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Kathleen Sullivan
Las Vegas, Nevada
Nunca me había sentido tan nerviosa en toda mi vida. Esta noche iba a ser la noche. Después de tanta espera y preparación, finalmente había decidido dar el gran paso con Conrad, mi novio de toda la vida. Estaba tan nerviosa que mis manos temblaban mientras revisaba una y otra vez el contenido de mi bolso: lencería roja para seducir, una botella de vino tinto para celebrar, y un bote de Nutella… sí, Nutella.
Mi amiga Susan me había asegurado que era esencial para "lamer a la pareja" o algo así. Yo no tenía ni idea de cómo se suponía que iba a usarla, pero ella parecía estar muy convencida, y además, ¿qué podría salir mal con Nutella?
La guinda del pastel eran las pastillas del día después que también llevaba en mi bolso, por si acaso. Quería estar segura de todo, sin dejar cabos sueltos.
Se suponía que la gran sorpresa sería mañana, pero hoy me ha dado un ataque de valor y he querido hacerlo ahora, ya que si vuelvo a pensarlo, jamás me entregaré a Conrad. Siempre he sido la chica torpe y poco femenina. Aunque no era fea, tampoco era como las rubias despampanantes o como las pelirrojas hermosas. Muchos decían que era hermosa, con mi cabello color chocolate y mis ojos marrones, además del montón de pecas que cubren mi rostro, mi cuello y toda mi piel. Mi rostro ovalado, mis mejillas sonrojadas y mis labios color frambuesa. Sí, tal vez era bonita, pero...
No me sentía cómoda ya que lucía muy joven para mi edad y la seducción no se me daba nada bien.
Mientras caminaba hacia el edificio de Conrad, mi mente estaba llena de imágenes románticas y un poco cómicas de cómo sería perder mi virginidad. Imaginaba escenarios ridículos como tropezar con mis propios pies mientras intentaba una entrada seductora, o confundiendo la crema pastelera que también traigo con algún tipo de crema facial. Todo para tratar de calmar mis nervios.
Cada paso que daba hacia el edificio se sentía como una eternidad. Las luces de la calle iluminaban mi camino, y el sonido distante de la ciudad nocturna parecía estar en sintonía con los latidos acelerados de mi corazón. Pensaba en Conrad, en su sonrisa, en la forma en que me miraba cuando pensaba que no lo veía. Esa noche estaba destinada a ser perfecta. Imaginaba su sorpresa al verme llegar tan preparada, al ver mi esfuerzo por hacer de esa noche algo especial.
Él mismo se había quejado en varias ocasiones sobre mi falta de deseo sexual, si bien no es que mi novio me excite mucho, llevaba toda una vida con él, pero mi mayor problema era mi negativa a tener sexo porque quería llegar virgen al altar.
Cuando llegué al edificio, el guardia de seguridad me saludó con una sonrisa nerviosa. Me hacía sentir que estaba en algún tipo de película de misterio, donde todos sabían algo que yo no.
—Buenas noches, Kathleen —me dijo, casi con un tono de lástima—. ¿Te diriges al apartamento de Conrad?
—Sí, esta noche es especial —respondí con una sonrisa amplia, sin captar el subtexto en su tono.
—Oh, claro, especial. Esos momentos… a veces pueden sorprenderte de maneras que no esperas. La gente a menudo no se da cuenta de lo que pasa a sus espaldas —dijo, y se rió de una manera que no entendí en ese momento.
—Gracias, Nate. Bueno, me voy —le dije mientras me dirigía al ascensor.
Mientras subía, mi mente no dejaba de imaginar todas las posibilidades. ¿Y si tropezaba al entrar? ¿Y si la ropa interior roja no tenía el efecto deseado y en lugar de sexy me veía ridícula? No tenía ni idea de cómo se suponía que iba a usarla, pero confiaba en el consejo de Susan. Cada vez que el ascensor pasaba un piso, mi corazón latía más rápido. Sentía una mezcla de emoción y ansiedad, una montaña rusa de emociones que me tenía al borde de un colapso nervioso.
Cuando llegué a la puerta del apartamento, mi corazón latía a mil por hora. Toqué varias veces, pero no hubo respuesta. Traté de llamar a su teléfono, pero solo escuché el buzón de voz. Entonces, recordé un truco que mi tío Jimmy me había enseñado: saqué un pincho de mi cartera y abrí la puerta como una especie de MacGyver moderna. Me sentí un poco como una intrusa, pero sabía que Conrad estaba dentro.
La puerta se abrió y lo primero que noté fue la música erótica que llenaba el aire. Mi corazón se detuvo por un momento, y luego vi la ropa tirada por toda la sala: pantalones de hombre, blusas de mujer, e incluso condones. Me detuve, tratando de respirar, diciéndome a mí misma que esos condones debían ser de Jake, el amigo y compañero de cuarto de Conrad.
—Tranquila, Kathleen, esto es solo una coincidencia —me susurré mientras avanzaba hacia la habitación para calmar mi pobre alma.
A medida que me acercaba, los sonidos se volvían más claros. Jadeos y gemidos que perforaban mis oídos y me hacían sentir como si estuviera en una pesadilla. Abrí la puerta lentamente y lo vi: mi novio embistiendo el trasero redondo de mi mejor amiga Susan. Tragando saliva, solté un chiste irónico en medio de las lágrimas que me salió sin pensar:
—Vaya, parece que alguien ya ha encontrado una buena manera de usar la Nutella.
Susan y Conrad se separaron de golpe, con la desesperación pintada en sus rostros. Sentí que la sangre me hervía mientras los miraba con una mezcla de rabia y dolor.
—Kathleen, ¿qué haces aquí? —chilló la traidora maldita, con cara de bien cogida.
—He venido a tener sexo con mi novio, pero tal parece que te me adelantaste.
—Amor, lo que has visto...—trató de intervenir el cínico, pero le mandé un objeto directo a la cabeza.
—¡Malditos! —grité, sintiendo que el pecho me explotaba—. ¿Cómo pudieron hacerme esto?
—Nena, no es lo que parece —balbuceó Conrad, claramente en pánico.
—¿No es lo que parece? ¡¿Qué me vas a decir?! ¿Que tu pene de pronto quiso bailar con el culo de Susan?! —grité, con lágrimas de rabia corriendo por mi rostro.
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Editado: 30.10.2024