ALEX MOYA
Llegó miércoles, era una tarde lluviosa, gotas gruesas chocaban contra la ventana de mi cuarto. Mi gato, Hank, dormía plácidamente sobre mi cama con su cabecita arrimada a mi almohada. Su sueño era profundamente contagioso y peor aún considerando que las últimas noches no han sido las mejores. Ahora mismo debía esperar por Vivian quién nuevamente se ofreció en llevarme para nuestro nuevo encargo.
Los planes para esta tarde y noche ya no se trataban de recibir sobornos, sino contactarnos con el dueño de una cooperativa de ahorros llamada Helper Sierra Ltda., que trabajaba en el lavado de dinero. En los últimos meses varios miles de dólares no cuadraron en las cuentas de la familia, aunque sus registros afirmaban tener cifras exactas. Por ello, decidieron hacer una contabilidad aparte para tener pruebas de que nos estaban robando y, según me imagino, exigir una respuesta y devolución del dinero.
Mi celular vibro. Vivian me informó que ya habían llegado. Tomé una chompa y salí a la entrada principal observando el cielo que no daba buen augurio de que la lluvia parara. Busqué el auto Snorlax con mis ojos, pero lo único que vi fue el Mercedes de su padre. Un poco contrariado me acerqué y subí al asiento de atrás topándome con una elegante Vivian quien me saludo con seriedad. Estaba maquillada y con el pelo suelto, pero con la mirada fría y temeraria.
Vivian aún no estaba del todo bien desde su confesión en el comedor de su casa. Su mirada estaba ausente y cierto enojo lo reprimía apretando los puños y la mandíbula. Por mi parte, solo quería terminar el trabajo pronto y volver a casa a ver alguna película, serie o leer otro libro.
Al frente iba el chofer de su padre y un hombre corpulento con profundas entradas en la frente, cabello largo y una cicatriz sobre la ceja. Por las arrugas en su rostro imaginé que era casi de la edad de mi padre y el de Vivian o un par de años mayor.
-Alex te presento a Henrry, él nos ayudará hoy con el trabajo.
-Mucho gusto -extendí la mano y él me la apretó.
-Igualmente. Y puedes llamarme Hank, casi nadie me llama Henrry -saludó ameno y fue inevitable no pensar en mi gato.
Aunque, posterior a eso, con una voz profunda y demandante le exigió al chofer que conduzca y la atmósfera cambió por completo. Nadie hablaba y la tensión subía a cada segundo, al parecer Hank era un hombre poco paciente, me preguntaba si eso sería necesario en el trabajo de hoy ya que solamente iríamos a rendir cuentas, ¿o no? Además, estaba el hecho de que Vivian me ignoraba o al menos pretendía eso, veía por la ventana como si pretendiera lanzarse de un momento a otro.
Al llegar a la cooperativa un guardia nos dirigió hasta el quinto piso del edificio después de identificarnos como la familia Noboa. Hank se agarró su larga cabellera en una coleta, pude divisar un par de aretes en cada oreja y un tatuaje en el cuello de un cuervo.
Cuando entramos, el dueño de la cooperativa ya nos estaba esperando. Era un hombre de mediana estatura con una barriga tan grande como la de una foca sentado detrás de un escritorio de cristal. En él había un montón de papeles sueltos, un calendario y también estaba escrito sobre un rectángulo de metal azul “Lic. Aníbal Montalvo – presidente de Helper Sierra Ltda”. El hombre llevaba una camisa celeste, pantalón negro, zapatos casuales negros y un reloj plateado. Al sonreír se notaba que uno de sus dientes era de oro, lo cual nunca le vi explicación en usarlo ya que no era estético y mucho menos atractivo.
-¡Ha pasado tiempo Vivian y Alex! No los veía desde que eran unos niños pequeños. Me sorprende que ahora ya puedan encargarse de los asuntos de sus padres. ¿Y tú, Henrry? ¿Cómo has estado?
Saludé normalmente mientras que Vivian lo ignoró limitándose a verlo con desprecio y después sus ojos se dirigieron a una tela colorida con tatuajes precolombinos enmarcada en la pared detrás del escritorio. Con algo de indiscreción, Hank rodeó el escritorio y cerró las cortinas de atrás y de un lado.
-Venimos a un ajuste de cuentas, Aníbal.
El guardia quiso intervenir tomándolo del hombro, pero Hank lo empujó primero con mucha más fuerza aprovechando su estatura.
-¿Llamo a seguridad? -preguntó el guardia con una mano en el radio y otra sobre su arma.
-No es necesario. Pertenecen a la familia de los Noboa -Respondió el jefe tranquilo-, ¿Te molestaría dejarnos solos?
El guardia asintió con la cabeza y Hank soltó una risa condescendiente al hombre que se disponía a salir.
-Bueno, ¿de qué trata su supuesto ajuste de cuentas? -intervino Aníbal dirigiéndose a mí.
-En los últimos meses hemos detectado una mala contabilización del dinero que ha ido en aumento de pérdidas a un 7% -dije entregándole las pruebas físicas de la contabilidad en una carpeta que traje conmigo -. Lo que equivale a aproximadamente ochocientos mil dólares.
Al tomarlas, las ojeó sin mucho interés devolviéndolas enseguida como si rechazara la acusación. Se reclinó hacia adelante colocando los codos sobre el escritorio mientras entrelazaba los dedos.
-Chicos, imagino que ustedes no comprenden mucho de este negocio, estas cosas pasan seguido y, sinceramente, no tengo tiempo para lidiar con pequeñeces.
-¿Llamas pequeñeces a ochocientos mil dólares? -intervino Vivian con mofa aún más enojada que antes.
-No creerás que los tomaré enserio a ustedes. Digo, no son más que niños acompañados de un faldero mafioso. Esta debería ser una charla de adultos. Mejor váyanse, dile a tu padre que lo llamaré algún día.
De pronto Vivian, en un impulso de ira, arrojó todos los papeles de su escritorio al piso y lo tomó por el cuello de la camisa.
-¡Escoge tus palabras con cuidado, idiota! ¡Recuerda con quién estás hablando!
El hombre se disponía a abofetearla y la jalé hacia atrás; por su parte, Hank, en un movimiento rápido, puso a Aníbal de cabeza contra su escritorio y varias grietas aparecieron en el cristal. El hombre quiso hablar, pero sus cachetes aplastados hacían que no pronuncie bien las palabras.
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Editado: 31.05.2022