JUAN NOBOA
Aproximadamente hace veinticinco años, cuando Ernesto y yo estábamos a cargo de responsabilidades mayores a comparación con nuestra adolescencia, teníamos varios planes a futuro encomendados por la cabeza familiar, a la cual desde siempre hemos respetado. Crecimos como hermanos desde niños. Tras el fallecimiento de sus padres, mi abuelo Vinicio, al ser su padrino, se hizo cargo de su crianza. Compartíamos todo, juegos, aventuras, ropa, el baño… y mi vínculo con él se volvió más estrecho que con el mismo Brandon, mi hermano mayor.
En el trabajo, como siempre, teníamos que guardarnos cualquier tipo de emoción y eliminarla lo antes posible. No se podía confiar en nadie más que en uno mismo, pero la realidad era que Ernesto era como mi otra mitad, era el único al que le confiaba mis secretos e inquietudes y me ayudaba a solucionarlas. Cada que Brandon nos observaba sentíamos que nos juzgaba mal, se tomaba nuestra cercanía como algo enfermizo entre el incesto y la homosexualidad, pero era falso. Lo amaba como a un hermano, nada más.
Después del fallecimiento de Vinicio, mi padre se hizo cargo del negocio siguiendo el legado de los Noboa. Brandon fue su mano derecha en la parte más ilícita de su camino como político. En cuanto a mí, resolvieron en arreglar un matrimonio con la hija de un empresario colombiano, mientras que a Ernesto le encomendaron hacer lo mismo con una chica peruana con el fin de ampliar los lasos políticos de la familia. No teníamos opción más que acatar órdenes, pero en el fondo sentía pesar al separarme de Ernesto, además que no nos veía más que un par de fichas sobre una meza de apuestas.
Conocí a Amanda tres meses antes de nuestro matrimonio, al instante supe que era una mujer maravillosa. Era linda y tenía una gran fascinación por la moda y las joyas, mucha soltura al hablar y su acento propio de Santander me encantaba, me gustaban muchas cosas de ella, así que la vi ideal para un matrimonio arreglado, aunque quisiera involucrar emociones cálidas con ella, siempre me negaba. El sentimiento del amor lo relaciono a la confianza, y sé que ella podría fallarme en cualquier momento, somos parte del mismo negocio, así que no hubo nada romántico de por medio. Mientras que Ernesto, por su parte, tuvo una mujer igual de hermosa, pero con un carácter frío y agresivo, lo cual con el pasar de los meses lo absorbieron hasta convertirlo en un hombre amargado. Mas que no gustarse, ellos se desagradaban.
No podía estar tranquilo sabiendo la estaba pasando mal y formulaba un sinnúmero de ideas para traerlo de vuelta; pero teníamos un problema más grande, al menos el más difícil para él: tener hijos.
Cuando lo visité en Perú, él había cambiado por completo. Seguía siendo un tipo inteligente con una gran visión para el negocio, pero era infeliz por dentro. Huyó varios meses antes de que su hijo naciera, y lo encontré en una de las casas de seguridad en la frontera con Perú gracias a una carta de despedida que me mandó un día antes de intentar suicidarse. Yo era el único que lo sabía, estaba avergonzado y se lamentaba, decía que odiaba la vida que tenía; no por estar en el negocio, sino por alejarse de mí. Sus palabras más la carta me dieron a entender que estaba enamorado de mí, y eso era algo imposible para nosotros, aun así, correspondí a sus sentimientos y lo mantuvimos en secreto. Descubrí que Ernesto era gay y yo bisexual.
Tiempo después ambos volvimos a Ecuador con nuestras respectivas familias, aún seguía ayudando a Ernesto a recuperar su autoestima y nos ayudábamos con el trabajo, pero inesperadamente mi padre murió de un silencioso cáncer avanzado y tuve que tomar un cargo más elevado en cuanto a la política. Ya casi no veía a Ernesto y en su lugar estaba Brandon asechándome en todo momento, cuestionando mis métodos y agobiándome con sermones en nombre de Vinicio Noboa, pero no podía hacer nada, la última voluntad de mi padre era que el roll de Brandon sea gestionar el trabajo más sucio de la mafia junto a Hank y Ernesto, mientras que el mío estaba más en ser una figura pública.
Discutimos un sinfín de veces y después Brandon comenzó a distanciarse haciendo sus números a las espaldas de todos, no intervine confiando en su lealtad a nuestro legado. Ernesto de a poco se volvió más frío e insípido, ya no tenía problemas de autoestima, solo estaba obsesionado con el poder y el dinero. Comencé a percibir de él un áspero desprecio cada que nos veíamos, utilizaba palabras afiladas con el fin de humillarme o hacerme de menos, lo cual produjo un gran dolor en mi interior ya que aún lo amaba en muchos sentidos. Andábamos por nuestro lado, sin mirarnos o si quiera saludarnos, hasta que un día, mientras llevábamos una carga de dinero de lavado en mi auto, me sacó en cara que lo abandoné; que yo tenía una vida perfecta mientras él cada día se sentía más repugnante. Pero me di cuenta de algo, su postura, mirada y su forma de hablar no eran propias, entonces lo comprendí: Brandon se había metido en su cabeza durante meses con el fin de ponerlo en mi contra.
Sabía que aún podría rescatar algo de Ernesto alejándolo de mi hermano y decidí otorgarle el mismo cargo que yo, el único que protestó fue Brandon, pero no le hice caso; con el tiempo el trabajo de Ernesto se evidenciaba más fructífero y todos los que formaban parte del negocio familiar elogiaron mi decisión.
Éramos felices juntos, lo cual incomodaba a nuestras esposas, sobre todo a la mía quién lo tomó como pretexto para pedirme el divorcio. Le aclaré la posición de ambos: “nuestro matrimonio era un arreglo en beneficio mutuo de dos familias”, no tenía razones para alejarse de mí y algo sentimental no era justificable, pero después me enteré que junto a Brandon conspiraban contra mí, además de ser amantes. Sería hipócrita ofenderme por su traición como esposos, pero el conspirar contra mi roll en el negocio era serio; así que decidí liquidar a mi propio hermano.
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Editado: 31.05.2022