Christopher llegó al apartamento de Savanna con una sonrisa en el rostro, cargando dos cajas de pizza en una mano y una bolsa de helado en la otra. Era una noche de viernes, y como ya se había vuelto costumbre, planeaban pasar la noche juntos con los gemelos, disfrutando de una cena relajada y, tal vez, una película.
Sin embargo, al abrir la puerta, en lugar de encontrar la tranquila escena que esperaba, se encontró con un espectáculo completamente diferente. Savanna corría por el apartamento como una loca, revisando debajo de los cojines del sofá, detrás de las cortinas y en todos los rincones posibles, murmurando algo para sí misma, mientras Ethan estaba sentado en medio de la sala, jugando tranquilamente con un camión de juguete, completamente ajeno al caos que su hermana había desatado.
—¡Savanna! —la llamó, intentando captar su atención mientras entraba y cerraba la puerta con el pie.
Ella, al oír su voz, se detuvo por un segundo, levantando la cabeza con una expresión de alivio.
—¡Gracias a Dios que llegaste! —exclamó, con el pelo un poco revuelto y un brillo de pánico en sus ojos.
Christopher, confundido, dejó las cajas de pizza y el helado sobre la mesa y se acercó a ella.
—¿Qué está pasando? ¿Qué buscas? —preguntó, mirando alrededor como si esperara que la respuesta apareciera mágicamente.
—¡Emma! —respondió ella, casi en un grito—. La he perdido, Christopher. La niña se ha escondido por alguna parte y no puedo encontrarla.
Christopher sintió un nudo en el estómago, pero rápidamente se recompuso. Emma tenía la costumbre de hurgar y meterse en los lugares más inusuales, pero sabía que si Savanna estaba tan alterada, era porque la situación se había salido de control.
—De acuerdo, no te preocupes, vamos a encontrarla —dijo con calma, intentando tranquilizarla mientras él mismo comenzaba a buscar.
Mientras tanto, Ethan, completamente ajeno a la búsqueda frenética, continuaba empujando su camión de juguete por el suelo, haciendo ruiditos de motor con su boca. Christopher no pudo evitar sonreír ante la tranquilidad del pequeño, que parecía estar en su propio mundo.
—Ethan, ¿has visto a tu hermana? —le preguntó Christopher, agachándose para estar a su altura, mientras le daba un beso en la frente.
El niño lo miró con una expresión seria, como si realmente estuviera considerando la pregunta, luego negó con la cabeza como si supiera de lo que le preguntaban y siguió jugando con su camión.
Savanna revisaba la habitación de los gemelos, abriendo cada cajón y armario, mientras murmuraba para sí misma: “Esto no puede estar pasando, no puede estar pasando...”
—¿Buscaste detrás del sofá? —indagó.
—Sí, no está —le respondió angustiada, metiéndose al baño.
El CEO decidió echar un vistazo detrás del sofá nuevamente, solo por si acaso. Se arrodilló y, con cuidado, levantó la tela que lo cubría, revelando una escena que le hizo sonreír de oreja a oreja.
Allí, acurrucada entre el respaldo del sofá y la pared, estaba Emma, su pequeña princesa, con un lazo rosado en su cabello y un peluche apretado contra su pecho. Al ver a su padre, la niña sonrió ampliamente, sin darse cuenta del caos que había causado.
—¡Aquí estás, pequeña bribona! —exclamó, extendiendo los brazos para sacarla de su escondite.
Emma, encantada con su propio escondite, se dejó llevar por él, todavía sonriendo con esa coquetería inocente que solo una niña de su edad podía tener.
Savanna, al escuchar la voz de su exesposo hablarle a la niña, corrió hacia la sala, con el corazón aún latiendo con fuerza. Cuando la vio en brazos de su padre, soltó un suspiro de alivio tan exagerado que casi pierde el equilibrio.
—¡Emma! —exclamó, acercándose para besar la frente de su hija—. Me diste un susto de muerte, pequeña. ¿Qué hacías escondida ahí?
La pequeña rubia, incapaz de entender el alboroto que había causado, solo respondió con una risa y extendió los brazos hacia su madre, pidiendo un abrazo.
Christopher, con la niña aún en brazos, no pudo evitar reírse también. El caos que acababan de vivir era, de alguna manera, una representación perfecta de lo que era la vida con gemelos: un caos adorable y amoroso.
—Parece que tenemos una pequeña experta en escondites —comentó, mientras se la entregaba en brazos.
—Definitivamente —respondió ella, abrazando a su hija con fuerza—. Pero no más escondites por hoy, ¿de acuerdo?
La niña, aunque no entendía del todo, ladeó la cabeza sonriendo, encantada de estar en los brazos de su madre.
Mientras tanto, Ethan, al ver que toda la atención estaba en su hermana, decidió que era su turno de brillar. Se gateó con su camión en la mano y se dirigió hacia Christopher, tirando suavemente de su pantalón.
—¿Qué pasa, campeón? —preguntó, mirándolo con una sonrisa.
Ethan levantó el camión en el aire, con una expresión de orgullo, como si estuviera presentando su más preciada posesión.
—¡Vroom, vroom! —dijo, imitando el sonido del motor.
Christopher rió y se agachó para levantar al pequeño, sosteniéndolo en un brazo.
—Parece que también tenemos un experto en autos —comentó, mirando a Savanna con complicidad.
—¡Pa... pa! —chilla la niña, ahora queriendo estar en brazos de papá.
Con cuidado, la madre la puso en el brazo libre del CEO.
Savanna sonrió, viendo a sus dos hijos en los brazos de Christopher, y sintió una calidez en su corazón. A pesar del caos inicial, la noche terminó siendo una de esas que quedaría en la memoria, llena de risas, bromas y la simple alegría de estar juntos.
—Creo que hemos encontrado un buen equilibrio —mencionó él en un momento de la noche.
—Sí —convino ella—. Nunca pensé que estaríamos así, conviviendo como buenos padres.
—Solo estamos viviendo los momentos que nos arrebató mi papá y mi desconfianza —afirmó, mirándola de forma intensa. Y es que para él, ella se veía muy hermosa cada día.