¿Qué diablos sucede?
La falda de tubo me ajusta, los tacones me están matando, la camisa parece que va a explotar si hago un movimiento lo suficientemente brusco y no entiendo cuándo carajos me creció el pecho. Tomo la cartera, coloco dentro lo necesario para un rápido retoque de maquillaje y me dispongo a largarme. A punto de abrir la puerta vuelvo sobre mis pasos y tomo el frasco de perfume naranja; lo observo un momento y finalmente lo dejo caer dentro del bolso.
—¡Por Dios, te ves hermosa! —exclama Belén en cuanto salgo.
—Olvidé que los tacos siempre son una tortura —comento antes de subirme al auto.
Arranca sin siquiera dejarme colocar el cinturón de seguridad y en cuanto lo hace me cuestiono por qué decidí salir, Belén parlotea sin cesar sobre una clienta que la está volviendo loca, lo poco que entiendo antes de fijar mi vista en el paisaje nocturno tiene que ver con una boda, un plazo irrisorio y una cancelación a último momento.
—Sí, es todo un tema —digo cuando finalmente guarda silencio, claramente esperando mi opinión.
—Gracias, ahora acabas de confirmar que no has oído nada —reprocha apartando la vista del camino.
—¿Cómo lo sabes? —inquiero más por curiosidad que por cubrirme.
—Déjame pensarlo... Frase armada, tu mirada fija en la ventana y ni siquiera te diste cuenta cuando cambié el tema a nuestra cita doble.
—¡¿Cita?! —exclamo girando la cabeza tan rápido que un tirón en el cuello me recuerda que no soy un búho.
—Ves... Nunca mencioné una cita —señala con fingido enojo.
—Sí, tienes razón, no estaba prestando atención —admito finalmente—. ¿A dónde vamos? —pregunto al darme cuenta de que ya no reconozco el camino.
—A un lugar nuevo, créeme, te va a encantar —asegura sonriendo sospechosamente.
—Seguro que sí —contesto con la voz empañada en sarcasmo.
҉
La música retumba, la gente se agolpa y si me sintiera más fuera de lugar definitivamente estaría orbitando con la luna; parezco la puta secretaria de la discoteca. Nuestro grupo se separó luego de la primera canción de reggaetón pegadiza, busco a Belén con la mirada, cuando finalmente doy con ella la veo besuqueándose con el de seguridad. Suspiro intentando evitar poner los ojos en blanco, esta muchacha nunca aprende. Cuando las manos de él bajan hasta su trasero y hacen amago de meterse bajo su vestido, aparto la vista; somos amigas, buenas amigas, pero no tanto como para que la vea desnuda. Tomo el celular y le envío un mensaje:
√√ ¡Ey! Estás ocupada y no quise molestar, estoy frita, ya me voy a casa. Te escribo llegando.
Tomo el bolso y empujando cuerpos, finalmente salgo al exterior, no hay ningún taxi a la vista, así que finalmente decido caminar hasta la avenida más cercana, que según Google se encuentra a cinco calles.
—Malditos zapatos buenos para nada —mascullo descalzándome y comenzando a caminar en pantimedias.
Llevadas dos cuadras de tortuosa caminata, piso algo entre húmedo y viscoso.
—Por favor que sea saliva, por favor que sea saliva —suplico al descubrir un líquido blanquecino pegado a mi pie derecho.
Me hago a un lado y me quito las medias; las hago un bollito y las tiro en el contenedor de la basura que decora la entrada a una vivienda. Sin poder desprenderme de la sensación de asco, abro mi bolso para inspeccionar qué tengo a la mano para limpiarme la piel antes de ponerme los zapatos nuevamente. Tomo un pañuelito descartable y me lo paso por la planta del pie, la sensación persiste así que finalmente decido mojar otro pañuelito en el perfume que me regaló mi abuela, después de todo debe tener cierto porcentaje de alcohol que me quitará lo que sea que haya sido lo que pisé.
En cuanto lo destapo la sensación de calor vuelve a embargarme, limpio mi pie y, ya que estoy, mojo un dedo y me lo paso por el cuello, la verdad es que huele de maravilla y me hace sentir espectacular.
Miro la hora en el móvil y noto que no es ni la una de la mañana, Dios, tengo calor. Me abro un poco la camisa, no hay nadie en el camino, así que la moral se hace la distraída; desabrocho más de lo que debería, pero me siento demasiado bien como para preocuparme por el pudor. Retomo mi andar, el sonido de los tacones contra la vereda resuenan, ya no se sienten como una tortura. La falda se me levanta con cada paso, desventajas de usar ropa de hace cuatro años... Cada tanto le doy un tirón para que vuelva a su sitio.
Unas luces de color azul llaman mi atención, un bar que se ve lo suficientemente tranquilo abre sus puertas para que al menos cumpla con lo de tomarme la vida. Entro, me siento en la barra y espero a ser atendida.
—Señorita, ¿le ofrezco algo? —inquiere el barman, es demasiado joven y lindo como para dirigirme la palabra en otro sitio que no sea su trabajo.
—Sí, por favor... Quisiera un... Un... —Mi mente queda en blanco en cuanto lo veo bajar la mirada a mi escote.
—¿Quizá un espumante? —sugiere sacándome de mi bochornosa situación.
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Editado: 26.01.2023