suelo, rodeándola con juguetes de todo tipo. Los colocó a ambos en el centro y les ofreció una pelota suave, esperando que eso fuera suficiente para mantenerlos ocupados.
—Vamos, chicos, ¿quién quiere la pelota? —les preguntó, mientras rodaba la pelota suavemente hacia ellos.
Emma, con su espíritu competitivo, fue la primera en lanzarse hacia la pelota, mientras Ethan se quedaba mirando, como si estuviera calculando la trayectoria perfecta antes de hacer su movimiento. Christopher no pudo evitar reírse al ver la concentración en la carita de su hijo.
—¡Ethan, ve por la pelota! —animó, mientras el pequeño finalmente se decidía a gatear tras su hermana.
El juego continuó por un tiempo, pero pronto se dio cuenta de que los gemelos empezaban a aburrirse. Emma comenzó a tironear de la manta y Ethan, siempre el observador, decidió que era más interesante intentar trepar por el sofá.
—¡No, Ethan! El sofá no es una montaña —exclamó, corriendo para evitar que su hijo se subiera a los cojines.
Pero en el proceso de detener a Ethan, se olvidó por completo de Emma, quien aprovechó la distracción de su padre para escabullirse hacia la cocina. Cuando el CEO se dio cuenta, ya era demasiado tarde; la pequeña había encontrado la despensa y estaba en proceso de vaciar una caja de cereales por todo el suelo.
—¡Emma, no! —corrió hacia la cocina, recogiendo a su hija antes de que pudiera hacer más estragos—. Papá no está preparado para lidiar con todo esto...
Con un suspiro, recogió la caja de cereales y se dispuso a limpiar el desastre. Al mirar a sus hijos, que parecían disfrutar de todo este caos, no pudo evitar reírse de la situación.
—¿Esto es lo que mamá hace todos los días? —preguntó en voz alta, aunque sabía que los pequeños no podían responder—. Tengo que admitir, ella es increíble.
Aquello le dio una punzada de nostalgia, por culpa de su inseguridad y de sus padres había perdido una buena mujer.
Después de limpiar y asegurarse de que los gemelos estaban a salvo de más aventuras, decidió que una pequeña siesta no estaría mal. Los llevó a su habitación, donde había preparado un par de cunas temporales. Para su sorpresa, los gemelos cayeron dormidos rápidamente, agotados por sus travesuras matutinas.
Christopher, por otro lado, se dejó caer en su cama, completamente agotado.
—Siesta para todos —murmuró, cerrando los ojos.
Pero, como todo padre sabe, las siestas de los bebés son notoriamente cortas. Después de lo que le pareció solo unos minutos, fue despertado por los suaves balbuceos de Ethan, quien ya estaba despierto y jugando con su osito de peluche.
Se levantó con esfuerzo y fue a buscar a sus hijos, quienes, sorprendentemente, parecían haber recargado sus energías por completo.
—De acuerdo, vamos a dar un paseo por el parque —decidió, pensando que el aire fresco les haría bien.
Preparó el cochecito doble, acomodó a los gemelos y salió de casa, sintiéndose un poco más confiado ahora que habían pasado la primera mitad del día sin demasiados incidentes.
El paseo por el parque fue más tranquilo. Los gemelos miraban a su alrededor con curiosidad, mientras el joven padre empujaba el cochecito, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Las miradas de otras personas, especialmente de las madres, lo hicieron sentir un poco orgulloso de sí mismo. Tal vez estaba haciendo un buen trabajo después de todo.