Médico de guardia
—Este es para que, cuando lo necesites..., pueda abrazarte —asegura antes de arrodillarse ante mí para estar a mi altura y darme un abrazo.
El cariño se expande por mi cuerpo, chispas de felicidad inundan mi alma y sus brazos me aseguran que, pase lo que pase, todo estará bien.
Las palabras finales de mi abuela me llegan cuando comienzo a abrir los ojos, helándome el alma.
Busco la seguridad de sus brazos, pero su lado de la cama está vacío y frío, intento no alterarme, es solo un sueño. Me cubro con la sábana a modo de túnica y salgo a buscarlo, sigo el sonido de pasos en el living y lo descubro hablando por teléfono en susurros.
—Les dije que hoy no estaría de guardia... No, no vengan... —Tira el teléfono al suelo—. ¡Mierda! —exclama y ante mi sobresalto nota mi presencia.
Salgo completamente del pasillo y la furia que transmiten sus ojos me asusta, me aferro aún más a las sábanas buscando el valor que escapó de mí ante su exabrupto.
—Lo siento, preciosa, lo siento —dice acercándose suavemente—. Me acaban de llamar para atender a un paciente, yo realmente quería quedarme toda la noche contigo, pero no tengo opción —comenta abrazándome pesaroso.
—Está bien, no te preocupes, tu trabajo es importante, lo entiendo. Ve y salva vidas —añado correspondiendo al abrazo.
El miedo es reemplazado por la calidez de su cuerpo, toma mi mano y me acompaña a la habitación. Él se viste rápidamente y dice:
—Iré a pedirte un taxi, ¿sí?
—Me parece bien, ya casi termino.
Deja un beso en mi frente y sale de la recámara. Intento acallar esa voz que me dice que corra, que escape y nunca vuelva. No soy quién para juzgar su accionar en medio del enojo, yo también he tirado cosas a modo de berrinche cuando no todo salió como esperaba. Aunque esa mirada me preocupa, hay algo que logra poner cada célula de mi cuerpo en alerta. Sacudo la cabeza, aparto esos pensamientos y acabo de vestirme.
—¿Ya estás lista? —pregunta sobresaltándome—. ¿Está todo bien? —indaga al ver mi reacción.
—Sí —miento, necesito salir de aquí y pensar en todo esto lejos de él.
—El taxi ya está afuera, ¿estás segura de que todo está bien? —indaga sin estar realmente convencido.
—Por supuesto —contesto obligándome a sonreír.
Caminamos juntos a la salida, intentando que no note mi perturbación, me despido con un beso antes de subir al auto.
—Te veo pronto —susurra cerrando la puerta del taxi.
Cuando el coche inicia el viaje de vuelta a casa me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración. Fue solo un berrinche, él no es ni de cerca un tipo peligroso, después de todo fue quien me salvó, me defendió de alguien que iba a dañarme.
—Mierda, el bolso —exclamo en cuanto noto su ausencia.
—¿Quiere que volvamos? —indaga el taxista.
—Sí, por favor —pido sintiendo un nudo en el corazón.
El taxi vira y volvemos por la calle paralela. El camino de vuelta se siente mucho más corto, en cuanto frena frente a su casa inspiro hondamente. Bajo y me acerco despacio a su puerta, ¿por qué le temo si con sus caricias me ha demostrado tanto amor? «Porque esos ojos cargados de furia gritan “psicópata”», contesta mi ser racional. Las luces continúan encendidas, así que no creo que ya se haya ido al hospital.
Golpeo suavemente, pero nadie atiende, pruebo suerte intentando abrir la puerta y esta cede dejándome paso libre. El ruido proveniente de la cocina me indica dónde se encuentra, camino hacia allí y para no tomarlo por sorpresa antes de entrar comienzo a decir:
—Soy yo, olvidé mi...
La escena que se desarrolla ante mí me deja muda, obligándome a dejar la frase sin acabar.
Dante se encuentra con las manos enguantadas y ensangrentadas, un tipo está recostado sobre la isla sangrando abundantemente de un lado de su abdomen.
—¿Quién mierda eres? —inquiere un sujeto apoyando el cañón de un arma en mi cien.
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Editado: 26.01.2023